miércoles, 9 de septiembre de 2020

Las Bienaventuranzas (Lc 6, 20-26)

P. Carlos Cardó SJ
El Sermón de la montaña, óleo sobre cobre de Jan Brueghel ‘El viejo’ (1598), Museo Paul Getty, Los Ángeles, Estados Unidos
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: "Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados. Dichosos los que ahora lloran, porque reirán. Dichosos ustedes, cuando los odien los hombres, y los excluyan, y los insulten, y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque grande será su recompensa en el cielo. Eso es lo que hacían sus padres con los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya tienen su consuelo. ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados!, porque tendrán hambre. ¡Ay de los que ahora ríen!, porque harán duelo y llorarán. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros, porque de esa misma manera trataron sus padres a los falsos profetas!".
El sermón del monte -según Mateo- o del llano -según Lucas- es como la carta magna del reino de Dios, promulgada por Jesús; es la síntesis de la “buena noticia” que Él anuncia a los pobres. En el sermón se destacan la Bienaventuranzas, que proclaman el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a Israel y a toda la humanidad. Contienen los criterios según los cuales Dios juzga y actúa, criterios opuestos a los del mundo. Junto con las lamentaciones que siguen a continuación en la versión de Lucas, presentan el contraste que hay entre dos modos de pensar: el de Dios Padre, y el de quien, sin Padre, se olvida de sus hermanos.
Las bienaventuranzas expresan cómo actúa Dios. Y ese obrar de Dios en Jesús pasa, por medio de su Espíritu, a ser el fundamento de la Iglesia. Por eso, en Lucas, las bienaventuranzas van dirigidas a los discípulos: mirando a los discípulos les decía: Dichosos.... Ellos pueden comprender porque el Espíritu se lo revela. También nosotros, si nos dejamos transformar en ese mismo Espíritu.
Lo que afirma Jesús es lo que Él vive. Él las vivió primero y luego las proclamó.
Pobre, se desprendió de apoyos del mundo y vivió haciendo el bien a los pobres, enfermos, niños y pecadores. Por eso dirá Pablo: Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, por ustedes se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8). No tuvo dónde reclinar la cabeza: su patria y hogar eran el Padre y los hermanos. Permitió que la necesidad ajena, el dolor, la culpa ajena le afectaran como algo propio. Compasivo, supo llorar con los que lloraban y, finalmente, se sometió a la muerte para que, libres de dolor y culpa, tengamos vida. Nos enseñó que hay más felicidad en dar que en recibir (Hech 20).
La 1ª bienaventuranza y la 1ª lamentación están en presente, las demás en futuro. La historia presente es definitiva, pero está abierta. En esta historia nos toca actuar para que las maldiciones de muerte que pesan sobre los que sufren pobreza, hambre, o exclusión, se conviertan en bienaventuranzas de vida.
Ellas hacen ver cómo mira Dios: cuáles sus preferencias, dónde manifiesta más su amor y qué justicia aplica en favor de sus hijos que claman ante Él día y noche. Su justicia no es como la humana: Él derriba a los poderosos y enaltece a los humildes, llena de pan a los hambrientos y despide vacíos a los ricos, como proclama la Virgen en su cántico (Lc 1, 52s). La justicia humana consiste en “dar a cada uno lo suyo”, y ahí se queda muchas veces; por eso no siempre genera amor y sirve a veces para defender lo mío con olvido de los demás que quizá tienen menos que yo, o tendría que darles de lo mío. El amor supera a la justicia. El amor es “el camino más excelente” (1Cor 12,31).
Las bienaventuranzas son reto y promesa. Reto: porque de ninguna manera son felices los que padecen hambre y viven en la miseria; lo serán, cuando por la actitud que tengamos para con ellos sientan que el evangelio es una buena noticia. Promesa, porque si orientamos nuestra vida de acuerdo con ellas, seremos plenamente felices.
En definitiva, las bienaventuranzas describen los rasgos de la humanidad nueva que anhelamos y que ya podemos ver realizada en personas y comunidades que se esfuerzan por ser misericordiosas. Estos hombres y mujeres son los que contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz.

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