El escandalo, ilustración de autor anonimo |
P.
Carlos Cardó F. SJ
Dijo Jesús a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos y caídas, pero ¡pobre del que hace caer a los demás! Mejor sería que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello, antes que hacer caer a uno de estos pequeños. Cuídense ustedes mismos. Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Si te ofende siete veces al día y otras tantas vuelve arrepentido y te dice: "Lo siento", perdónalo». Los apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor respondió: "Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol: Arráncate y plántate en el mar, y el árbol les obedecerá".
En el viaje de Jesús a Jerusalén,
San Lucas pone las enseñanzas sobre el uso de los bienes materiales, seguidas
de una serie de cuatro recomendaciones que no tienen relación entre sí, pero
que perfilan el estilo de vida del discípulo: la condena del escándalo (17, l-3a),
el perdón como deber del cristiano (17,3b-4), el poder de la fe (17,5-6) y la
disponibilidad para el servicio (17,7-10).
Con una frase sumamente severa
Jesús condena el escándalo porque pisotea la ley de la caridad e induce a la
pérdida de la fe y al abandono de la Iglesia. Escándalo es toda acción, gesto o
actitud que induce a otro a caer en el terreno moral y religioso o a perder fe
y confianza en Dios. Los pequeños, los niños, y la gente sencilla creen ya en
Dios, pero las acciones y conducta de los mayores (sobre todo, cuando se
cometen aprovechándose de la superioridad que se tiene respecto a ellos) pueden
hacerles difícil la fe. Nada hay más grave que escandalizar a los pequeños o a
los débiles, causándoles trastornos psicobiológicos y problemas emocionales o conductuales que dejarán marcas profundas
en su personalidad y, en el campo religioso, pueden llegar a quitarles
la confianza que deben tener en Dios. Por eso, la advertencia de Jesús es
tajante: los auores de tales delitos acabarán de manera desastrosa.
Jesús es realista y pide que
abramos los ojos a una realidad siempre actual: las relaciones humanas pueden
deteriorarse hasta el punto de que los mismos miembros de la comunidad
cristiana sean causantes de escándalo. Por eso su advertencia es terminante: ¡Váyanse con cuidado!, no sea que por el
comportamiento de ustedes, esos “pequeños” que creen en mí, se alejen. Y la
severidad con que condena esta conducta no puede ser más drástica: quien sea
causa de escándalo merece ser arrojado al mar con una piedra de molino al
cuello. Por consiguiente, la comunidad debe estar atenta para que estas cosas
no sucedan, y debe mover a sus miembros para que cada cual examine su interior y
arranque de sí todo aquello que podría dar origen a posibles ocasiones de escándalo.
A la firmeza con que se debe actuar apunta Jesús con frases como ésta: Si tu mano, tu pie o tu ojo son ocasión de
escándalo…, córtatelo”, frase de gran fuerza expresiva, que obviamente no
significa mutilación, sino el deber de llegar a una opción firme y decisiva,
que fundamente una lealtad a toda prueba.
La segunda recomendación es sobre
un tema frecuente en el evangelio de Lucas: el perdón. Dice Jesús: Si tu hermano peca, repréndelo, y si se
arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras tantas
veces viene a decirte: ‘Me arrepiento’, perdónalo. Jesús hace conscientes a
sus discípulos de un hecho inevitable: en su comunidad habrá ofensas mutuas,
infidelidades y perjuicios. El cristiano debe tener en cuenta que reprender al
hermano que obra mal para que recapacite y repare el daño que ha causado, es un
deber propio de la caridad fraterna. Y una vez arrepentido, hay que perdonarlo,
reintegrarlo. Al arrepentimiento siempre debe seguir el perdón. Jesús no duda: Si peca contra ti siete veces al día y siete
veces viene a decirte: ‘Me arrepiento’, perdónalo.
El perdón no niega los sentimientos que toda ofensa produce. Es natural
que se sienta disgusto, enfado e indignación por el mal que el otro ha
cometido, pero dar cabida al odio, al rencor y la venganza, es excitar dentro
de sí un instinto de muerte que daña en primer lugar a quien se deja envolver
por él. El odio es un veneno del alma que perjudica a quien lo siente y
destruye la comunidad porque levanta muros de división dentro de ella,
ocasionando previsibles conflictos sucesivos. Sólo el perdón abre la
posibilidad de restablecer buenas relaciones, y de acabar finalmente con la
persistente amenaza que es el odio mutuo.
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