lunes, 7 de septiembre de 2020

El hombre de la mano paralizada (Lc 6, 6-11)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús con el hombre de la mano paralizada, mosaico bizantino de autor anónimo (siglo XII aprox.), Catedral de Monreale, Palermo, Italia
Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar.Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: "Levántate y ponte ahí en medio".Él se levantó y se quedó en pie.Jesús les dijo: "Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?". Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: "Extiende el brazo".Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido.Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.
Jesús realiza otra curación en día sábado. Se insiste en el tema porque el culto del sábado (y en particular la observancia del precepto del descanso sabático) era central en la religión y espiritualidad judía. Hacía presente el tiempo de la creación, y el tiempo del encuentro de Dios con su pueblo, salvando, liberando. Por ello, se dedicaba el sábado a encontrarse con Dios, orando, meditando su palabra, dedicándose a la familia y a las obras buenas. Pero en tiempos de Jesús el respeto al sábado se había convertido en un mero precepto legal y, en vez de dar vida, lo usaban los fariseos y autoridades religiosas para oprimir a la gente.
Otro elemento del relato es la sinagoga, la casa de oración. Después de la destrucción del templo de Jerusalén por los babilonios, la sinagoga pasó a ser el lugar ordinario del culto y también el centro de la vida religiosa y social de los pueblos y ciudades judías. En ella escuchaban y meditaban la ley, expresaban y consolidaban los vínculos de mutua pertenencia y se mantenía la unidad del pueblo.
Pero en tiempos de Jesús, no todos recibían igual trato en las sinagogas, muchos eran excluidos y, en ellas, los rabinos fariseos impartían una interpretación rigorista de la ley. Jesús congrega, convoca a todos, incluso a publicanos y pecadores; interpreta la ley y la enseñanza de los profetas como quien realiza y perfecciona lo que ellas contienen, poniendo como lo más importante el amor y la justicia. 
Todo esto hay que tenerlo en cuenta al leer el episodio que narra el evangelio: Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada su mano derecha. Incapacitado de poder moverla, no puede obrar con libertad, es su mayor carencia.
Los escribas y fariseos acechaban a Jesus para ver si curaba en sábado. No advierten ni reconocen que ellos, en vez de liberar y sanar, atan las conciencias de la gente, las oprimen y las incapacitan con la ley sin espíritu. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada: Levántate y ponte en medio.
El verbo levantarse es el que se emplea para describir la resurrección.  Aplicado al enfermo es como si le dijera: Levántate, vas a adquirir una vida nueva. Y ponte en medio, es decir, en el centro de la asamblea. El centro es el lugar en que deben estar los pobres en la nueva comunidad que Jesús funda; ellos han de ser el foco de su atención. Y la razón es que el pobre es el centro de la misericordia del Padre. Por eso, si uno se hace pequeño y pobre, cercano a los pobres de este mundo, siempre estará en el centro del interés de Dios.
Si antes, en el pasaje de los discípulos que arrancaban espigas, Jesús declaró que las normas, incluso la del descanso sabático, que se consideraba como de origen divino, tienen que ceder ante las necesidades más perentorias, ahora hace ver que el precepto debe también ceder ante la obra de misericordia que va a realizar en ayuda de un pobre desvalido que, aunque no se encuentra en una situación desesperada, necesita que se le devuelva a su mano atrofiada toda su vitalidad. Y por tratarse de la mano derecha, que se emplea para el trabajo, se trata de devolverle al hombre su libertad de valerse por sus medios.
La pregunta que hace Jesús a los que lo critican: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?, declara firmemente que la misericordia está por encima del cumplimiento literal de las normas y que se debe tener libertad de actuación cuando se trata de hacer el bien a la gente o de salvar una vida.
Entonces Jesús, mirándolos a todos, dice Lucas –echándoles en torno una mirada de ira, dolido de la dureza de su corazón, dice Marcos (Mc 3,5) –, dijo al hombre de la mano atrofiada: Extiende la mano. El hombre lo hizo y su mano quedó curada. La palabra que lo cura, le devuelve la libertad. Y así, descrita de manera escueta, la curación da relieve a la declaración hecha por Jesús e ilustra claramente en qué consiste el ministerio del amor misericordioso, que ha de ser central en la vida de su Iglesia.
El final de la narración es dramático porque se desencadena allí el clima de hostilidad contra Jesús, que irá creciendo a lo largo de su vida pública. Los fariseos y escribas, fuera de sí de rabia, discutían qué podían hacer contra Jesús.

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