lunes, 24 de mayo de 2021

Ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre (Jn 19, 25-27)

P. Carlos Cardó SJ

Crucifixión de Jesús con María y Juan, óleo sobre tabla de Rogier Van der Weyden (1455), Museo de Arte de Filadelfia

Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María de Magdala.

Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.

En la fiesta de María, Madre de la Iglesia, la liturgia propone este texto del evangelio de Juan. En él se puede ver que todo es don en la pasión y muerte de Jesús: nos da a su Madre, nos da a su Espíritu en el instante de su muerte, nos da a la Iglesia y a sus sacramentos son la sangre y el agua que brotan de su costado abierto, nos da su Corazón.

San Juan resalta el don de la Madre. De pie junto a la cruz de su Hijo, está como la Mujer nueva, la nueva Eva al lado del nuevo árbol del que brota la vida verdadera. Está junto a la cruz en posición de quien contempla el misterio que la sobrepasa y sobrecoge, pero que se le revela interiormente por el amor y la fe que tiene a su Hijo.

La discípula, la gran creyente, la que será proclamada dichosa por todas las generaciones, es ahora la Madre de los dolores porque ha llevado hasta el fin su identificación con el Crucificado. Ella siguió a Jesús en todo momento, desde en Caná, en donde inició, a petición suya, los signos de su gloria, en unas bodas que preanunciaban la boda del Cordero crucificado, en la que también ella se hace presente. Por la fidelidad de su amor y de su fe, María es Madre y figura de la Iglesia, Madre de la nueva humanidad redimida. Y representa también a Israel, pero como esposa fiel que dice: Hagan lo que les diga.

Junto a la Madre estaba el discípulo a quien Jesús tanto quería, que una antigua tradición identifica con el apóstol Juan, pero que es también figura del discípulo de Cristo, de todo aquel que está llamado a reclinar la cabeza sobre el pecho del Maestro, a vivir en su intimidad y acompañarlo hasta el calvario. Es figura universal de todo aquel que es amado por el Hijo.

Él está también como quien contempla al Hijo del hombre levantado en alto, y su porte evoca al de Moisés que levantó la serpiente a lo alto (Jn 3, 14-15). El discípulo da testimonio de la vida eterna que gana para nosotros el Crucificado. Por eso será testigo privilegiado de la resurrección, llegará el primero al sepulcro y creerá, reconocerá después al Señor desde la barca, y permanecerá con nosotros hasta su retorno (Jn 21, 22). En su evangelio canta el amor del Hijo por nosotros.

Aparecen también en la escena la hermana de su Madre, María de Cleofas, y María Magdalena. Su fidelidad amorosa al Señor, a quien servían en sus necesidades, contrasta fuertemente con la infidelidad de los discípulos, pero mucho más con el odio de los judíos y de los verdugos.

Jesús ve a su Madre. No se preocupa de sí sino de los demás, piensa en su madre. Y le dice: Mujer, como la llamó en Cana. Israel es mujer, hija de Sión, como afirma la Biblia. En María, madre del redentor, llega a la perfección el pueblo escogido y se inicia la Iglesia.

- Ahí tienes a tu hijo, le dice el Hijo, pidiéndole que reconozca también al discípulo (y en él a todos nosotros) como a su hijo, como igual a Él.

- Ahí tienes a tu madre, dice luego al discípulo para que la reconozca como madre suya. Lo que el Señor más quiere, lo da: su discípulo a su madre y su madre a su discípulo. Ha establecido para siempre la relación madre-hijo que constituye a la Iglesia en su ser más íntimo y que hace ver mundo el amor del Padre y del Hijo que a todos nos hace hermanos.

Y desde aquella hora el discípulo la acogió, en su casa, se puede decir, en el espacio propio de lo que uno más ama y que más lo identifica. La acoge como su madre, de la que deriva la existencia de los que renacen por la fe y se hacen hijos en el Hijo, hermanos del Hijo por la carne y el Espíritu, porque Él asumió nuestra carne en el seno de María y habitó entre nosotros.

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