P. Carlos Cardó SJ
Por su parte, los once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía dudaban.
Jesús se acercó y les habló así: "Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia".
Jesús,
antes de partir, envió a sus apóstoles a todo el mundo para hacer discípulos de
todas las gentes y bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu
Santo. Esta invocación del triple nombre afirma que los bautizados reciben la
fe en Cristo, experimentan la infusión del Espíritu por el cual renacen a una
nueva vida de hijos e hijas de Dios, que es Padre de nuestro Señor Jesucristo y
Padre nuestro. La mención de las tres personas que hace san Mateo en este texto
de su evangelio no implicaba aún el dogma trinitario, que se desarrolló más
tarde, pero permite ver que ya en los primeros cristianos actuaba la fe en el
misterio de Dios Trinidad.
“Misterio”,
en lenguaje cristiano, no es una suerte de enigma que no se puede comprender. Es
una verdad revelada, que conocemos porque alguien, en quien confiamos
plenamente, nos la ha comunicado y que, una vez acogida, no deja de dársenos a
conocer, produciendo efectos en nuestra vida. No es una idea abstracta sino una
verdad que transforma la vida, dándole sentido y calidad.
El
misterio de la Trinidad nos dice que Dios no
es un ente abstracto y lejanísimo, sino vida y fuente de vida, y por eso es
comunidad y relación. La expresión de San Juan: Dios es amor pone justamente de relieve la relación interna que
constituye el ser de Dios: el que ama
(el Padre), el que es amado (el Hijo) y el amor con que se aman y se unen (el
Espíritu Santo). Y como hemos sido creados a su imagen y semejanza, los seres humanos
alcanzamos nuestro pleno desarrollo en nuestra relación de hijos e hijas para
con Dios y de hermanos y hermanas entre nosotros.
Guiados
por los profetas, Israel fue intuyendo progresivamente a lo largo de su
historia, y siempre de manera velada y fragmentaria, el misterio del único Dios
en tres personas. Vieron a Dios como Padre, creador y señor, que por pura
benevolencia había escogido a Israel para desde él ofrecer a la humanidad el
don de la salvación.
Experimentaron
también el misterio de Dios al sentir la fuerza, que como fuego o viento
impetuoso (espíritu) sostiene y orienta la creación, ilumina las mentes,
dispone los corazones para el amor e instruye en el recto obrar conforme a la ley
moral. Y también por inspiración de los profetas, llegaron a intuir que, en el
tiempo fijado, Dios enviaría un Salvador, el Mesías, el Señor. Anunciado como
luz de las naciones, pastor, maestro y servidor, el Mesías haría posible la
máxima cercanía de Dios con los hombres, y sería llamado Emmanuel, Dios con
nosotros.
Pero
podemos afirmar que sólo en Jesús de Nazaret, en su palabra y en sus actitudes,
en su vida y en su muerte, llega a plenitud el conocimiento de Dios Trinidad.
Ante la revelación de Dios en Jesús de Nazaret, las antiguas intuiciones de los
profetas quedan opacadas. Podemos decir que sin Él, difícilmente habríamos podido
conocer que Dios realiza la unidad de su ser en tres personas: como el Padre a
quien Jesús ora y se entrega hasta la muerte y es quien lo resucita; como el
Hijo que está junto al Padre, nos transmite todo su amor liberador y en quien
el mismo Dios se nos hace presente al modo humano; y como el Espíritu Santo,
que es la presencia continua del amor de Dios en nosotros y en la historia.
Jesús mantuvo
con Dios una singular relación de cercanía e intimidad, que Él expresaba con el
lenguaje con que un hijo se dirige a su padre llamándole: Abbá. Mantuvo con Él la más absoluta confianza: mi Padre me ha enviado y yo vivo por él; las
palabras que les digo se las he oído a mi Padre; mi padre y yo somos una misma
cosa. Al explicarnos esto, Jesús nos enseñó cómo y por qué Dios es Padre,
suyo y nuestro. Subo a mi Padre y vuestro
Padre, a mi Dios y vuestro Dios.
Asimismo, Jesús
reclamó para sí la plena posesión del Espíritu divino. Se aplicó, sin temor a
ser tenido por pretencioso y blasfemo, las palabras de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí porque
me ha consagrado; me ha enviado a anunciar la buena nueva a las naciones... (Lc
4, 18-19; Is 61, 1-2).
Y después
de su resurrección, envió desde el Padre al Espíritu Santo como lo había
prometido a los apóstoles. Por este mismo Espíritu tenemos acceso a Jesucristo,
lo adoramos como Dios y hombre verdadero. Por él también tenemos acceso al
Padre como hijos e hijas, liberados de toda opresión y temor. Por él formamos
entre todos una familia especial, más allá de toda diferencia, la Iglesia en la
que Cristo se prolonga por toda la historia. Este
es el núcleo central de nuestra fe: un solo Dios que en cuanto Padre crea
familia, que en cuanto Hijo crea fraternidad y en cuanto Espíritu Santo crea
comunidad.
De este modo, el misterio de la Trinidad se convierte en
nuestro propio misterio: nos realizamos a imagen de Dios no como individuos aislados sino formando
comunidad. Misterio de comunión, la Trinidad nos hace
apreciar esta verdad que da sentido a la vida: la verdad de la comunión
fraterna, de la solidaridad, del respeto y la mutua comprensión, del afecto y
la bondad, en una palabra, la verdad del amor. Por eso, la fe en Dios Trinidad,
encuentra en el amor humano su expresión más cercana y sugerente. En la unión
amorosa del hombre y de la mujer, de la que nace el niño, podemos tener una continua
fuente de inspiración para nuestra oración y para nuestro empeño diario por hacer
de este mundo un verdadero hogar.
El
misterio de la Trinidad Santa no es, pues, una teoría ni un dogma racional. Es una
verdad que ha de ser llevada a la práctica. Porque quien confiesa a Dios como
Trinidad, vive la pasión de construir una sociedad en la que sea posible sentir
a Dios como Padre, a Jesucristo como hermano que da su vida por nosotros, y al Espíritu
como fuerza del amor que une los corazones para formar entre todos una sola
familia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.