sábado, 1 de mayo de 2021

Quien me ve a mí, ve al Padre (Jn 14, 6-14)

P. Carlos Cardó SJ

La gloria de los bienaventurados, detalle del fresco de Pierre Mignard (siglo XVII), cúpula de la iglesia de Val-de-Grȃce, París

Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto».

Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta».

Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto, o si no, créanlo por las obras mismas. En verdad les digo: El que crea en mí, hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores. Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y también haré lo que me pidan invocando mi Nombre».

Jesús, en la última cena, transmite a sus discípulos la confianza de que, por la fe, podrán experimentar que está siempre con ellos y no los abandona nunca. A partir de su resurrección, se inicia una nueva forma de presencia suya, con la que viene a nosotros cuando nos amamos unos a otros como Él nos amó y cuando oramos en su nombre.

Yo soy el camino, la verdad y la vida, les dice a todos lo que quieren saber quién es Él. Jesús es el camino porque Él mismo es la verdad y la vida. Es el camino hacia la fuente y plenitud de la verdad y de la vida, que es Dios, meta de nuestro caminar. Por eso añade: Nadie va al Padre sino por mí. Es la verdad porque revela al Padre, de modo que quien lo conoce a Él conoce a Dios. Es la vida porque vive en el Padre, hasta el punto de que quien lo ve a Él, ve al Padre (v.8).

Ha dicho también: Yo he venido para que tengan vida y la tengan plena (Jn 10,10) porque el Padre ha dado esta vida al Hijo y es el Hijo el único capaz de darla a los que creen en él (Jn 10,18). Quien cree en mí, aunque muera, vivirá  (Jn 11,25). De modo que, con estas palabras sobre su propia identidad, Jesús no se presenta simplemente como un guía moral, sino como quien ofrece su vida humana, su forma humana de ser con relación a Dios, con relación a los prójimos y consigo mismo, como el camino que conduce a la realización plena de la existencia humana, que es el encuentro con Dios. Mirándolo a Él conocemos quién y cómo es Dios, qué y cómo se es en verdad hijo o hija de un Dios que es Padre nuestro.

Con toda ingenuidad Felipe pide a Jesús: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta. Quizá está pensando en las teofanías que vieron Moisés y Elías en el Sinaí, o en las visiones de la corte celestial que tuvieron los profetas. No ha entendido que Jesús se ha referido a sí mismo como el Enviado definitivo del Padre, cuyo actuar es el actuar mismo de Dios y cuya humanidad hace accesible a Dios. La respuesta de Jesús: Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre insiste en la realidad de un Dios a quien nadie ha visto, pero que se ha revelado, encarnado y hecho presente en Él (1,18; 17,6).

En adelante es por la humanidad de la Palabra encarnada como los seres humanos se unen a Dios. No hay otro mediador. El ser humano de Jesús y, en particular, el modo como vivió la fraternidad, hace ver que todos tenemos un origen común y que Él es el Hijo de un Dios que es Padre. En sus palabras y obras, Dios se manifiesta y se da como amor. Por eso, también nosotros haremos lo que Él hizo y aun cosas mayores, porque su amor sigue en nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en mí hará las obras que yo hago e incluso otras mayores.

El vacío dejado por su partida lo llena su presencia resucitada. Es la promesa que Jesús hace y que se cumple para el que cree en Él. La fe realiza la unión de Jesús y el discípulo, semejante a la unión suya con el Padre. Y la fe se expresa de manera privilegiada en la oración en su Nombre, que significa orar unido a Él. Y por eso, porque Jesús está unido al Padre, no cabe duda de que la oración será escuchada: Les concederé todo lo que pidan en mi nombre.

Este “todo” que Jesús promete conceder se refiere a la obra que Dios ha realizado en el mundo por medio de Él, y de la que los creyentes se han convertido en actores e instrumentos. Por eso dice Jesús que lo que concede es para que el Padre sea glorificado. La oración cristiana en nombre de Jesús expresa, pues, el deseo de ser su instrumento eficaz. Esa ha de ser la motivación de todas nuestras peticiones.

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