P. Carlos Cardó SJ
Todos los santos, témpera en madera de Fra Angelico (1420), Galería
Nacional de Londres, Inglaterra
Al ver a la multitud, subió al monte. Se sentó y se le acercaron los discípulos. Tomó la palabra y los instruyó en estos términos:“Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece.Dichosos los afligidos, porque serán consolados.Dichosos los desposeídos, porque heredarán la tierra.Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.Dichosos los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia.Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios.Dichosos los perseguidos por causa del bien, porque el reinado de Dios les pertenece.Dichosos ustedes cuando os injurien, los persigan y los calumnien de todo por mi causa.Estén alegres y contentos pues su paga en el cielo es abundante.De igual modo persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Tampoco
se pueden ver las bienaventuranzas como una nueva ley, más difícil que la
antigua. Son la descripción del corazón nuevo que Dios prometió por medio de los
profetas. Por eso, lo que aquí afirma Jesús es lo que Él vive y lo que comunica
a los que lo siguen. Sus palabras no son ley, sino evangelio; no son exigencias
nobles y difíciles, sino el anuncio de la obra que quiere realizar en nosotros
si lo aceptamos. Sin el don de su Espíritu del amor, las bienaventuranzas no
son otra cosa que una ideología, tanto más desesperante cuanto sublime.
Estas
palabras son para todo aquel que busca el sentido y verdad de su vida. Son las
actitudes que mueven el trabajo para hacer realidad una nueva humanidad. Son
los rasgos que podemos ver en aquellas personas y comunidades que se caracterizan
por ser misericordiosas, por tener limpio el corazón y buscar la paz. Estos
hombres y mujeres contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y
feliz. Ellos reproducen los rasgos del ser humano que Dios creó “a imagen y
semejanza suya”.
-
Pobres de espíritu: sin codicia ni
apegos materiales, son humildes de corazón, en contraposición a los de corazón
duro y dura cerviz. El pobre en el espíritu es agradecido porque sabe que todo
es don y gracia. Somos lo que hemos recibido. Así es Jesús, el Hijo, que todo
lo recibe del Padre. El motivo de la bienaventuranza no es la pobreza sino el por
qué, lo que con ella se consigue: al pobre, Dios lo llena de sus dones y
está dispuesto a dársele. La pobreza es la condición para acogerlo.
- Pacientes: bondadosos,
han desterrado de su alma la hostilidad. No pelean y ceden en vez de agredir. No
se irritan, no intentan dominar, ni buscan la venganza. No son insensibles. Dueños
de sí mismos, saben controlar y modificar sus sentimientos.
- Los afligidos: firmes
frente al sufrimiento, no sacan de él ni pesimismo ni amargura. Dios los
consuela y fortalece para poner amor en la adversidad y superarla.
- Los que tienen hambre y
sed de justicia: convencidos de que el respeto y la equidad son la
condición para poder vivir humanamente en sociedad, se empeñan en descubrir nuevos
horizontes de posibilidades, nuevas alternativas de vida digna para todos, nuevos
caminos para la superación de los conflictos.
-
Misericordiosos: interesados en
resolver el problema del otro, su empatía les lleva a sentir como propio el
sufrimiento ajeno. Es la forma fundamental del amor: pasión que se hace
com-pasión.
-
Limpios de corazón: El corazón es el
centro de la persona. En su corazón llevan a Dios, por eso lo ven en todas las
cosas y a todas las cosas en Él. Carecen de
malicia, son rectos y leales con Dios y con el prójimo. El
corazón limpio no está dividido por conflictos de lealtades, ni mezcla de
intereses, no es hipócrita ni inseguro.
-
Constructores de la paz: se oponen a
todo tipo de violencia, evitan los conflictos y los que son inevitables,
procuran resolverlos con diálogo y concertación. Construyen fraternidad, es
decir, colaboran en la obra que Dios, después de la creación, sigue realizando
en el mundo. Por eso Él los acoge como sus hijos e hijas.
-
Perseguidos: podrán ser incomprendidos
y aun perseguidos porque su sola presencia contradice a los poderosos. Quien
ama a los hermanos se choca con el mal: encuentra hostilidad. Como Jesús. El
discípulo sabe que su destino puede ser el de su Maestro y sabe también que si con él morimos, reinaremos con él
(2Tim 2,11).
Así
pensó Dios al ser humano cuando lo iba modelando con sus propias manos.
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