P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme".
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros.
Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: "¿Cómo es que comes y bebes con publícanos y pecadores?".
Jesús les replicó: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino para invitar a los pecadores a que se arrepientan".
Jesús realiza un gesto provocador. Llama
a un publicano a formar parte de su comunidad. Un judío decente evitaba el
trato con los publicanos, porque eran considerados pecadores públicos y
descreídos por dedicarse al vil oficio de recaudar impuestos para los romanos y
ejercerlo de manera fraudulenta.
La sorpresiva distinción de que ha sido
objeto, provoca en el publicano Leví el deseo de celebrarlo y organiza un
banquete. Quiere agradecer a ese Maestro galileo que haya tenido para con él
esa deferencia tan inesperada, y tan contraria a las costumbres y creencias de
los judíos, de contarlo entre sus discípulos. Naturalmente invita a muchos otros publicanos. Y Jesús acepta
la invitación a sentarse a la mesa con esa gente. Sorprendente.
La expectativa del Reino de Dios como un
banquete que reunirá a los justos y elegidos había cargado de simbolismo el
acto natural del comer: no sólo se celebraba el memorial del éxodo con el
banquete del cordero pascual, sino que el comer juntos solía ser expresión de
valores compartidos, alianzas, amistades.
Pero como en la mesa del reino Dios
comía sólo con sus elegidos y los otros quedaban excluidos, el judío sólo podía
sentarse a la mesa con gente considerada honesta, justa, fieles a su religión. Por
eso en la regla de la comunidad esenia, grupo especialmente excluyente y
rigorista, estaba establecido: Que ningún
pecador o gentil, ni cojo o manco o herido por Dios en su carne tenga parte en
la mesa de los elegidos (regla de Qumram).
Jesús cambia esta mentalidad. Los
pecadores no se han de evitar como apestados. El médico cura a los enfermos. En
Jesús, Dios se acerca a los excluidos, despreciados, no practicantes, traidores
–como los publicanos que trabajaban en favor de los romanos– y pecadores
públicos.
La comunidad cristiana toma conciencia.
El Dios de Jesús no es el dios de la sociedad judía puritana, excluyente y
discriminadora. Es Dios de misericordia, que ofrece a todos la posibilidad de
rehabilitarse. La comunidad cristiana toma conciencia de lo que es: pecadores
que han sido tocados por la gracia en Jesucristo. Cada uno puede verse en Leví,
o entre los invitados al banquete. Por consiguiente, no caben las discriminaciones.
No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No
he venido a llamar a justos sino a pecadores. Pablo dirá: Miren,
hermanos, a quienes eligió Dios: no hay entre ustedes sabios, ni poderosos…, lo
débil del mundo escogió Dios… (1 Cor 1, 26).
En la mesa del Señor nos sentamos los
pecadores. Es él quien nos congrega de toda raza, lengua y cultura. Reúne a
todos los hijos e hijas de Dios dispersos. Y le damos gracias porque nos hace
dignos de servirlo en su presencia. Indignos todos; la gracia es la que nos
dignifica.
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