jueves, 31 de octubre de 2019

Jerusalén, Jerusalén (Lc 13, 31-35)

P. Carlos Cardó SJ
Vista de Jerusalén desde el Monte de los Olivos, óleo sobre lienzo de Hubert Sattler (1847), Museo de Arte Dahesh, Nueva York
En aquella ocasión, se acercaron a Jesús unos fariseos a decirle: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte."Él contestó: "Id a decirle a ese zorro: Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término. Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: ‘Bendito el que viene en nombre del Señor’".
El texto nos pone en la perspectiva, ya evidente, de la muerte violenta de Jesús, el justo que caerá víctima de la violencia de este mundo y abrirá un sentido a toda muerte justa o injusta. En la cruz, conclusión de su vida entregada al bien de los demás, y ofrecida como oblación, nuestra vida y nuestra muerte adquieren sentido.
La muerte de Jesús acontecerá en Jerusalén, la ciudad santa, que, en el evangelio de San Lucas, es presentada como el lugar de la realización perfecta de las enseñanzas del Maestro, de la culminación de su obra y de la manifestación de su grandeza como Siervo de Yahvé entregado por la salvación de los pobres, tal como fue profetizado en Isaías.
La miseria y maldad del mundo se representan en la figura siniestra de Herodes, con quien Jesús no ha querido tener nada, ni un solo contacto. Contrasta su astucia y suciedad de zorra con la inocencia e integridad de la figura de Jesús, bueno con todos.
Herodes se vale de los fariseos para atemorizar a Jesús y sacarlo de su territorio. Es un peligro para él, los romanos podrían molestarse si le deja actuar. Pensará, por ello, que será mejor que Pilato se encargue de él. Y éste, como se verá, se lo devolverá, con lo cual se harán amigos (23,6-12). Jesús no teme llamar zorra a Herodes, comparándolo al animal astuto e inmundo, que ataca de noche las granjas. La fuerza de Herodes no es más que la de una zorra.
Asimismo, Jesús explica a Herodes lo que hace, no entra en competencia con él. Su poder es otro, está al servicio de la vida y de la liberación interna (demonios) y externa (enfermedades) de las personas; el poder de Herodes, en cambio, es sanguinario. Jesús actúa a plena luz del día, no teme la luz porque es la luz. Herodes, en cambio, vive lleno de miedos y desarrolla toda su actividad en la tiniebla.
El hoy en que Jesús realiza su obra, es el “hoy” de su vida terrena, y el “hoy” nuestro, de la historia del mundo en el que se prolongará, hasta el “mañana” de su consumación, que acontecerá con su segunda venida en gloria y majestad. En el “tercer día” quedará cumplida su labor, y será el día de la resurrección.
Para terminar su misión, Jesús debe, pues, seguir avanzando, subir a Jerusalén, y Él sabe bien que es el lugar de su perdición y de la salvación de sus hermanos. La ciudad que ha dado muerte a los profetas, lo matará a Él también.
Humano como es, de corazón sensible, Jesús contempla la ciudad capital de su nación y rompe a llorar: ¡Jerusalén, Jerusalén! No llora por sí mismo sino por la ciudad santa. Le duele el mal de los que Él ama, los habitantes de esa ciudad, y le duele con el dolor que se siente por un ser querido que se avecina a su desgracia.
Ha hecho todo lo posible por llevarla al bien, la ha querido proteger como la gallina a sus polluelos, pero ellos no han querido. La voluntad de Dios y la del hombre se han mostrado en contraste. No le queda más que ir a Jerusalén y dar allí la vida. Se puede ponderar la ternura y la fuerza que tiene la comparación con la gallina: Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas hallarás refugio, dice el Salmo 91, aludiendo al amor maternal de Dios por Israel, a quien calienta, cubre, protege, nutre, defiende.
La ruina de Jerusalén se anuncia ya. Su templo quedará desierto. Ya no se sentirá allí a Dios, Jerusalén dejará de ser lugar de la gloria. Ha rechazado al Hijo, que es la gloria del Padre; y ha rechazado al hombre que es casa de Dios. Por eso quedará como una casa deshabitada y en ruinas.
Los discípulos son invitados a descubrir el misterio de la entrega de su Maestro que se encamina a su muerte en Jerusalén. Verán allí al grano de trigo que cae para da fruto abundante. Le verán entrar en la ciudad entre aclamaciones y alabarán con la gente la obra de Dios (Sal 116,26).
Luego le verán como signo de contradicción, hecho signo de salvación para todos, piedra rechazada por los arquitectos que se convertirá en piedra angular. El reino viene en Él y con Él para todos los que le acompañan en la pasión, que Él enseña a asumir libremente por el amor a su pueblo.

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