P. Carlos Cardó SJ
Tormenta en las montañas rocosas,
óleo sobre lienzo de Albert Bierstadt (1886), Museo de Brooklyn, Nueva York,
Estados Unidos
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "Cuando ustedes ven que una nube se va levantando por el poniente, enseguida dicen que va a llover, y en efecto, llueve. Cuando el viento sopla del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? ¿Por qué, pues, no juzgan por ustedes mismos lo que les conviene hacer ahora? Cuando vayas con tu adversario a presentarte ante la autoridad, haz todo lo posible por llegar a un acuerdo con él en el camino, para que no te lleve ante el juez, el juez te entregue a la policía, y la policía te meta en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de ahí hasta que pagues el último centavo".Jesús reprocha a la gente que saben muy bien discernir los signos del tiempo, las cosas materiales, pero no conocen las espirituales. Saben perfectamente lo que es necesario para la vida temporal, pero no saben lo que es necesario para la vida eterna.
Conocen
el aspecto del cielo, pero no saben discernir la presencia de Dios. De ellos
dice san Pablo: Los mundanos no captan
las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no pueden
entenderlas porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas. En
cambio, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no está sujeto al juicio de
nadie (1Cor 2, 14-15).
Los
criterios que mueven nuestras acciones no siempre son evangélicos, nuestros
juicios no son los de Dios. Esto se ve de manera particular a la hora de tomar
decisiones. Entonces es cuando debemos discernir. El discernimiento consiste en
buscar y reconocer –siempre por medio de la oración– lo que Dios quiere de
nosotros, para dejarnos conducir por Él, para que sea su voluntad y no la
nuestra la que determine nuestras decisiones.
El
discernimiento consiste, pues, en buscar y elegir lo que sea más conforme a los
valores y enseñanzas de Jesucristo. Y la condición previa para poder elegir así
es hacernos libres frente a todo lo creado, para poder optar por lo que más nos
convenga en orden a cumplir la voluntad de Dios. Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no tomen la
libertad como pretexto para satisfacer los apetitos desordenados; antes bien
háganse servidores los unos de los otros por amor… (Gal 5,13).
Después
de esa enseñanza sobre la necesidad de interpretar bien cada situación y
discernir lo que se debe hacer, Lucas pone una parábola de Jesús, que podríamos
llamar la parábola de la reconciliación. Contiene una llamada a elegir siempre
lo que une, no lo que divide y enfrenta. En la base se puede apreciar un gran
sentido común y también la sabiduría popular que se expresa en proverbios como
éste: Comenzar una discusión es abrir una
represa; antes que la pelea estalle, retírate (Prov 12,14).
Jesús
dice: procura llegar a un arreglo con tu adversario para que no te lleve al
juez y acabes en la cárcel. Todos sabemos que es mejor arreglar los asuntos por
la vía pacífica de la conciliación, porque una vez entablado el litigio, las
consecuencias pueden ser peores. En su sentido más exacto, la parábola contiene
una advertencia de Jesús a sus oyentes para que se decidan a acoger su
enseñanza. Es como si les dijera: ‘ésta es la última oportunidad, decídanse antes
de que sea demasiado tarde’. Está incluido aquí el precepto sobre la
reconciliación fraterna como condición para la reconciliación con Dios (cf. Mt 5, 25s).
Mientras estás de camino,
dice Jesús. La vida es camino, su
meta es la fraternidad del reino de Dios. Si no se pasa de la lógica de la
venganza y del conflicto a la del perdón y la reconciliación, la vida
simplemente no es humana.
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