P. Carlos Cardó SJ
Detalle del óleo sobre lienzo titulado Curación del sordomudo de Decápolis, de Bartholomeus Breenbergh (1635), Museo
del Louvre, París
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar, y le pidieron que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá", esto es: "Ábrete". Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Jesús
quiere llevarnos a “escuchar y entender” su Palabra para que la podamos aplicar
a nuestras vidas y transmitirla. Es lo que realiza mediante la curación de un
discapacitado sordomudo. Y como se trata de un extranjero, habitante de la
Decápolis, en la actual Jordania, Jesús nos hace ver también que su palabra y
su obra son para todos sin distinción, no sólo para el pueblo judío.
Le llevaron a un hombre sordo que
apenas podía hablar, y le suplicaban que impusiera sobre él la mano.
No se dice quiénes son los que lo llevan, pero deben ser gente religiosa porque
aprecian el significado que tenía en las culturas semitas el gesto de imponer
las manos. Además, es muy probable que hayan oído hablar de lo que Jesús hace en
favor de los pobres y de los enfermos.
Jesús, entonces, lo apartó de la
gente… (lo mismo hará con el ciego de Betsaida – 8,23). Con ello quizá quiere
evitar reacciones equívocas. La gente, al ver las acciones que realizaba en
favor de los enfermos y de los pobres, se entusiasmaba y lo aclamaba como Mesías,
pero Jesús no se lo permitía porque los judíos tenían otra idea de los que
debía ser el Mesías.
La
curación del sordomudo se realiza en dos tiempos. Primero, Jesús introduce los
dedos en los oídos del enfermo y toca con saliva su lengua. Después, lo más importante,
viene la palabra de Jesús: Effetá, que
significa ¡Ábrete!, que revela y
convierte en realidad el significado de los gestos simbólicos empleados. Y al
enfermo se le abren los oídos y se le suelta la lengua. Se convierte en una
persona nueva. Se cumple lo anunciado por Isaías (Is 35, 5-6): con la llegada del Mesías los oídos de los sordos se
abrirán y la lengua de los mudos se soltará, nacerá un pueblo nuevo de personas
libres que acogen la palabra de Dios.
El
texto nos ofrece, pues, la imagen de un Jesús, portador del poder de Dios, que
realiza la salvación mesiánica anunciada por Isaías. Al mismo tiempo, el
evangelista Marcos presenta la figura del sordomudo como representante de los
miembros de la comunidad eclesial que proceden de una cultura o de un nivel socioeconómico
diferente a los de la mayoría: el sordomudo no es judío, es un extranjero
menospreciado por los judíos. Aquella comunidad a la que Marcos dirige su evangelio
tenía las mismas dificultades que nosotros para creer y, sobre todo, para
acompañar la fe con el testimonio de un amor solidario que lleva a acoger a los
demás sin hacer acepción de personas por prejuicios o motivaciones excluyentes de
la índole que sean.
Nos
podemos también ver reflejados en el pasaje evangélico por nuestra personal
manera de oír las enseñanzas de Jesús y hablar de ellas. No siempre oímos
cuando debemos oír, ni hablamos cuando debemos hablar. A veces nos falta coraje
para decir lo que pensamos. No escuchamos a los que nos son extraños o piensan
de manera diferente. Los problemas del mundo nos superan y nos quedamos mudos a
la hora de denunciar las injusticias que hacen sufrir a la gente; incluso
podemos cerrar la boca por miedo a las consecuencias o por connivencia con lo
que es censurable.
Así,
uno puede volverse sordo para oír sólo lo que le conviene, lo que no incomoda; y
tornarse mudo, sin capacidad de comunicación con los demás y con Dios.
El
evangelio del sordomudo nos hace ver también que podemos silenciar el mensaje
cristiano si cerramos los oídos a las necesidades reales de la gente, si
hablamos de Dios, pero no compartimos, si queremos llevar una vida santa pero no
traducimos el evangelio en gestos de amor concreto en favor de nuestro prójimo.
Por santo que sea el mensaje, sólo adquiere credibilidad cuando se lo lleva a
la práctica.
Dejemos
que el Señor, como al sordomudo, se nos muestre cercano y compasivo, que nos enseñe
a amar, llevándonos aparte, si es necesario, de los círculos cerrados en que
nos movemos y defendemos. Él nos abrirá los oídos y nos soltará la lengua.
Entonces la Iglesia hablará la lengua de la gente, como en Pentecostés, cuando
todos la entendían y la oían en sus propias lenguas proclamar las grandezas del
Señor (Hech 2,11).
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