P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes".
Jesús habla del Espíritu Santo que enviará a los suyos como Espíritu de la verdad. Es el atributo
que quizá más tenemos en cuenta cuando lo invocamos y le pedimos: Espíritu
Santo, ilumina con tu luz nuestras mentes y dispón nuestros corazones para ver
la verdad y saber distinguir lo que es recto.
Él
los guiará a la verdad completa, dice Jesús. Esto no quiere decir que Él nos haya dado la verdad a medias y que
por eso el Espíritu deba completarla. Jesús nos lo ha revelado todo. Dios se
nos ha dicho todo en Él. Si se hubiese guardado algo, por así decir, sin revelárnoslo,
tendríamos aún que estar esperando otra revelación definitiva. En Jesús habita
la plenitud de la divinidad, dice San Pablo (Col, 2,9), en Él, en su Hijo, Dios se nos ha dado de una vez y para
siempre.
La función del Espíritu consistirá, entonces, en infundir en
nuestras mentes la luz que necesitamos para interpretar lo dicho por Jesús y
para vivirlo en la práctica y en el presente. El Espíritu Santo no dirá nada
diferente ni contrario a lo que dijo Jesús. Anuncia nuevamente, interpreta, habla
aquí y ahora lo que Jesús dijo entonces, actualiza su presencia viva. Lo que
hace el Espíritu es introducirnos en la verdad que es Jesucristo, mediante el
conocimiento que se adquiere por el amor y que es inacabable, pues siempre se
puede conocer y comprender más aquello que se ama.
Les
anunciará las cosas venideras. Esto no tiene nada que ver con
adivinación y vaticinio del futuro. El ser humano por ser mortal siente el
ansia de saber el futuro. De ahí el recurso a lo mágico, a las predicciones y
los horóscopos, que lo único que hacen es engañar la angustia presente. Las cosas venideras a las que alude Jesús
son las relativas al reino de Dios, que se desarrolla escondido como el grano
en tierra o la levadura en la masa. El Espíritu enseña a discernir los signos
de los tiempos, ilumina el presente a la luz del pasado (de la Palabra, de la
vida de Jesús), mantiene viva en el presente la memoria Iesu.
Él
me glorificará. La gloria se ha revelado en la humanidad (carne) del Hijo del hombre; por eso no se la capta totalmente, se
mantiene abierta a un conocimiento más y más pleno, hasta el infinito, que es lo
propio del conocimiento del misterio de Dios. Jesús ya ha sido glorificado por
el Padre en la cruz y en la resurrección. Aquí se habla de la gloria en los discípulos, de la gloria
del Hijo en los hermanos, de la gloria de Dios reflejada en nuestra vida. Yo les he dado la gloria que tú me diste (17,22) para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (17,26).
Todo
lo del Padre es mío: la misma gloria, el mismo amor,
la misma voluntad salvadora, el mismo ser. El Espíritu transmite eso, introduce
en la vida trinitaria, porque es el
ser-amor de Dios que se difunde en sus criaturas.
Lo que recibe de mí, lo dará. Comunica a Cristo hasta imprimirlo en nuestros corazones, para que seamos verdaderos hijos y hermanos, para que crezcamos continuamente en Cristo, hasta ser transformados en Él, para que nuestra carne mortal como la de Él sea signo del Dios invisible.
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