P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
en los campos de cereales, acuarela de Johannes
Raphael Wehle (1900 aprox.), colección privada Irlanda, subastada el 28 de junio de 2019,
Un sábado, Jesús iba atravesando unos sembrados y sus discípulos arrancaban espigas al pasar, las restregaban entre las manos y se comían los granos.Entonces unos fariseos les dijeron: "¿Por qué hacen lo que está prohibido hacer en sábado?".Jesús les respondió: "¿Acaso no han leído lo que hizo David una vez que tenían hambre él y sus hombres? Entró en el templo y tomando los panes sagrados, que sólo los sacerdotes podían comer, comió de ellos y les dio también a sus hombres".
Y añadió: "El Hijo del hombre también es dueño del sábado".
El texto expone la contraposición de la ley y el Espíritu, la muerte
y la vida, la opresión y la libertad. Nos invita a revisar nuestra vida, pero
principalmente nuestra práctica de la fe, para procurar crecer en la libertad
interior de la que da ejemplo Jesús, “el hombre libre”, a fin de ser conducidos
por su Espíritu del amor y no por la obligación y simple sujeción a las normas.
El relato es muy sencillo. Los discípulos de Jesús atraviesan un
campo sembrado de trigo, arrancan espigas, las restriegan entre las manos y se
comen los granos. Pero eso está prohibido en sábado. Para Jesús, en cambio, no
significa nada porque Él trae el tiempo nuevo de la misericordia y de la
gracia, inaugura el sábado eterno de la comunión entre Dios y los hombres.
Por eso ha dicho, a propósito del ayuno que sus discípulos no
practican (Lc 5, 33ss), que ahora es
el tiempo de la boda y no se puede ayunar mientras el novio está presente; ya
llegará el día en que se les quitará al novio, entonces ayunarán. Jesús
inaugura y lleva a culminación el tiempo mesiánico, tiempo del banquete de las
bodas entre Dios y la humanidad.
Los fariseos ven a los discípulos de Jesús arrancando las espigas
y los critican: ¿Por qué hacen lo que no
está permitido en sábado? Ellos son los “puros”, que conocen ley en sus
mínimos detalles, pero no conocen a Dios. Oprimidos en la red de preceptos y prohibiciones
en que sus rabinos han desmenuzado la ley de Moisés (¡39 obras prohibidas en
sábado!), no imaginan cómo se puede amar y servir a Dios con libertad, no
entienden que una religión reducida a normas y prohibiciones sacrifica la vida,
el amor y la libertad; como dirá San Pablo: la ley se les convirtió en muerte
porque la letra de la ley mata, mientras
que el Espíritu da vida (2 Cor 3,5).
Jesús responde a los fariseos con el estilo rabínico de
argumentación a base de citas bíblicas (en este caso, 1 Sam 21, 2-7) para
demostrar que Él está por encima de la ley. Si David y su gente, cuando pasaron
hambre, entraron en el templo y comieron los panes de la ofrenda, que sólo
pueden comer los sacerdotes, es claro que la necesidad vital está por encima de
las leyes rituales.
Al decir esto, Jesús se ponía por encima, no sólo del rey David,
sino del legislador que había dado aquellas normas. Al afirmar luego
rotundamente: El Hijo del hombre es señor
del sábado, expresó una pretensión inaudita. En efecto, si algo es superior
al sábado eso sólo es Dios; por consiguiente, si Jesús afirma su superioridad
sobre el sábado y sobre la ley, reclama para sí el mismo nivel de autoridad de
Dios.
Esto lo reconoce el teólogo judío, Jacob Neuser (Un Rabino habla con Jesús), citado por
Benedicto XVI en su libro Jesús de
Nazaret. «Ahora me doy cuenta de que lo que Jesús me exige, sólo me lo
puede pedir Dios», dice Neuser, y lo explica: Jesús no fue simplemente un
rabino reformador, que interpretó de un modo liberal las restricciones del
sábado… Jesús se ve a sí mismo como la Torá, como la palabra de Dios en
persona.
Esto tiene su fundamento y justificación en la pretensión de Jesús
de ser, junto con la comunidad de sus discípulos, el origen y centro de un
nuevo Israel. El cambio de la estructura social, es decir, la transformación
del «Israel eterno» en una nueva comunidad y la reivindicación de Jesús de ser
Dios, están directamente relacionadas entre sí.
Si Jesús es Dios, tiene el poder y el título para tratar la Torá
como Él lo hace. Sólo en este caso puede reinterpretar el ordenamiento mosaico
de los mandamientos de Dios de un modo tan radical, como sólo Dios mismo, el
Legislador, puede hacerlo.
Volviendo al texto de Lucas (o a sus paralelos de Mc 2, 23-28 y Mt
12,1-14), hay que reconocer que, implícitamente, se presenta a Jesús con los atributos
de Mesías davídico, sacerdote, Dios con nosotros, Emmanuel. David es el rey
santo que prefigura al Mesías-rey; Jesús es descendiente suyo, heredero de su trono,
pero el que lleva a plenitud la profecía del reinado de Dios. Se menciona la casa
de Dios, y Jesús dirá que su cuerpo es el nuevo templo, que no podrá ser
destruido.
Jesús es la morada de Dios entre nosotros, en su humanidad se
encarna el Hijo eterno del Padre, habita en Él la plenitud de la divinidad
corporalmente (Col 2, 9). David y su
gente comieron los panes de la ofrenda, que no eran más que un recordatorio de
la providencia con que Dios sostenía a su pueblo, y un tímido símbolo del
verdadero pan de vida que Jesús dará con su cuerpo entregado y hecho comida de
vida eterna.
Los sacerdotes eran los que tenían acceso a la casa de Dios, pero
con Jesús se abre para todos el acceso a Dios, como dice el autor de la carta a
los Hebreos (9, 11-12): Cristo vino como
el sumo sacerdote que nos consigue los nuevos dones de Dios, y entró en un
santuario más noble y más perfecto, no hecho por hombres, es decir, que no es
algo creado. Y no fue la sangre de chivos o de novillos la que le abrió el
santuario, sino su propia sangre, cuando consiguió de una sola vez la
liberación definitiva.
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