P. Carlos Cardó SJ
Dicho esto, Jesús elevó los ojos al cielo y exclamó: "Padre, ha llegado la hora: ¡glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti! Tú le diste poder sobre todos los mortales, y quieres que comunique la vida eterna a todos aquellos que le encomendaste. Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo. Yo te he glorificado en la tierra y he terminado la obra que me habías encomendado. Ahora, Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo. He manifestado tu Nombre a los hombres: hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos, y tú me los diste y han guardado tu Palabra. Ahora reconocen que todo aquello que me has dado viene de ti. El mensaje que recibí se lo he entregado y ellos lo han recibido, y reconocen de verdad que yo he salido de ti y creen que tú me has enviado. Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son tuyos y que tú me diste - pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo mío-; yo ya he sido glorificado a través de ellos. Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos se quedan en el mundo, mientras yo vuelvo a ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a mí me diste, para que sean uno como nosotros".
La oración que Jesús dirige a su Padre en la última cena
tiene carácter de testamento y es también una instrucción para la comunidad. Los
que le sigan deberán tener presente aquello que el Señor ha pedido en su
oración al Padre porque eso es lo que espera de ellos.
Jesús ora por su propia glorificación, luego por los discípulos
que el Padre le ha dado y finalmente por aquellos que creerán en Él por el
testimonio y predicación de ellos. A esta oración de Jesús en la última cena se
la ha llamado desde tiempos antiguos oración sacerdotal por su carácter de
acción de gracias y de mediación (Jesús aparece como el mediador). Contiene la
cima de la revelación de Jesús a sus discípulos.
Se dirige a su Abba, con
la intimidad y amor que caracteriza su especialísima relación con Dios.
Manifiesta la absoluta confianza que le sostendrá en la prueba, le glorificará
en la cruz y asistirá también a los que han de continuar su obra.
Ha
venido la hora, dice Jesús. Es la hora de su pasión
y muerte, pero que a lo largo del evangelio de Juan significa, más bien, la
hora de su glorificación por el Padre y viceversa. “La hora” es un tema
recurrente en el cuarto evangelio. En Caná (c. 2) Jesús dio inicio a sus
signos, reveló por primera vez su gloria y creyeron en Él sus discípulos. La
glorificación que llegará a su culminación en la cruz se inicia en la cena de
Betania (c. 12).
La hora de su pasión y de su muerte cruenta le causa naturalmente una
gran turbación, pero se sobrepone por su confianza en su Padre y afirma: Ha llegado la hora y ¿qué he de decir: ¿Padre,
líbrame de esta hora? Pero si para esta hora he venido al mundo… (12,27). Será
la hora de que el grano de trigo caiga en tierra para dar fruto. En esa hora se
manifestará de manera plena el amor de su Padre por Él y por nosotros y Él, por
su parte, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amará hasta
el extremo (Jn 13,1).
“Gloria” en la Biblia no es la fama a los ojos de la gente, que es
vana-gloria. Gloria es lo que valemos a los ojos de Dios. Porque tú eres precioso ante mis ojos, tus vales mucho para mí y yo te
quiero (Is 43,4). Esa gloria se revela en lo que uno hace. Con sus obras y
con la entrega de su vida, Jesús revela la gloria que recibe del Padre.
Todo lo que Jesús ha hecho es dar vida, y vida en plenitud,
vida eterna. El don del Hijo es la
vida del Padre; eso es lo que Él nos comunica. “Vida eterna” en el evangelio de
Juan es sinónimo de “reinado de Dios” y de salvación; implica renacer y vivir
en fraternidad. Implica también “conocer” a Dios como Padre y a Jesús como el
Hijo, pero no con un conocimiento puramente racional sino como una experiencia
vital. Conocerte a ti es justicia
perfecta, y conocer tu poder es raíz de inmortalidad, dice el libro de la
Sabiduría (Sab 15,3).
Impresiona en la oración de Jesús el afecto que demuestra hacia
sus discípulos. Reconoce que son sus amigos porque el Padre se los ha dado sacándolos del mundo. Los considera un
don recibido de su Padre. Antes pertenecían al mundo, ahora a Dios.
Él les ha dado todo: les ha hecho conocer, creer, amar, seguir,
ser de Dios, ser consagrados, recibir gloria. Todos estos son verbos muy
característicos del evangelio de Juan y tienen que ver con la experiencia de fe
y del amor salvador de Dios revelado en Jesús, Palabra encarnada. Por la fe de sus
discípulos, por el conocimiento que han adquirido y por el amor que se tienen como
hermanos, Jesús se siente glorificado. Yo
he sido glorificado en ellos. Ahora, cumplida ya su obra en el mundo,
vuelve al Padre y conviene que se vaya para enviarles desde Él al Consolador y
para prepararles un lugar.
Ellos
no son del mundo, pero están el mundo, continuando
su misión, realizando sus obras y transmitiendo su palabra. Por haber seguido a
Jesús han adquirido una nueva forma de estar en el mundo, que les hace comportarse
como verdaderos hijos. Ninguna forma de evasión del mundo puede adoptar quien
sigue a Jesús y comprende lo que ha querido al reunirlos como sus discípulos.
Esto es lo que espera de nosotros y lo que, antes de partir, pidió por nosotros
en su oración de la última cena.
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