viernes, 4 de septiembre de 2020

Lo nuevo y lo viejo (Lc 5, 33-39)

P. Carlos Cardó SJ
Cristo en la casa del fariseo, óleo sobre lienzo de Pierre Subleyras (1737), Galería de Pinturas de los Maestros Antiguos, Dresden, Alemania 
Algunos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y rezan sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos, mientras que los tuyos comen y beben».Jesús les respondió: «Ustedes no pueden obligar a los compañeros del novio a que ayunen mientras el novio está con ellos. Llegará el momento en que les será quitado el novio, y entonces ayunarán».Jesús les propuso además esta comparación: «Nadie saca un pedazo de un vestido nuevo para remendar otro viejo. ¿Quién va a romper algo nuevo, para que después el pedazo tomado del nuevo no le venga bien al vestido viejo? Nadie echa tampoco vino nuevo en envases de cuero viejos; si lo hace, el vino nuevo hará reventar los envases, se derramará el vino y se perderán también los envases. Pongan el vino nuevo en envases nuevos. Y miren: el que esté acostumbrado al añejo, no querrá vino nuevo, sino que dirá: El añejo es el bueno».
Jesús se había sentado a la mesa de Mateo el publicano junto con otros pecadores públicos. Este gesto sugiere la idea de que los pecadores podrán tener un lugar en la mesa de los elegidos, lo cual molesta a los fariseos pues echa por tierra la imagen del dios discriminador que ellos transmiten. Junto con los sumos sacerdotes y doctores de la ley, los fariseos se han hecho los representantes de ese dios, atribuyéndose el poder de juzgar a la gente, y determinar quiénes tienen derecho a la salvación y quiénes no.
Para enfrentar a Jesús y desacreditarlo en público se valen de la cuestión del ayuno, poniendo como modelo el proceder del Bautista, distinto del de Jesús, y le dicen: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia… y del mismo modo los de los fariseos; en cambio tus discípulos comen y beben.
Discretamente Jesús procura hacerles ver que con su presencia se abre la era mesiánica y se inicia la venida del reino de Dios. Si abrieran los ojos se darían cuenta de que se está viviendo ya el tiempo de la fiesta, en el que no tienen sentido las prácticas penitenciales, según  lo anunciaron los profetas: El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado… para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza en corona, su luto en perfume de fiesta, su abatimiento en traje de gala (Is 61, 1.3). ¡Grita, ciudad de Sión, lanza vítores, Israel; festéjalo exultante, Jerusalén capital! (Sof 3,14).
Pero la inclusión de este pasaje de la vida de Jesús en el evangelio de Lucas tiene un contexto histórico concreto. En su comunidad, como en muchas otras de la primitiva Iglesia, los cristianos provenientes del judaísmo mantenían sus viejas costumbres judías, como la del ayuno, que los cristianos venidos de la gentilidad no entendían. A ellos Lucas les explica el comportamiento cristiano y la novedad radical que trae consigo. Para ello incluye aquí dos parábolas de Jesús sobre el remiendo del vestido viejo y el vino nuevo en odres nuevos. Nadie pone en un vestido viejo un remiendo que se ha cortado de un vestido nuevo, porque estropeará el nuevo y al viejo no le caerá bien el remiendo del nuevo. Y nadie guarda vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres: se derramará el vino y los odres se perderán. El vino nuevo se guarda en odres nuevos. Y nadie, habituado a beber vino, quiere el nuevo; porque dice: el añejo es mejor.
La advertencia de Jesús es clara: no sólo son inconciliables lo nuevo y lo viejo, sino que es peligroso intentar acomodar lo nuevo en lo viejo. El reino de Dios viene, y a la novedad de su anuncio corresponde responder con una actitud totalmente nueva. Es absurdo intentar acomodar a Jesús y su evangelio al tejido de la antigua ley y de sus prácticas religiosas. La respuesta nueva exige ruptura, liberación del pasado.
No basta cambiar en lo exterior, sin llegar a lo profundo de las actitudes y motivaciones, que es lo que hay que cambiar para que la conversión a Cristo sea sincera y verdadera. Ante la novedad evangélica caen por tierra las seguridades del pasado. La fe, que se traduce en el amor, proyecta a la persona hacia el futuro como una criatura nueva.

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