P. Carlos Cardó SJ
Jesús dijo: "La paz les dejo, les doy mi paz, y no como la da el mundo. No se turben ni se acobarden. Oyeron que les dije que me voy y volveré a visitarlos. Si me aman, se alegrarán de que vaya al Padre, pues el Padre es más que yo. Se los he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, porque está llegando el príncipe del mundo. No tiene poder sobre mí, pero el mundo tiene que saber que yo amo al Padre y hago lo que el Padre me encargó. ¡Arriba! Vámonos de aquí".
Jesús,
en la última cena, transmite a sus discípulos la confianza de que, por la fe,
podrán experimentar que está siempre con ellos y no los abandona nunca. A
partir de su resurrección, se inicia una nueva forma de presencia suya que se
concreta en el amarnos unos a otros como Él nos amó y en la oración en su
nombre.
Yo soy
el camino, la verdad y la vida, les
dice a todos lo que quieren saber quién es Él. Jesús es el camino porque Él mismo es la verdad y la vida. Es el
camino hacia la fuente y plenitud de la verdad y de la vida, que es Dios, meta
de nuestro caminar. Por eso añade: Nadie
va al Padre sino por mí. Es la verdad porque revela al Padre, de modo que
quien lo conoce a Él conoce a Dios. Es la vida porque vive en el Padre, hasta
el punto de que quien lo ve a Él, ve al Padre (v.8).
Ha dicho también: Yo he venido para que tengan vida y la tengan plena (Jn 10,10)
porque el Padre ha dado esta vida al Hijo y es el Hijo el único capaz de darla
a los que creen en Él (Jn 10,18). Quien cree en mí, aunque muera, vivirá (Jn 11,25). De modo que con estas palabras
sobre su propia identidad, Jesús no se presenta simplemente como un guía moral,
sino como el sentido único y la dirección cierta que conduce a la realización
plena de la existencia humana, que es el encuentro con Dios. En Él conocemos a
Dios y a nuestro yo más auténtico, que consiste en ser hijos e hijas de un Dios
que es Padre.
Con toda ingenuidad Felipe pide a Jesús: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.
Quizá está pensando en las teofanías que vieron Moisés y Elías en el Sinaí, o
en las visiones de la corte celestial que tuvieron los profetas. No ha entendido que Jesús se ha
referido a sí mismo como el Enviado definitivo del Padre, en quien el Padre
realiza su plan de salvación, cuyo actuar es el actuar de Dios y cuya humanidad
hace accesible a Dios. La respuesta de Jesús: Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre
insiste en la realidad de un Dios a quien nadie ha visto, pero que se ha
revelado, encarnado y hecho presente en él (1,18; 17,6).
En adelante es por la humanidad de la Palabra
encarnada como los seres humanos se unen a Dios. No hay otro mediador. La
humanidad de Jesús y, en particular, el modo como vivió la fraternidad, hace
ver que todos tenemos un origen común y que Él es el Hijo de un Dios que es Padre.
En sus palabras y obras, Dios se manifiesta y se da como amor. Por eso, también
nosotros haremos lo que Él hizo y aun cosas mayores, porque su amor sigue en
nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en mí hará las obras que yo hago
e incluso otras mayores.
El vacío dejado por su partida lo llena su
presencia en nosotros. Es la promesa que Jesús hace y que se cumple para el que
cree en Él. La fe realiza la unión de Jesús con el discípulo, semejante a la
unión de Jesús con el Padre. Y la fe se expresa de manera privilegiada en la oración
en su Nombre, que significa orar unido a Jesús. Y por eso, porque Jesús está
unido al Padre, no cabe duda de que la oración será escuchada: Les concederé
todo lo que pidan en mi nombre.
Este “todo” que Jesús promete conceder se refiere a
la obra que Dios ha realizado en el mundo por medio de Él, y de la que los
creyentes se han convertido en actores e instrumentos. Por eso dice Jesús que
lo que concede es para que el Padre sea glorificado. La oración cristiana
en nombre de Jesús expresa, pues, el deseo de ser su instrumento eficaz. Esa ha
de ser la motivación de todas nuestras peticiones.
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