P. Carlos Cardó, SJ
El buen Pastor, óleo sobre lienzo
de Henry Osawa Tanner (1930), Museo de Arte Zimmerli, Universidad de Rutgers,
Nueva Jersey, Estados Unidos
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En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre".
Por
ser el Israel de la Biblia un pueblo nómada y pastoril, la imagen del Pastor
fue empleada frecuentemente en la Escritura, sobre todo por los profetas, para
referirse a las autoridades civiles y religiosas, y para hablar de Dios, como
el guía y protector de su pueblo. Así, Ezequiel (cap. 34), en tiempos de crisis, cuando
Israel lo perdió todo por culpa de una serie de malos gobernantes, y la
población fue deportada a Babilonia, hace oír la voz de Dios, pastor solícito,
a las ovejas de su pueblo: Yo las sacaré de en medio de los pueblos, las
reuniré de entre las naciones y las
llevaré a su tierra; las apacentaré en los montes de Israel, en los
valles del país… y descansarán como en corral seguro, pastando buenos pastos (34,
13s).
Al
mismo tiempo, los profetas anunciaron la promesa
divina de un futuro Buen Pastor, descendiente de la familia de
David, que conduciría a Israel por los caminos de la verdad y la justicia. (vv.
23-31). Entonces la humanidad entera
sabrá que yo el Señor, soy su Dios, y que ellos, los israelitas, son mi
pueblo (v.30).
Hoy
tendríamos que quitarle a la imagen del pastor el tinte sentimental con que frecuentemente
se ha presentado en el arte y en la predicación. Apreciaremos
entonces lo que ella nos dice de la persona y obra de Jesús: su atención y
solicitud por las necesidades de todos los que le rodean, su amor real y
verdadero, que no fue en Él una cuestión meramente coyuntural sino permanente,
y que revelaba el amor con que Dios ama a todos.
Asimismo,
cuando Jesús habla del pastor, que conoce y guía a sus ovejas, que da la vida
por ellas y quiere reunirlas en un solo rebaño, nos está hablando también de las
ovejas de su pueblo que andan maltratadas y abandonadas por culpa de los malos pastores.
Es cierto, a este propósito, que la comparación con las ovejas puede quizá no
gustarnos, porque las ovejas parecen demasiado mansas y porque la agrupación en
rebaño insinúa espíritu gregario, falta de libertad y de sentido crítico. Pero
el Jesús que reivindica para sí el título de pastor auténtico y lleno de
cariño, promueve más bien, con su cuidado y defensa de la vida, de la salud y de
la dignidad de las personas, un desarrollo integral de ellas como verdaderamente
humanas, autónomas y responsables.
Jesús es buen pastor porque no huye ante el
peligro, sino que lo enfrenta y defiende a sus ovejas. Es
buen pastor porque no lucra con el rebaño, ni se aprovecha de él, no manipula ni
abusa, no oprime ni atemoriza a las ovejas. Las conoce y ellas lo conocen y lo
siguen, porque saben que está dispuesto a todo, incluso a dar su vida por ellas.
Con
esta afirmación: conozco a mis ovejas y
ellas me conocen y siguen, Jesús hace ver la necesidad del mutuo
conocimiento, de la cercanía y del diálogo para la integración de la comunidad
y para la solución de los conflictos. Lo contrario: la lejanía del pastor con
su pueblo, el autoritarismo –muchas veces machista–, la vigilancia abusiva y
centralista, el afán de uniformidad que anula la diversidad de carismas, el conservadurismo
y el miedo a la renovación… todo eso y otras cosas más –que no dejan de existir
en amplias capas de la Iglesia nacional y universal– no genera más que
perplejidad y desánimo en los cristianos de a pie, división entre la jerarquía
y el pueblo fiel, temor y falta de confianza de los fieles en sus pastores, es
decir, un clima adverso a la fraternidad que Jesús quiso en su Iglesia.
En resumen, el evangelio nos pone en guardia frente
a los malos pastores –ya sean eclesiásticos, políticos, militares,
educativos o lo que sea– que “en vez de apacentar a las ovejas se dedican a
trasquilarlas y ordeñarlas” para su propio provecho, como decía gráficamente
Santa Catalina de Siena. Pero
sobre todo, el evangelio nos habla de entrega y servicio a los demás, y
lo hace mirando no sólo a los representantes de las instituciones, ni sólo a
los cristianos y creyentes, porque esa es la
manera humana de vivir en sociedad.
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