sábado, 19 de septiembre de 2020

La parábola de la semilla (Lc 8, 4-15)

 P. Carlos Cardó SJ

Satán sembrando cizaña, pincel y tinta marrón sobre boceto en tinta roja de Domenico Fetti (primer cuarto del siglo XVII), Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia

Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo esta parábola:
El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, la pisotearon, y las aves del cielo la comieron.
Otra parte cayó sobre la piedra; brotó, pero luego se secó, porque no tenía humedad.

Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron junto con ella, la ahogaron.
Y otra parte cayó en buena tierra, y nació, creció y produjo fruto a ciento por uno. Al terminar, Jesús exclamó: El que tenga oídos para oír, que oiga.
Y sus discípulos le preguntaron qué significaba esa parábola.
Y él dijo: «A ustedes se les concede conocer los misterios del Reino de Dios, mientras que a los demás les llega en parábolas. Así, pues, mirando no ven y oyendo no comprenden».

Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.
Y los que están junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven.
La que cayó sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.
La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no producen fruto. 

Pero la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.

Lucas presenta la parábola de la semilla en forma más concisa y fluida, pero subrayando algunos elementos que combinan mejor con el conjunto de su obra y responden a las necesidades de la comunidad a la que escribe su evangelio.

Jesús anuncia su mensaje a todos, la gente que le escucha viene de todas partes. De igual manera, el sembrador esparce en todas partes su semilla, sin escoger los terrenos donde pueda caer. Esto significa que buena parte de la semilla puede caer inútilmente en tierras que no son aptas, están llenas de obstáculos o no están preparadas, y se secará sin dar fruto. Pero el sembrador trabaja con esperanza porque sabe que habrá un tierra buena en la que el fruto podrá llegar a ser hasta de cien por uno.

En este sentido, la parábola transmite una visión positiva que debe alentar a los cristianos en su labor de anuncio del evangelio, frente al aparente fracaso que pueden ver en su obra. Y al mismo tiempo contiene una exhortación a todos los creyentes para que se conviertan y lleguen a ser terreno bueno, acogiendo el mensaje cristiano con corazón noble y generoso, y manteniéndose firmes y perseverantes.

Jesús hace ver a sus discípulos que el anuncio de la palabra, es decir, la revelación de los misterios del reino, supone una actitud de escucha, acogida y adhesión interior para que sea eficaz. En eso consiste el conocimiento que Dios les concede, no por su capacidad o cualidades personales, sino por pura iniciativa suya: A ustedes se les concede conocer los misterios de su reino; a los demás, en cambio, todo les resulta enigmático. Más adelante Jesús los llamará dichosos porque ven lo que ni los profetas ni los reyes pudieron ver (Cf. Lc 10, 23-24; 12, 32).

Este don recibido de lo alto no es para guardárselo simplemente como un bien particular y privado; trae consigo la responsabilidad de conformar la propia vida con el mensaje que han escuchado y difundirlo por todas partes. A nadie niega el Señor el don de su mensaje de salvación –a todas partes llega su pregón y hasta los confines del orbe sus palabras (Sal 19,5) –, pero el resultado dependerá de que quienes lo escuchen, tanto los discípulos como “los demás” respondan de la mejor manera. Estos últimos, que representan al pueblo de Israel, y “los otros” en general tienen siempre abierta la posibilidad de convertirse, es decir, de dejar de mirar sin ver y oír sin entender.

¿Por qué unos ven y entienden y otros no? Es la cuestión de fondo, que probablemente preocupaba a la comunidad cristiana a la que Lucas dirige su obra. ¿A qué se debe que la misión evangelizadora no tenga éxito o se produzcan deserciones o haya cristianos que no llegan a madurar? La parábola responde por medio de la alegoría de los diversos tipos de tierras, que aluden a los diversos obstáculos, dificultades y riesgos que encuentra el anuncio del evangelio.

El primer tipo de tierra corresponde a los que no acogen con fe el anuncio de la palabra. Ocurre en ellos lo que a la semilla que cae al borde de camino. El mensaje no cala en ellos, no porque no les haya llegado, sino porque se ven afectados por influjos diametralmente opuestos que les llegan de fuera. Así, la semilla no puede arraigar en ellos, apenas los roza y es arrancada de sus corazones.

Los que desertan en el momento de la prueba se equiparan a la semilla que cayó en terreno pedregoso. Tienen fe pero por poco tiempo. Falla la perseverancia, sobre todo en la adversidad. Pusilánimes o superficiales, abrazan el mensaje cristiano pero mientras les conviene para sus propios intereses y su comodidad personal.

Los que escuchan la palabra, pero no llegan a madurar, son los que abren el corazón al mensaje, pero las preocupaciones de la vida diaria, las riquezas y los placeres ahogan su actitud de escucha, impidiéndoles alcanzar la madurez cristiana.

Finalmente viene la tierra buena, el tipo de oyentes de la palabra en quienes el anuncio del evangelio produce las más valiosas reacciones del ser humano: nobleza de espíritu, generosidad y coherencia plena. Son los que conservan la palabra en su corazón y no interrumpen su crecimiento, son perseverantes hasta producir un fruto abundante. En este grupo, la palabra de Dios logra su cometido: el ciento por uno. El secreto es la perseverancia y la constancia, distintivo de las personas justas.

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