P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo puso Jesús una comparación a sus discípulos: "Fíjense en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, basta verlos para saber que la primavera está cerca. Pues cuando vean que suceden estas cosas, sepan que está cerca el Reino de Dios. Les aseguro que, antes que pase esta generación, todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
A las cuestiones que los
discípulos se hacían sobre el fin del mundo, Jesús responde empleando imágenes
que evocan las del género literario de la apocalíptica judía, y que proyectan una
visión de la historia en la que se desarrolla el plan de salvación en etapas
sucesivas: primero el juicio sobre Jerusalén, luego el tiempo de la Iglesia y
finalmente el de la venida del Hijo del hombre y del establecimiento del reino
de Dios.
Ahora, con la parábola de la
higuera, aclara sus palabras sobre lo que
se le viene encima al mundo (Lc 21, 26) y sobre la inminencia de la
liberación. Hace ver a sus discípulos que su actitud de espera no debe ser ni
la de los fanáticos que esperan con impaciencia el fin, ni la de los escépticos
y resignados que no esperan nada.
La observación de los cambios que
aparecen en la higuera le sirve a Jesús para enseñar a los discípulos a estar
atentos a los acontecimientos de la historia y discernir en ella los signos que
permiten intuir, ya ahora, el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a
la libertad. Cuando la higuera empieza a echar brotes, se puede saber que el
verano ya está cerca, los nuevos tallos y las hojas que aparecen anuncian las
frutas de verano. De ahí Jesús saca esta conclusión: Aprendan a interpretar
esas otras señales; cuando las vean, sabrán que el reino de Dios está cerca.
Es necesario discernir su venida
en lo ordinario de cada día. La historia tiene valor salvífico, en ella actúa
el Señor, en ella se da el paso de la vieja a la nueva creación. La esperanza tiene
el carácter de lo cotidiano, pues el cristiano tiene ya el Espíritu Santo que
le permite vivir anticipadamente la vida eterna en las experiencias de fraternidad,
justicia y equidad que se pueden promover aquí y ahora.
Estas experiencias concretas
sostienen la esperanza en el futuro, que traerá el don de Dios pleno y para
siempre. Es la esperanza que Jesús quiere inculcar en los discípulos con
expresiones de cuño apocalíptico como: les
aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. No indica
una fecha concreta ni permite un cómputo cronológico, pero asegura la venida
del reino como el don por excelencia de lo alto. La historia, por la presencia
del Resucitado en ella, contiene, como la yema de la higuera, el fruto de la
futura resurrección. La parábola va contra las desviaciones del cristianismo
que prometen una salvación futura sin relación con la historia.
Actitud característica del
cristiano es el discernimiento. Vive buscando en todo la presencia de Dios y su
voluntad, para adaptar a ella su conducta. Sabe que en todo está Dios y que hay
un contenido de esperanza en toda realidad. Por eso no se deja embotar la
conciencia por la desconfianza o por la frivolidad que impiden ver más allá de
lo sensible e inmediato. Su búsqueda continua en la oración lo libra también de
la insatisfacción que sobreviene a quien sólo se interesa por las cosas
transitorias del presente, porque no ve un futuro que le apasione y lo empuje a
cambiar, a dar de sí, a crear.
La esperanza anima, dinamiza,
motiva con la satisfacción de la meta, con el gusto del fruto que despunta. El
cristiano discierne por dónde viene el futuro nuevo y distinto que todos
deseamos y aporta para su construcción todo lo que es y todo lo que tiene.
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