P.
Carlos Cardó SJ
El juez injusto, acuarela de John Everett Millais para la obra Las
Parábolas de Nuestro Señor (1863), Museo de Arte de Harvard, Estados Unidos
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:"En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ ".Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?".
Un dato significativo es que se trata de una
viuda, que en la Biblia representa el estamento más desamparado de la sociedad
(Ex 22,21-24; Is 1,17.23; Jr 7,6). En este caso, la viuda, sin esposo ni hijos
que la defiendan, enfrenta a un enemigo. La pobre no puede hacer otra cosa que suplicar
con insistencia que se le haga justicia. La parábola concluye: si un juez inmoral
termina por atender a la viuda, ¿qué no hará Dios por sus hijos e hijas que
claman a Él día y noche? (Dt 10,17-18;
Eclo 35,12-18).
La parábola no puede ser interpretada como una
invitación a la pasividad. La viuda pone todo de su parte para resolver su
problema, insiste hasta la saciedad ante el juez, reclamándole justicia. Por
consiguiente, la fe y la oración no consisten en endosarle a Dios lo que
corresponde a la propia responsabilidad y esfuerzo.
La fe y la oración no nos eximen de tener que poner
los medios a nuestro alcance para solucionar nuestras necesidades; tampoco nos
retiran del mundo que debemos procurar transformar.
La fe y la oración nos llevan a enfrentar los
problemas, a poner solidariamente nuestros talentos al servicio del prójimo que
nos necesita y al servicio de la sociedad, a leer desde el evangelio nuestra
realidad y a inspirar nuestras acciones con los criterios y valores del reino
proclamado por Jesús. Oración y esfuerzo personal son inseparables y se
determinan por entero a la consecución de su objetivo: ver a Dios en todo y verlo
todo en Dios, vivir unido a Él en el propio interior, en las relaciones con los
demás y en la actuación y trabajo.
De este modo, la fe es el fundamento de la
oración y la oración robustece la fe. Por eso el creyente sabe que, después de
haber puesto todo lo que está de su parte para hallar solución a los problemas,
como si todo dependiera de él, debe abandonarlo todo en manos de Aquel que ve
finalmente lo que más nos conviene y hará mucho más que lo que nuestras débiles
fuerzas pueden lograr.
Leyendo páginas bíblicas como ésta se puede ver
que Dios no es un omnipotente impasible, sino un ser que se inclina y hace suya
la suerte de sus hijos e hijas que levantan los ojos a Él esperando su
misericordia (cf. Salmo 122). Dios escucha sus súplicas. Por eso el pasaje que
comentamos se cierra con esta frase lapidaria de Jesús: ¿Dios no hará justicia
a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que les
hará justicia sin tardar (Lc 18,7).
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