lunes, 28 de septiembre de 2020

Quién es el más importante (Lc 9, 46-50)

 P. Carlos Cardó SJ

Jesús y los niños, óleo sobre lienzo de Leopold Flumeng (fines del siglo XIX), Catedral de San Pedro, Lovaina, Bélgica

A los discípulos se les ocurrió preguntarse cuál de ellos era el más importante.

Jesús, que conocía sus pensamientos, tomó a un niño, lo puso a su lado, y les dijo: «El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El más pequeño entre todos ustedes, ése es realmente grande».

En ese momento Juan tomó la palabra y le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para echar fuera demonios, y le dijimos que no lo hiciera, pues no es discípulo junto a nosotros».

Pero Jesús le dijo: «No se lo impidan, pues el que no está contra ustedes, está con ustedes».

Los dos últimos episodios de la actividad de Jesús en Galilea, que pone el evangelio de San Lucas, se centran en la enseñanza sobre el comportamiento de los discípulos entre sí y las condiciones para entrar en el reino de Dios.

Jesús habla a sus discípulos de su camino de cruz, que sólo se entiende como la culminación de una vida entregada al bien de los demás; pero sus palabras caen en el vacío porque ellos andan preocupados por saber quién es el más importante en el grupo. Entonces Jesús toma a un niño y lo pone a su lado para que sus discípulos entiendan que la grandeza a la que deben aspirar no es la que el mundo les enseña, sino la propia de la condición del niño, que representa lo más débil en la sociedad. Con él Jesús se identifica y le confiere la más alta distinción.

Hijo de Dios, enviado del Padre, no ha buscado para realizar su misión el prestigio y el poder de este mundo, sino que se ha identificado con la condición de los niños, que en la sociedad judía de entonces formaban parte de la categoría social de los sin derechos y de los que no contaban.

Por eso quiere hacerles comprender a sus discípulos que acogerlo y apreciarlo a Él implica acoger solidariamente a aquellos que constituyen el polo débil, indefenso e insignificante de la sociedad humana; este es el criterio para saber si realmente se acepta y acoge a Jesús, porque con ellos Él se identifica. Además, sin esta actitud, las relaciones dentro del grupo de los discípulos y con los demás no serán como deben ser, es decir, no serán un referente eficaz para la organización de la sociedad.  

La importancia de esta enseñanza se resalta dentro del contexto. Jesús ha venido advirtiendo a los Doce lo que le va a pasar en Jerusalén adonde se dirigen. Ha intentado hacerles ver la lógica diferente que le mueve a ver en la entrega de su vida la realización del plan de su Padre y su propia realización como salvador del mundo. Ha querido que esa lógica fuera asumida por ellos como su nuevo modo de pensar y de organizar la vida.

Pero mientras Él les habla de entrega y sacrificio, ellos siguen pensando en lo contrario, discutiendo sobre quién será el más importante del grupo. Están igual que Pedro, a quien –según Mateo y Marcos– le dijo Jesús: ¡Colócate detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque no piensas como Dios, sino como los hombres (Mt 16, 23; Mc 8,33). Esta dificultad para pasar de la manera de pensar de los hombres a la de Dios es la razón de fondo de la ceguera y falta de comprensión que mantuvieron los discípulos hasta el final respecto a la enseñanza de su Maestro. Había en ellos ambición, búsqueda de poder y deseo de protagonismo. Por eso su ofuscación frente a lo que Jesús les decía y la rivalidad que había entre ellos en el grupo.

Puso al niño junto a él, Marcos dice: lo puso en medio de ellos y lo abrazó (Mc 9,36; Cf. Mt 18, 2), como para que los discípulos fijen sus ojos en él y en quienes representa, porque viéndolos a ellos, lo verán a Él. Aquí, entonces, no se trata de hacerse niños para poder entrar en el reino de Dios, de lo cual hablará más tarde (Cf. Lc 18, 16; Mc 10, 14; Mt 19,13), sino de la condición para acoger verdaderamente a Jesús, que consiste en acoger al niño, a los pequeños y a los débiles: El que acoge a este niño a mí me acoge.

Finalmente, señalando directamente a lo que él es y al origen de su misión, añade Jesús: El que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Con estas palabras afirma la peculiar relación que le une a Dios como su Padre, de quien procede y de quien recibe –con plena adhesión y conformidad de su parte– el sentido y dirección de todo lo que Él dice y realiza, hasta la orientación de su vida hacia la muerte y resurrección.

Queda claro que sólo puede comprenderse el destino de cruz del Hijo del hombre si se parte de una lógica diferente en el modo de pensar la propia realización personal, las relaciones dentro de la comunidad cristiana y la organización de la sociedad. La persona logra una existencia plena de sentido en su entrega a los demás y en su acción solidaria  en favor de los pequeños; la autoridad dentro de la Iglesia es servicio, no puede fundarse en cargos, prestigio y poder; la sociedad se ha de organizar no en función de los intereses particulares de grupo, sino en función de la integración y promoción de todos, en especial de los más necesitados. Eso es lo que quiere Dios y lo que enseña Jesucristo.

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