P. Carlos Cardó SJ
Después de haber sido aclamado por la multitud, Jesús entró en Jerusalén, fue al templo y miró todo lo que en él sucedía; pero como ya era tarde, se marchó a Betania con los Doce.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Viendo a lo lejos una higuera con hojas, Jesús se acercó a ver si encontraba higos; pero al llegar, sólo encontró hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces le dijo a la higuera: "Que nunca jamás coma nadie frutos de ti". Y sus discípulos lo estaban oyendo.
Cuando llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a arrojar de ahí a los que vendían y compraban; volcó las mesas de los cambiaban el dinero y los puestos de los que vendían palomas; y no dejaba que nadie cruzara por el templo cargando cosas. Luego se puso a enseñar a la gente, diciéndoles: "¿Acaso no está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Los sumos sacerdotes y los escribas se enteraron de esto y buscaban la forma de matarlo; pero le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de sus enseñanzas. Cuando atardeció, Jesús y los suyos salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, cuando pasaban junto a la higuera, vieron que estaba seca hasta la raíz. Pedro cayó en la cuenta y le dijo a Jesús: "Maestro, mira: la higuera que maldijiste se secó".
Jesús les dijo entonces: "Tengan fe en Dios, les aseguro que si uno dice a ese monte: ‘Quítate de ahí y arrójate al mar’, sin duda en su corazón y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán. Y cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también el Padre, que está en el cielo, les perdone a ustedes sus ofensas; porque si ustedes no perdonan, tampoco el Padre, que está en el cielo, les perdonará a ustedes sus ofensas".
El episodio de la higuera
estéril y el de la purificación del templo aparecen unidos en el evangelio de
Marcos. La razón es que el templo material daba al judío la
falsa seguridad de su salvación. Se llenaban de orgullo exclamando: ¡Ah, el templo del Señor! ¡Ah, el templo del
Señor! Les gustaba celebrar en él ceremonias solemnes y sacrificios
costosos, pero al mismo tiempo se lo profanaba con toda clase de injusticias y
se llevaba una vida de espaldas a los valores que en el templo se proclamaban.
Por esta razón, esa religiosidad centrada en el templo no ha dado frutos, es la
hojarasca engañosa de la higuera que esconde su esterilidad.
Jesús
recurre a una acción simbólica que lo presenta como el Mesías-Rey que juzga. La
higuera que es Israel y el judaísmo oficial no ofrecen los frutos deseados y
engañan a la gente, por eso merecen la condena de Jesús.
Al
día siguiente, los discípulos vieron que la higuera se había secado. Jesús aprovecha
la ocasión para instruirlos sobre la fe verdadera, que se expresa en la oración
auténtica y el perdón, frutos que estaban ausentes en la religiosidad de Israel.
Es la razón por la que Jesús, haciendo uso de su autoridad mesiánica realiza a
continuación, según Marcos, el gesto simbólico de purificar el templo y el
culto: Mi casa es casa de oración para
todos los pueblos. Ustedes sin embargo la han convertido en cueva de ladrones.
Juan
(2, 13-22) sitúa el episodio al comienzo, en una fiesta de pascua. Es más
prolijo en detalles descriptivos. Habla del látigo que hace Jesús y del trato
que da a unos vendedores y a otros. Y, sobre todo, incluye la profecía: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré
de nuevo.
Sea
como fuere, no es un simple arrebato de ira. Jesús adopta la actitud valiente
de los profetas (Amós, Miqueas, Isaías, Jeremías) que habían denunciado la
injusticia y dado su vida por la verdadera religión. Su conciencia crítica lo lleva
a denunciar aquella perversión insoportable que consiste en usar a Dios para
lucrar y oprimir. Por eso, el templo es vez de reflejar la gloria de Dios, se
ha convertido en una cueva en la que se rinde culto a Mammon, el dios del
dinero, que sustituye a Dios. Por eso Jesús tiene que purificarlo y llenarlo de
la gloria que resplandece en su persona y en su palabra. Así aparece Jesús como
el verdadero templo del Dios-con-nosotros, que hace entrar en comunión con
Dios.
Sólo
después de la resurrección los discípulos llegarán a entender que el templo de
piedra podía caer (como de hecho cayó el año 70), pero que el cuerpo de Cristo,
destruido en la cruz, pero resucitado y levantado por Dios, es el templo nuevo
en el que habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9).
Cristo resucitado es el lugar definitivo de la presencia de Dios en su pueblo,
santuario de la auténtica adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,23), la perfecta “casa del Padre”.
La
actuación de Jesús en el templo será la causa de su muerte. Su palabra acerca
de la destrucción del templo será el motivo de su condena. Jesús es perseguido
por los poderosos. Pero a diferencia de los poderosos, el pueblo sencillo le escucha.
Quien escucha la Palabra y la pone en práctica, se convierte en piedra vida del
nuevo templo. San Pedro dirá: Ustedes
como piedras vivas, van construyendo un templo espiritual dedicado a un
sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios
espirituales agradables a Dios (1 Pe 2,4-5).
La
comunidad eclesial es “el nuevo templo”. Y la ofrenda de nuestras vidas
entregadas a la causa de Jesús y su Reino es el sacrificio espiritual agradable
a Dios (Rom 12,1-3). El simbolismo de
la higuera vale, pues, también para nosotros: el mundo es la viña del Señor y
cada uno de nosotros una higuera, destinada a dar fruto.
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