P. Carlos Cardó SJ
Mientras Jesús caminaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando una red al lago, pues eran pescadores.
Les dijo: “Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres”.
De inmediato dejando las redes le siguieron.
Un trecho más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago de Zebedeo y Juan, su hermano, en la barca con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó, y ellos inmediatamente, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
En la liturgia de la fiesta del apóstol San Andrés, se lee el
texto de Mateo sobre el llamamiento de los primeros discípulos, en el que se le
menciona entre los primeros a los que Jesús llamó junto al lago de Galilea. Su
nombre significa varón, hombre maduro, y era natural de Betsaida (Jn 1, 44), en la orilla norte del lago. Pescador
de oficio, en sociedad con su hermano Pedro (Mt 4,18), fue primero discípulo de Juan Bautista y conoció por él a
Jesús como “el Cordero de Dios” junto al Jordán (Jn 1, 35-40).
Mateo habla del llamamiento de los primeros discípulos después del
bautismo de Jesús y de las tentaciones en el desierto. Jesús da inicio a su
actividad pública reuniendo un grupo de discípulos. Caminando Jesús por la orilla del mar de Galilea, vio a dos hermanos,
Simón llamado Pedro, y Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… Los llama cuando
están en plena labor, echando la red, porque son pescadores, y les hace
separarse del trabajo y de la vida familiar porque los quiere a tiempo completo
para formarlos como pescadores de hombres,
continuadores de su obra. La imagen de la pesca alude a la labor misionera, que
habrán de realizar.
Y
ellos, dejando inmediatamente sus redes, lo siguieron. Lo
dejaron todo, sin duda por la fuerte atracción que produjo en ellos su persona
y su llamada. El adverbio inmediatamente resalta
la prontitud y radicalidad de la obediencia con que siguen la llamada del
Señor: dejan las redes sin siquiera arrastrarlas a tierra.
Idéntica respuesta dan Santiago y Juan, hijos de Zebedeo (v. 22). A
partir de ahí, Jesús pasó a ser lo más importante en sus vidas, el valor
supremo frente al cual todo resulta relativo: redes, barca, familia. Aprenderán
a orientar todo hacia el servicio de Dios y el bien de los prójimos, sin
dejarse llevar por afectos desordenados que les impidan seguir a Jesús. La
prontitud y radicalidad de la respuesta a la llamada de Jesús equivale en el
evangelio de Mateo a la conversión, en términos de cambio de mente y actitudes,
que exige el reino de Dios.
La teología que subyace al evangelio de Mateo es fuertemente
eclesiológica. Por eso, el término «discípulo» hace referencia al miembro de la
comunidad de la Iglesia, es decir, al cristiano que, por el bautismo, ha sido
hecho discípulo y misionero. La tradición cristiana, además, ha considerado a
la región de Galilea, en la que Jesús realizó la mayor parte de su actividad
pública, como el lugar de origen de ella misma.
Allí nació la Iglesia, en esa zona pobre de Palestina y en la
persona de esos pescadores que se convirtieron en seguidores de Jesús de
Nazaret. Y así sigue naciendo y creciendo la Iglesia. Todos, pues, podemos
sentirnos llamados en la persona de esos pescadores. Jesús cuenta con nosotros
hoy como contó con ellos para prolongar su misión en el mundo.
La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Como los
primeros discípulos, seguir al Maestro puede ser también para nosotros vivir
con Él en comunión de vida, que nos irá transmitiendo una forma de ser, un mismo
sentir y pensar. Sus palabras: Vengan conmigo,
señalan que lo primero es la relación personal con Él. Del estar con Él brotará
todo lo demás: ser pescadores de hombres.
No nos imaginemos cosas extraordinarias. Como los primeros
discípulos, el cristiano escucha la llamada del Señor en su vida ordinaria, por
profana que sea o por insignificante que pueda parecerle. Hagamos lo que
hagamos, la palabra toca nuestro interior, haciendo salir la verdad más
profunda, que marcará el sentido de nuestra vida. Vente conmigo.
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