P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron.
Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: "Todo el mundo te busca".Él les respondió: "Vamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para esto he salido".
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Tenemos aquí un milagro pequeñito, quizá el más insignificante del evangelio, que hasta puede pasar inadvertido. Pero en su sencillez tiene una gran riqueza de contenido. Quizá por esto Marcos lo pone como el primero, ya que sirve de guía para interpretar los que siguen.
Es la primera victoria de
Jesús sobre el espíritu del mal que daña al ser humano. La suegra de Pedro estaba
en cama con fiebre. Jesús la tomó de la mano, la fiebre se le pasó y de
inmediato se puso a “servir”. El ponerse a servir es el signo de la curación. Y
no se trata aquí simplemente del servicio casero, atribuido al ama de casa. Se
trata de la actitud característica que han de tener los verdaderos discípulos. Jesús
libera a la persona para que pueda moverse en la vida con el mismo espíritu que
le hace decir a Él: “El que quiera ser importante entre ustedes sea su
servidor… Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido sino a servir”
(10,43.45).
Así, esta mujer es puesta
al comienzo del evangelio de Marcos como modelo de discípula que encarna y
testimonia el espíritu del Señor. Por eso conviene vincularla con la otra mujer
que aparece al final de la vida pública de Jesús, la viuda pobre que, con sus
moneditas depositadas en la alcancía del templo, dará no de lo superfluo sino todo
lo que tenía para vivir (12,44), convirtiéndose en
modelo de generosidad cristiana.
Dice el texto que al caer
la tarde le llevaron a Jesús todos los enfermos y que la población se agolpaba
a las puertas de la casa. Es una imagen viva de la credibilidad que la Iglesia
ha de procurar demostrar, la credibilidad que brota de su apasionado amor a los
necesitados y que la hace un espacio visible de la misericordia.
La segunda
parte del evangelio de hoy nos habla de la oración de Jesús: De madrugada, antes del amanecer, se levantó
Jesús, fue a un lugar solitario y allí comenzó a orar. En la oración, Jesús
se relaciona con su Padre del cielo como el centro más íntimo de su vida. Él
sentía continuamente la presencia de su Padre y todo lo que hacía era para
darle gloria, pero aun así sabía reservar momentos especiales para estar a
solas con su Abbá, con su Padre
querido, y recibir aliento para continuar su obra (v. 35). Lo resume bien
esta frase de Lucas (5,15): Su fama se
extendía cada vez más y una gran multitud afluía para oírle y ser curados de
sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios.
Es lo que vemos en el texto de hoy: Jesús se ha pasado el día
anterior haciendo el bien a la gente. Ahora su corazón necesita el contacto
entrañable con el Padre. Los discípulos salen a su encuentro y le dicen: Todo
el mundo te busca. La gente, que ha visto sus prodigios, quiere que los siga
realizando (1,34). Pero Jesús ha estado en oración y ha decidido hacer
la voluntad de su Padre, que le lleva a una decisión distinta de la que los
discípulos y la gente esperaban de Él: se puso de inmediato a recorrer toda Galilea, predicando en
las sinagogas y expulsando demonios (v. 39).
Como
su Maestro, el cristiano ha de anunciar la Palabra de Dios confirmándola con su
conducta y con sus obras en favor de sus hermanos. Pero sabe también que necesita
la fuerza de lo alto para perseverar. Por eso, en su oración, busca la
orientación de la Palabra, y lo deja todo
en las manos de Dios, que es en definitiva quien inspira, sostiene y lleva a
buen término toda obra buena.
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