P. Carlos Cardó SJ
El rey Herodes oyó hablar de Jesús, ya que su nombre se había hecho famoso. Algunos decían: «Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él poderes milagrosos.» Otros decían: «Es Elías», y otros: «Es un profeta como los antiguos profetas».
Herodes, por su parte, pensaba: «Debe de ser Juan, al que le hice cortar la cabeza, que ha resucitado».
En efecto, Herodes había mandado tomar preso a Juan y lo había encadenado en la cárcel por el asunto de Herodías, mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado. Pues Juan le decía: «No te está permitido tener a la mujer de tu hermano».
Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero no podía, pues Herodes veía que Juan era un hombre justo y santo, y le tenía respeto. Por eso lo protegía, y lo escuchaba con gusto, aunque quedaba muy perplejo al oírlo.
Herodías tuvo su oportunidad cuando Herodes, el día de su cumpleaños, dio un banquete a sus nobles, a sus oficiales y a los personajes principales de Galilea. En esa ocasión entró la hija de Herodías, bailó y gustó mucho a Herodes y a sus invitados. Entonces el rey dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le prometió con juramento: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Salió ella a consultar a su madre: «¿Qué pido?»
La madre le respondió: «La cabeza de Juan el Bautista».
Inmediatamente corrió a donde estaba el rey y le dijo: «Quiero que ahora mismo me des la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja».
El rey se sintió muy molesto, pero no quiso negárselo, porque se había comprometido con juramento delante de los invitados. Ordenó, pues, a un verdugo que le trajera la cabeza de Juan. Este fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Luego, trayéndola en una bandeja, se la entregó a la muchacha y ésta se la pasó a su madre.
Cuando la noticia llegó a los discípulos de Juan, vinieron a recoger el cuerpo y lo enterraron.
La muerte de Juan anticipa la de Jesús. En su martirio, el profeta
revela la verdad de la causa a la ha entregado su vida; demuestra que hay
valores que valen más que la vida.
La
fama de Jesús se había extendido y el rey Herodes oyó hablar de él.
La fe se transmite por la palabra. Pero Herodes no es capaz de alcanzarla:
escucha cosas pero no las entiende y queda confundido. Se destaca este rasgo de
su personalidad: es un confundido, voluble, influenciable. Le llegan las distintas
opiniones que circulan sobre Jesús, y él cavila: ¿será Juan Bautista a quien yo
mandé matar? Respetaba a Juan, lo tenía por santo y lo protegía, pero lo que
decía lo dejaba confundido, y al final se dejará influenciar por el qué dirán y
por su mujer, y lo mandará matar.
Pablo hablará de los que ocultan la verdad por las cosas malas que
hacen (Rom 1,18). Estas cosas malas
en el caso de Herodes son su escandalosa unión con la mujer de su hermano, la opulencia
que exhibe en su corte y el despotismo con que gobierna.
¡No
te es lícito tener la mujer de tu hermano!,
le había dicho Juan. Por eso Herodías lo
odiaba y quería matarlo, pero no podía. Los corruptos sienten como una
amenaza a todo aquel que les hace ver su delito. Al no hallar la forma de desmentir
la denuncia, querrán acabar con él, pensando que así quedarán tranquilos. Es lo
que quiere Herodías pero no puede porque el rey respeta a Juan.
La
oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofreció un banquete. El
banquete en la Biblia es uno de los más bellos símbolos de la unión definitiva
de Dios con sus hijos. El banquete de Herodes, en cambio, es la fiesta del
mundo, en la que la belleza y el placer, representados en la muchacha y en su
danza, ya no dan vida sino producen muerte. La mentalidad de Herodes todo lo
pervierte. Celebra el aniversario de su nacimiento dando muerte al inocente.
Por eso Jesús pondrá en guardia a sus discípulos para que no se dejen
contaminar por la levadura de los fariseos y de Herodes (Mc 8, 15), porque esa mentalidad tiene un fuerte impacto social. Se
difunde hasta hoy.
La hija de Herodías bailó y dejó embelesados a Herodes y a los
invitados. Pídeme lo que quieras y te lo
daré, le dijo el rey, y añadió: Te
daré hasta la mitad de mi reino. Movido por el engaño de su torcido
corazón, o por inconsciencia o mala voluntad, el hombre se cree obligado a
cumplir sus promesas erradas. Es muy común este quedar entrampado el sujeto en
sus contradicciones.
La muchacha, instigada por su madre, le pidió la cabeza del
Bautista. La búsqueda desordenada de
la propia seguridad, del mantenimiento de la posición adquirida y de los
intereses individuales ciega el corazón de las personas y las induce al crimen.
El proceder de los tres personajes que focalizan la escena –el rey, la hija y
la madre– tipifican los horrores de muerte que causa la corrupción en la
sociedad.
La joven, sin personalidad, incapaz de decidir por sí misma, encuentra
su seguridad en endosarle a la madre la decisión a tomar: ¿qué pido? La madre instrumentaliza pérfidamente a su hija para lograr
su cometido de mantener la relación escandalosa con el rey. La ceguera del
corazón pone el propio interés por encima de la vida de un inocente. Y el rey, finalmente,
queda entrampado en sus propias dependencias: cegado por su sensualidad, que ha
quedado incitada por la belleza de la joven, comete la insensatez de prometerle
hasta la mitad de su reino; esclavo de su poder y prestigio, no puede desairar
a la joven ni dejar de cumplir el juramento hecho ante los convidados; sometido
a su mujer, acatará su voluntad asesina a pesar de la tristeza que siente.
Queda patéticamente contrapuesta la grandeza de Juan Bautista, que
muere por su libertad de palabra y por su fidelidad a la misión recibida, y la bajeza
de Herodes y los suyos, cuya falta de conciencia les lleva a pisotear los
valores más fundamentales.
El relato concluye con una nota de piedad, que señala, además, el
epílogo de la vida y misión del Bautista: vinieron
sus discípulos, recogieron su cuerpo, le dieron sepultura…
Finalmente puede verse aludido en el pasaje el tema de la ética
política que aporta el cristianismo. El cristiano fiel a sus principios nunca
podrá dejar de tener una postura crítica frente a las maniobras injustas de los
poderosos y las actuaciones corruptas de gobiernos en los que reinan muchas
veces la hipocresía, el sometimiento servil al gobernante y las alianzas para
delinquir. Muchos, con razón, señalan que el delito de Juan Bautista –que se
prolonga en el de muchos cristianos hoy– consistió en no quedarse con la boca
cerrada.
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