P. Carlos Cardó SJ
"Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomen; esto es mi cuerpo».
Tomó luego una copa, y después de dar gracias se la entregó; y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre. En verdad les digo que ya no beberé más del fruto de la vida hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios ».
Este texto eucarístico de Marcos termina con la solemne
afirmación: Les digo en verdad (amén,
amén, yo les digo) que ya no beberé más
del fruto de la vida hasta el día en que
beba el vino nuevo en el reino de Dios. Esta frase hacía ver a los primeros
cristianos que cuando se reunían para partir juntos el pan y beber juntos el
vino, no solamente recordaban la muerte del Señor, sino que comían realmente su
cuerpo y bebían su sangre, es decir, unían íntimamente sus personas a la de Él,
se creaba una verdadera comunión con Dios y entre ellos, cuya plenitud se alcanzará
al final de los tiempos, cuando venga el reinado de Dios sobre todo lo creado.
Los evangelios sinópticos y Pablo concuerdan en la intención de
hacer ver a los cristianos de las futuras generaciones que Jesús por las
acciones y palabras que empleó en su última cena, interpretó su muerte como la
culminación del plan de salvación que había recibido de su Padre, y que Él
había querido cumplir plenamente por amor a sus hermanos. En su cena pascual Jesús
piensa en su muerte inminente y la pone en relación con todo lo que ha enseñado
y con el significado central de su propia existencia, que es su propia entrega
por la vida del mundo.
Al mismo tiempo, la cena del Señor se realiza en una situación
cargada de expectativa. Hay allí un Jesús que piensa en el reino. Por eso,
entiende y plantea la cena en términos escatológicos, como la anticipación de
la alegría definitiva en el reino de su Padre.
Y es también una situación cálidamente familiar y fraterna: Jesús
está reunido con el grupo de sus íntimos, con aquellos que han perseverado con
Él en sus prueba, y a los que quiere mantener unidos a Él y entre sí, pase lo
que pase. Por eso la celebración de su cena por los cristianos será
constitutiva de la comunidad, en todos sus aspectos: porque une en comunión a
los hermanos entre sí y con Cristo, porque es signo de su reino por venir y
porque es también señal o instrumento de su presencia y de su obra salvadora en
la historia. La eucaristía hace a la Iglesia.
La cena de Jesús puede enmarcarse en el contexto de las comidas
comunitarias que tuvo durante su vida con gente de todo tipo de procedencia. Se
ven en ella puntos de contacto con las formas habituales de comer propias de
los judíos, en especial la de los banquetes festivos y, más concretamente, la
de la cena de pascua. En dichos banquetes son esenciales los elementos
siguientes: la pertenencia mutua y la religación personal de los comensales por
la afirmación y vivencia de su pertenencia al pueblo escogido, la acción de
gracias por la liberación, la apertura de principio a todos los alejados y el
deseo de la reunión de todos los hijos de Dios dispersos. Por todo ello, esos
banquetes eran “signo” precursor del incipiente reinado final de Dios. Pero
estos datos, aunque ilustrativos, no bastan por sí solos para explicar lo que
Jesús quiso hacer en su Cena.
Por eso, cuando los evangelios relatan la última cena, dan una
descripción que incluye ya el modo cómo la primitiva Iglesia celebraba la
liturgia eucarística. Subrayan como lo central la bendición del pan: Tomó el pan; pronunció la bendición y la
acción de gracias sobre el cáliz: Pronunció
la acción de gracias (Mt 26,26s; Mc 12, 22; 27; Mc 14, 23). Omiten la cena
ritual judía y dan relieve a los dos momentos de la entrega y comunión del pan
y del vino. Hacen ver así (y Pablo lo afirma con toda claridad en 1 Cor 11,
23-26) que la cena, unida inseparablemente a la cruz del Señor, es una comida
sacrificial, un signo de la nueva alianza de Dios con nosotros y un sacramento
de comunión.
En la
cena del Señor, la antigua celebración de la liberación nacional se convierte
en la conmemoración de una la nueva liberación; la comida del cordero se
sustituye por la comida de su propio cuerpo y la bebida de su sangre. Con esto,
dejó a su Iglesia una comida que es acción de gracias y sacrificio al mismo
tiempo. Y todo a través de unos actos sencillos: ofrecer un pedazo de paz y una
copa de vino, y unas sencillas palabras: Esto
es mi cuerpo..., esto es mi sangre.
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