P.
Carlos Cardó SJ
Visita
de la reina de Saba a Salomón, óleo sobre lienzo apaisado de Jacopo Robusti il
Tintoretto (1555 aprox.), Museo del Prado, Madrid, España
Aumentaba la multitud por la gente que llegaba y Jesús empezó a decir: «La gente de este tiempo es gente mala. Piden una señal, pero no tendrán más señal que la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, de igual manera el Hijo del Hombre será una señal para esta generación. La reina del Sur resucitará en el día del Juicio junto con la gente de hoy, y los acusará, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes mucho más que Salomón. Los habitantes de Nínive resucitarán en el día del Juicio junto con la gente de hoy, y los acusarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí ustedes tienen mucho más que Jonás.
Por eso Jesús rechaza tajantemente esa petición y añade que a esa
generación sólo se le dará el signo de Jonás: el profeta que con su predicción
logró que todos los habitantes de Nínive se convirtieran; y el signo de la
reina de Saba que hizo un largo viaje para conocer la sabiduría de Salomón.
Jonás es el profeta bíblico conocido por todos los judíos. Recibe
de Dios la misión de ir a predicar la conversión a los habitantes de Nínive,
opulenta ciudad asiria en la región actual del Mosul en Irak, famosa por sus
riquezas y las malas costumbres de su gente. El profeta se rebela, no quiere la
salvación de los ninivitas y cree imposible que se conviertan. Además, se niega
a seguir a un Dios que es capaz de tener misericordia con gente así. Se
escabulle, huye de su vocación, sufre un naufragio que le hace acabar en el
vientre de un enorme pez; pero nada de eso le convence.
Finalmente predica en Nínive aunque de mala gana y sin ninguna
confianza. Y ocurre lo inesperado: la ciudad pagana se convierte, desde el rey
hasta el último vasallo y hasta los animales, todos hacen penitencia y Dios los
perdona. Jonás se enfada. Pero Dios le va a enseñar: hace que se seque el
ricino que le da sombra. El profeta maldice por el calor que hace. Y Dios le
dice: Tú te molestas por un simple ricino ¿y yo no voy a tener compasión de
todo un pueblo?
Jonás es signo: fue enviado desde lejos para predicar la
conversión a los habitantes de Nínive y éstos se convirtieron. Su persona y su
palabra bastaron porque Dios actuó por él. Los ninivitas creyeron en su
palabra, y eso sólo bastó para la conversión. Jesús, por su parte, es el
enviado de Dios, de Él procede, y es más que un profeta, pero las reacciones de
sus oyentes han sido de lo peor. Por eso los ninivitas se levantarán contra esa
generación perversa y la condenarán.
A continuación Jesús recuerda a sus oyentes la historia de la reina
del Sur o de Saba (1 Re 10, 1-29; 2 Cr
9,1-12), conocida como Balkis en la tradición islámica, soberana de un
pequeño reino al sur de Arabia, identificado como Etiopía. Ella también es un
signo porque hizo un largo viaje, cargada de regalos de oro, piedras preciosas
y especias, para escuchar la sabiduría del rey Salomón; Jesús, por su parte,
viene a Israel encarnando en su persona y transmitiendo con su palabra la
auténtica sabiduría de Dios y su proclamación salvífica, pero le han dado la
espalda, no han querido escucharlo. Por eso en el día del juicio, la Reina del
Sur acusará también a los detractores de Jesús, porque Él es más que Salomón.
Por todo eso, Jesús se niega a darles otra señal. Su persona y su
palabra les deberían bastar. Él es el “testigo” primordial de Dios y de su amor;
quien cree y confía en Él, acepta que Dios actúa en Él, ama, perdona, salva,
instaura su Reino. Su credibilidad plena está basada en la perfecta coherencia que
se da entre su palabra y su vida. Ha anunciado la buena noticia de la salvación
ofrecida por Dios a todo el que se convierte y cree.
En vez de pedirle signos hay que escuchar su palabra y acoger su
persona, su forma de ser humano. No hacen falta signos espectaculares para
responder a su llamada. Dios respeta la libertad de sus hijos que pueden acoger
su ofrecimiento o rechazarlo, y respeta al mismo tiempo la verdad del amor que
no requiere de pruebas y crea libertad. Quien ama a otro está siempre expuesto
al rechazo y a sufrir por ello; pero no puede constreñir. Quiere que se le ame
libremente; lo contrario no es amor verdadero.
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