P.
Carlos Cardó SJ
Negación
de San Pedro, óleo sobre madera de roble de Nikolaus Knüpfer (Siglo XVIII),
Museo Nacional de Varsovia, Polonia
Yo les digo: Si uno se pone de mi parte delante de los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será también negado él delante de los ángeles de Dios. Para el que critique al Hijo del Hombre habrá perdón, pero no habrá perdón para el que calumnie al Espíritu Santo. Cuando los lleven ante las sinagogas, los jueces y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir; llegada la hora, el Espíritu Santo les enseñará lo que tengan que decir.
Quien ha optado por el seguimiento de Jesús deberá manifestar
públicamente su compromiso y esto le hace depositario de una promesa del mismo Jesús
para cuando venga como “Hijo de hombre” a juzgar el universo con justicia (Cf. Lc 9,26; 22,69; Hech 17,31). Asimismo, quien
reniegue o se avergüence de Él, el “Hijo del hombre” tendrá que declarar en su
contra en el juicio.
Las afirmaciones de Jesús en el versículo que sigue (v. 10)
parecen referidas a diferentes personas, no a los discípulos. La formulación de
la frase: A todo aquel que hable en
contra del Hijo del hombre se le podrá perdonar…hace que parezca dirigida a
otro auditorio más amplio y complejo. Hablan contra Jesús los que sólo ven en Él
al hombre, hijo del carpintero, y no lo reconocen como el enviado de Dios.
Hablan contra Él de manera aún más grave los que, al verlo
realizar sus milagros, le atribuyen un poder diabólico, concretamente de
Belzebú. Si se convirtieran de la dureza de su corazón, ciertamente Jesús no
les negaría el perdón. Pero también nosotros, todos, podemos “hablar” contra el
Hijo del hombre por medio de nuestros pensamientos y acciones. Así, en la
práctica, nos olvidamos del Señor y lo ponemos de lado. Se podría decir que en
la base de toda acción pecaminosa hay un rechazo a Jesucristo; tales acciones son
como palabras dichas contra Él. Por eso todos sentimos en nuestra conciencia la
llamada a convertirnos y acercarnos al perdón, que nunca se nos negará.
Otra cosa es lo que Jesús llama blasfemia contra el Espíritu Santo, pecado para el que no hay
posibilidad de perdón alguno. Este pecado no consiste en ofender con palabras
al Espíritu Santo, sino en el rechazo obstinado a aceptar la salvación que Dios
ofrece a toda persona por medio de su Espíritu Santo.
La gravedad de este pecado, que lo convierte en imperdonable, no
está únicamente en el rechazo de la predicación evangélica, o en el olvido de
Cristo en que caemos cuando actuamos contra sus valores y enseñanzas, sino en
la actitud persistente, contumaz y obstinada de oposición frontal a la
influencia del Espíritu Santo, que anima la proclamación del evangelio e inspira
en los corazones el reconocimiento de la necesidad de
convertirse y pedir el perdón.
Esta intransigencia obcecada, que se cierra a la acción del Espíritu,
impide el perdón de Dios. Es una forma extrema de rebeldía y antagonismo frente
al propio Dios, es una oposición «blasfema» al ofrecimiento de salvación que Él
hace.
La misericordia del Señor no tiene límites, pero quien se niega
deliberadamente a acogerla, mediante el arrepentimiento, y rechaza el perdón de
sus pecados porque no lo considera necesario, en una palabra, quien da la
espalda a la salvación ofrecida por el Espíritu Santo, él mismo se pierde. La
perdición viene no porque la Iglesia y el Señor no puedan perdonarle, todo lo
contrario, sino porque la persona misma, rechaza el don que Dios está dispuesto
a darle.
Es pecado contra el Espíritu Santo, además, porque es resistencia
y rechazo a la conversión que el Espíritu inspira en los corazones: nos
convence del pecado (Jn 16, 8-9). Fue
la actitud de los fariseos, que se cerraron a la aceptación del plan divino, no
reconocieron el daño que hacían a la gente con sus enseñanzas y actitudes, y
despreciaron la llamada a la conversión que Jesús les dirigió en todo momento.
Después
de estas severas advertencias, Jesús promete a sus discípulos que ese mismo
Espíritu los defenderá cuando los persigan y los hagan comparecer en las
sinagogas o en tribunales paganos ante autoridades y jueces. El mismo Espíritu
que consagró a Jesús para su misión (Lc
3, 22; 4,1.14-18) y le asistió en todas sus acciones (Lc 10,21), vendrá también en auxilio de sus discípulos y les
inspirará palabras elocuentes que sus acusadores no podrán rebatir.
Visto en su conjunto, este pasaje hace ver al cristiano que el
seguimiento de Jesús consiste en una adhesión plena y permanente a su persona,
que implica la responsabilidad de dar testimonio de Él y de su palabra en toda
circunstancia, aun cuando quienes se les opongan lleguen a rechazar y
despreciar de manera obstinada la acción del Espíritu del Señor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.