P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva".
No
cabe duda de que Jesús fue tentado en su realidad humana. No fue aparentemente
tentado -como afirmaron algunos herejes-, sino de verdad y a lo largo de su
vida, empezando por el tiempo que pasó en el desierto. Quiso someterse
libremente a la tentación para estar cerca de los que son tentados.
Fue
llevado por el Espíritu al desierto. En nuestra
existencia, todos atravesamos por desiertos: son las crisis inevitables de toda
vida humana. Y aunque la palabra crisis mueve a temor, no hay por qué verla
como catástrofe. Enfrentada y sostenida por la fe, una crisis puede ser fuente
de nuevas posibilidades, de consolidación de nuestra personalidad en humildad,
aunque, de hecho, siempre produzca algún desequilibrio. Pero es ineludible
pasar por la prueba que purifica el corazón humano del afán de posesión y de
dominio, es decir, de lo que nos aleja de los verdaderos valores que muestra
Jesús en el evangelio.
En el desierto, Satanás tentó a Jesús,
nos dice Marcos. Satanás (palabra aramea)
significa “el que acusa”, “el que divide”, el “adversario”. Crea división entre
Dios y nosotros, rompe la unidad que debe haber entre las personas y nos deja
solos. Nos hace caer y nos acusa. En el
“Fausto” de Goethe el espíritu diabólico se presenta como aquel que “siempre se
niega” y que busca destruir lo que es y lo que está por nacer. Promueve desorden
y ruptura en la creación. Las relaciones humanas se rompen. Y por eso, el No que
destruye y el Sí que crea siempre están en lucha, uno contra otro.
Los cuarenta
días no hay que entenderlos en sentido cronológico. Hacen referencia a los
cuarenta años que pasaron los israelitas en el desierto (Dt
8,2.4), y simbolizan toda una generación, un período de experiencia particularmente intensa y decisiva.
¿En qué consistió la tentación de Jesús?
Satanás tienta a Jesús en la forma de realizar su vocación mesiánica de salvar al
mundo: no conforme a la voluntad de
Dios, es decir, por el camino de un Mesías Siervo
que redime con la solidaridad, la verdad, el servicio y el amor que le
llevará hasta “dar la vida por todos” (10,45) muriendo en la cruz, sino “como
piensan los hombres”, es decir, por el camino de un Mesías poderoso que domina
y somete.
Fue una tentación que acosó a Jesús a lo
largo de su vida; le vino unas veces de parte de los poderosos de este mundo,
otras veces de parte de sus propios discípulos como Pedro, que intentó disuadir
a su Maestro de subir a Jerusalén donde iba a ser crucificado y recibió de Jesús
una severa reprensión: Apártate de mí
Satanás -le dijo Jesús-, tú piensas
como los hombres no como Dios”. Llegada la hora de la pasión, esta
tentación alcanzará su intensidad suprema, que le obligará a decir: Padre, todo te es posible: Aparta de mí este
cáliz (14,36).
Podríamos
decir que la tentación de Jesús es la de toda persona que pretende ser hijo o
hija de Dios pero viviendo a su manera; tentación de pensar como los hombres y no como Dios. Es el mal que actúa en el
corazón del ser humano desde Adán.
La
corta narración de Marcos concluye con una enigmática constatación: vivía
entre las fieras (en convivencia pacífica) y los ángeles le servían. Se
puede ver aquí una referencia implícita a Adán que, antes de pecar, vivía entre
los animales, en comunión con la creación entera, sin temer ningún peligro (Gn 2,20). Jesús, viene
a inaugurar los tiempos nuevos, a restablecer la armonía que había en el
principio. Jesús enfrenta al mal y lo vence, dando origen al hombre nuevo, que vive en armonía consigo
mismo, con sus semejantes, con la naturaleza y con Dios. Este Mesías, que atraviesa
los desiertos del hombre, se revela como el Hijo, a cuyo servicio están los
ángeles.
Superada
la prueba, Jesús inicia su predicación, proclamando la instauración del reinado
de Dios. Anunciado por los profetas, el reinado de Dios, consiste en el
cambio del corazón del hombre, en la transformación de toda situación de
injusticia y en el cumplimiento de la esperanza.
El
reinado de Dios trae consigo la transformación plena de este mundo. Para acogerlo
hay que convertirse: Conviértanse –dice
Jesús- y crean en la Buena Noticia. Se trata de un cambio en el
comportamiento personal y también en la actuación pública. La conversión a la
que Jesús invita no se reduce a unas cuantas prácticas de piedad y penitencia:
es la vida entera puesta al servicio del Señor y de los demás.
Es acoger libre y responsablemente la Buena Noticia anunciada por Jesús. Y lo
definitivo en la buena noticia de Jesús es que el ser humano alcanza su
plenitud, cuando sale de sí mismo y se deja modelar por el amor divino. Nuestro
compromiso en esta cuaresma lo podríamos sintetizar así: hacer con mi vida
creíble el evangelio.
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