P.
Carlos Cardó SJ
El
Dios de los últimos, óleo sobre lienzo de Eduardo Kingman (1965), Casa-Museo Posada
de las Artes Kingman, Quito, Ecuador
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas; estad vosotros como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela: os seguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos".
El cristiano mira al futuro del que espera la
salvación, la realización feliz de su existencia. Y esto tiene un nombre: es el
Señor Jesús que viene.
El presente es el tiempo de la espera responsable.
Se vive en alerta, pronto a partir en viaje o ponerse al trabajo.
La espera puede hacerse larga y tediosa, un largo
período sin que nada suceda. Entonces la vigilancia y la responsabilidad pueden
decaer y el cristiano corre el riesgo de la desilusión, la desconfianza o el
cansancio. Debe entonces retomar la actitud del servidor despierto que mantiene
su lámpara encendida toda la noche, a la espera de que su señor regrese de la
fiesta de bodas a la que partió.
Estar preparado es como estar con la cintura bien
ceñida. Así celebraban los judíos su cena pascual. Aunque la liberación se
había realizado en el acontecimiento pasado del éxodo de Egipto, veían la vida
como una búsqueda constante de liberación por medio de la práctica de la ley,
que los preparaba como un pueblo bien dispuesto para la venida del mesías
prometido. Los cristianos, por su parte, aguardan a su Señor celebrando su cena
eucarística y sirviendo a los demás, a ejemplo de Jesús que no vino a que le
sirvan sino a servir (Mt 20, 28) y
pasó haciendo el bien (Hech 10, 38).
En muchos aspectos la vida en el mundo es como estar
en la noche. El cristiano puede ver en la oscuridad por la luz que le viene del
Señor; más aún, sabe que tiene que dejarse iluminar para poder él también dar
luz a los demás. Por eso no puede quedarse dormido. Siente en su corazón la palabra
que le dice: Despierta tú que duermes y
te iluminará Cristo (Ef 5,14).
El Señor vendrá, tanto al final de la larga espera
de la historia, como en sus incesantes venidas cotidianas, cuando el cristiano
y la comunidad prestan oído a sus llamadas. Él les dice: Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre,
entraré a su casa y cenaremos juntos (Ap 3, 20).
Finalmente, la forma de hacerse presente el Señor,
tanto en el presente como en su venida futura es y será la de quien, siendo el Maestro
y el Señor, se pone a servirnos. Es la característica más esencial de su
persona y el sentido de toda su vida: Yo
estoy entre ustedes como el que sirve (Lc 22, 27).
Con su presencia, la vida del cristiano se llena de
una íntima alegría (¡Dichosos!), la
alegría propia de una cena de hermanos y amigos, con el Señor Jesús en el
centro. La vida se vuelve eucaristía. Comemos juntos su pan,
que nos une en comunión, y aguardamos su dichosa venida compartiendo unos con
otros nuestro pan.
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