miércoles, 16 de octubre de 2019

Críticas a los fariseos y maestros de la ley (Lc 11, 42-46)

P. Carlos Cardó SJ
La fuente de la vida, óleo sobre lienzo de Osman Hamdi Bey (1904), Museo Arqueológico de Estambul, Turquía
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios! Esto debían practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar los lugares de honor en las sinagogas y que les hagan reverencias en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta!”.Entonces tomó la palabra un doctor de la ley y le dijo: “Maestro, al hablar así, nos insultas también a nosotros”.Entonces Jesús le respondió: “¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo!”.
Los fariseos tenían fama de hombres muy religiosos y ejercían poder sobre la mente y conciencia de la gente. Para mantener tal poder andaban siempre cuidando la propia imagen para que la gente los admirara y alabara. Esta búsqueda de sí mismos los llevaba a tergiversar las acciones destinadas a honrar a Dios, convirtiéndolas en medios para acrecentar su fama. Jesús condena esta manipulación de lo religioso y de la moral, y pone algunos ejemplos.
El pago de la décima parte del producto de las cosechas y negocios era destinado al mantenimiento del santuario y al auxilio de los extranjeros, huérfanos y viudas. Haciendo esto, el judío expresaba su reconocimiento a Dios, de quien lo recibía todo, e imitaba la generosidad que tuvo con Israel en su larga marcha por el desierto hacia la tierra prometida. Porque Dios los sacó de la esclavitud y los alimentó en el desierto, ellos debían  atender a sus hermanos necesitados.
Esta economía de la contribución solidaria estaba reglamentada con normas sobre la limosna, el pago del diezmo y el año jubilar (Deut 14, 22-15, 18; 26, 1-15). Se procuraba así una cierta igualdad, se subvencionaba a los pobres y se fomentaba el acceso de todos a la propiedad (ya que en el año jubilar se condonaban las deudas y se devolvían las tierras tomadas en hipoteca).
Los fariseos, con el cumplimiento de estas normas, daban la impresión de que reconocían los dones de Dios aun en las cosas mínimas, pero en realidad, por buscarse a sí mismos, actuaban injustamente, no practicaban la misericordia, juzgaban a los demás y se jactaban de ser ejemplares cumplidores del deber. Descuidan la justicia y el amor de Dios, les dice Jesús. No los mueve la justicia, cuya norma suprema es el amor y se demuestra en el no juzgar, no condenar y dar con generosidad (cf. 6, 36s).
Esto es lo que hay que hacer sin omitir aquello, añade Jesús. Lo primero es el mandamiento del amor, con que se cumple toda la ley. En segundo lugar, como muestra de ese mismo amor, vendrá el cuidado de las cosas pequeñas, como el pago del diezmo por la menta, la ruda y las verduras. Quien ama reconoce que todo le viene de Dios, lo grande y lo pequeño, y comparte con los demás lo que tiene.
El egocentrismo y el querer destacar por encima de los demás llevan a la hipocresía. Las obras exteriores les hacen aparecer como santos, pero su interior deja mucho que desear. Engañan con sus apariencias para ganar prestigio y poder. Jesús los compara a los sepulcros blanqueados. Las tumbas no colocadas en recintos cerrados, como nuestros cementerios, eran pintadas de cal para evitar que la gente, por no distinguirlas, se contaminase tocándolas, contrayendo así la impureza que les impedía celebrar el culto. Los fariseos se blanquean con sus apariencias de puros y santos, pero contaminan a la gente sin que ésta pueda advertirlo.
Uno de los expertos de la ley, un fariseo teólogo, replica a Jesús que, con sus palabras, ofende a los de su categoría. Jesús le responde formulando una serie de críticas contra los dirigentes religiosos, que definen y programan lo que los demás deben hacer para salvarse. La primera crítica es contra el poder social y religioso con que controlan y oprimen las conciencias. No les critica por sus conocimientos religiosos y morales, sino porque se presentan como los únicos poseedores de este saber e impiden a la gente vivir en libertad y alcanzar la verdad. Cargan de obligaciones y prohibiciones a los demás, pero ellos se eximen de cumplirlas, dicen pero no hacen. Si las cumplieran, como lo hacía el fariseo Pablo (Ef 3,6), sentirían el peso de esa religión que no deja espacio para la libertad de los hijos de Dios.
Si Lucas no duda en consignar todas estas frases de Jesús es porque sabe que el fariseísmo puede infectar la fe del cristiano de todos los tiempos, puede apagar el Espíritu y hacer perder la libertad, pues donde está el Espiritu del Señor, ahí está la libertad (2 Cor 3, 17).

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