Abel Grimmer, Parábola del Sembrador, Oleo sobre taabla (1611), Museo del Prado, Madrid |
En
aquel tiempo dijo el Señor: "Suponed que un criado vuestro trabaja como
labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice:
"En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame
la cena, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás
tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?
Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos
pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.""
La analogía entre el señor y el criado
intenta inculcar en los discípulos la actitud de servir gratuita y
desinteresadamente, sin hacer depender el propio esfuerzo de las expectativas de recompensa.
El ideal es hallar felicidad y satisfacción en el
servicio a Dios y a los
prójimos.
Jesús nos asemeja a los siervos. Por el contrato de servidumbre, una persona quedaba
sometida al señorío de otra persona. La diferencia con el esclavo estaba
únicamente en que el siervo no podía ser vendido. Aplicada por Jesús a nuestra
relación con Dios, esta sujeción es expresión de la máxima libertad que se obtiene
por el amor. Por eso el mismo Jesús afirma que no ha venido a que lo sirvan
sino a servir y quiere que sigamos su ejemplo sirviéndonos unos a otros. Por su
parte, Pablo ve en la disposición para el servicio lo característico de Cristo
y exhorta: Tengan ustedes la actitud que
tuvo Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el
ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres… (Fil 2, 5-7).
Por eso la vanagloria y el sentirse superior a los demás es un sinsentido para
el cristiano. El mismo Pablo desarrollará esta idea con su propia terminología:
¿De qué podemos presumir si todo orgullo
ha sido excluido? (Rom 3,27); Dios ha elegido lo pobre y lo débil, de este modo, nadie puede presumir ante Dios;
la salvación se nos da por gracia mediante la fe, para que nadie pueda enorgullecerse (Ef 2,9).
El Señor Jesús está entre nosotros
como el que sirve (Lc 22, 27); para el mundo, en cambio, la libertad y la
grandeza consisten en hacer que a uno lo sirvan. Para Dios, la libertad
verdadera consiste en la necesidad de servir por amor. Para los hombres la
búsqueda de la superioridad llega a ser uno de los mayores alicientes en el
trabajo y el procurar que los otros no sobresalgan, una condición para
lograrla.
Jesús, en cambio, nos dice: Cuando hayan hecho lo que se les había
mandado, digan: somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer. “Inútil”
aquí no es peyorativo, puesto que el criado ha cumplido la misión que se le
había encomendado. Quizá habría que traducir mejor: Somos simples servidores, sin derecho ni mérito ligado a nuestro
trabajo. Es la invitación de Jesús a la gratuidad: a hacer el bien sin buscar
recompensa, sabiendo que Dios no necesita de nuestras buenas obras, sino que
somos nosotros los que nos beneficiamos con esas buenas obras. El premio está
en la misma obra bien hecha. Para Pablo, la máxima recompensa consistirá
justamente en predicar gratuitamente el evangelio (1Cor 9,18), y en ella se
vive la experiencia personal de aquél que me
amó y se entregó a la muerte por mí (Gal 2,20).
Somos
simples servidores: hacemos con dedicación nuestra
labor y no nos angustia ni siquiera el saber el fruto que tendrá; cumplimos lo
que nos toca de la mejor manera que podemos y todo lo demás se lo dejamos a
Dios con absoluta confianza. Lo importante es servir siguiendo el ejemplo de
Jesús, es decir, hasta dar la propia vida. En eso reside la calidad del amor
con que amamos a Dios y a la gente. Y estamos seguros de que el contenido de
amor y de entrega que ponemos en lo que hacemos, eso es lo que prevalecerá
cuando Dios haga nuevas todas las cosas y lleve a plenitud la obra que ha
comenzado en nosotros.
En resumen, la relación que
debemos tener ante Dios es la de confianza y deseo de servirlo a él y a los
prójimos de manera desinteresada. La recompensa que quiera darnos, será por
pura gracia, no se la podemos exigir. Cumplimos lo que nos toca de la mejor
manera que podemos y todo lo demás se lo dejamos a Dios con absoluta confianza.
En el servicio mismo puedo hallar la realización feliz de mi persona.
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