lunes, 23 de noviembre de 2020

La ofrenda de la viuda (Lc 21, 1-4)

P. Carlos Cardó SJ

El óbolo de la viuda, ilustración de Gustav Doré (1866), publicado en The Doré Bible Gallery

Jesús levantó la mirada y vio a unos ricos que depositaban sus ofrendas en el arca del tesoro del Templo. Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos moneditas. Entonces dijo:

«En verdad les digo que esa viuda sin recursos ha echado más que todos ellos, porque estos otros han dado de lo que les sobra, mientras que ella, no teniendo recursos, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Junto con los huérfanos, las viudas son en la Biblia el estamento social más pobre y necesitado. Dependen de los demás para poder subsistir. Dios las auxilia y escucha. Por eso se le alaba: Padre de huérfanos y defensor de viudas es el Señor en su santa morada (Sal 68, 6). El hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra su amor al extranjero dándole pan y vestido (Dt 10,18). Tan clara es esta actitud de Dios para con los necesitados, que el comportamiento moral propuesto por los profetas como característico de la religión judía se resumía en esto: Juzguen con rectitud y justicia; practiquen el amor y la misericordia unos con otros. No opriman a la viuda, al huérfano, al extranjero o al pobre, y no tramen nada malo contra el prójimo (Zac 7, 10).

Por eso Jesús ha censurado duramente a los escribas, maestros de la ley, porque cometen una abominación que Dios no soporta: devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones y por eso tendrán un juicio muy riguroso (Lc 20, 47). Se refiere a las sumas de dinero que los fieles les daban, suponiendo que ofrecerían largas oraciones por ellos; y también a otra serie de acciones que cometían, como por ejemplo: asesoraban judicialmente a las viudas y les exigían estipendios aunque estaba prohibido; actuaban como fideicomisos para administrar el patrimonio que les dejaban sus maridos y las defraudaban; se hacían hospedar e invitar por ellas sin tener en cuenta sus escasos recursos.

Después de ese discurso, Jesús –como señala el evangelio de Marcos– fue a sentarse frente a la Sala del Tesoro del templo y vio cómo muchos ricos echaban cantidades considerables en las arcas. De pronto observó algo que ni sus oyentes ni sus discípulos habían percibido: el contraste entre los ricos que echaban de lo que les sobraba y una viuda pobre que había depositado apenas unas moneditas, pero era todo lo que tenía para vivir.

Jesús pondera la fe de la viuda, puesta de manifiesto en la generosidad con que actúa, pero, además, dado el acento social con que escribe el evangelista Lucas, se puede suponer que critica con esas mismas palabras al injusto sistema de recolección de fondos para el templo, que significaba una carga para la modesta economía del pueblo y podía conducir a la ruina a algunos, como aquella pobre viuda. Indudablemente la confianza con que esta mujer se abandona en las manos de Dios se contrapone diametralmente con la autosuficiencia de los ricos, que se limitan a dar únicamente de lo que les sobra y muchas veces para lograr el público reconocimiento.

Aquella viuda se convierte en modelo de evangelio vivo y figura del mismo Jesús, de quien dirá Pablo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8, 9). Él no tuvo dónde reclinar la cabeza pero no dudó en soportar fatigas y molestias para servir a los demás, aun quedándose sin tiempo para comer. Su generosidad fue espléndida, sin límites, como puede comprobarse en las acciones que realizaba en favor de las multitudes hambrientas y de los enfermos. Y después de una vida de servicio culminó su obra en el mundo con la entrega de su vida en la cruz.

Los discípulos están advertidos: las instituciones religiosas pueden pervertirse cuando los métodos que emplean no tienen en cuenta la situación real de las personas y las obligaciones impuestas resultan gravosas a los pequeños y a los débiles. Y está también la lección que se debe sacar de esa pobre mujer, que con su gesto de generosidad y confianza en Dios, se yergue como la maestra que enseña a todos la lección más importante del evangelio.

El mensaje cristiano se transmite principalmente por el ejemplo y testimonio de las personas que lo viven. Por eso muchas veces los pobres nos evangelizan y liberan a la Iglesia de todo intento de poder y de abundancia.

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