P.
Carlos Cardó SJ
Destrucción
de Jerusalén por Tito, óleo sobre lienzo de Wilhem von Kaulbach (1846), Nueva
Pinacoteca de Munich, Alemania
Como algunos estaban hablando del Templo, con sus hermosas piedras y los adornos que le habían sido regalados, Jesús les dijo: "Mírenlo bien, porque llegarán días en que todo eso será arrasado y no quedará piedra sobre piedra".Le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso, y qué señales habrá antes de que ocurran esas cosas?".Jesús contestó: "Estén sobre aviso y no se dejen engañar; porque muchos usurparán mi nombre y dirán: "Yo soy el Mesías, el tiempo está cerca". No los sigan. No se asusten si oyen hablar de guerras y disturbios, porque estas cosas tienen que ocurrir primero, pero el fin no llegará tan de inmediato".Entonces Jesús les dijo: "Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. Habrá grandes terremotos, pestes y hambre en diversos lugares. Se verán también cosas espantosas y señales terribles en el cielo. Pero antes de que eso ocurra los tomarán a ustedes presos, los perseguirán, los entregarán a los tribunales judíos y los meterán en sus cárceles. Los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre, y ésa será para ustedes la oportunidad de dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preocuparse entonces por su defensa. Pues yo mismo les daré palabras y sabiduría, y ninguno de sus opositores podrá resistir ni contradecirles. Ustedes serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y algunos de ustedes serán ajusticiados. Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Con todo, ni un cabello de su cabeza se perderá. Manténganse firmes y se salvarán."
Construido por Salomón (alrededor del año 960 a.C.), reconstruido por
Zorobabel (entre el 536 y 516 a.C.) y ampliado por Herodes el Grande (hacia el 19
a.C.), el templo era el santuario más importante y el orgullo de la nación judía.
Su destrucción, por tanto, no podía significar otra cosa que el fin del mundo.
Pero Jesús hace ver que la caída de Jerusalén y la destrucción del templo no
iban a ser el fin del mundo, sino un acontecimiento significativo, figura de
todo momento de crisis que para el creyente debe ser siempre un desafío.
A partir de esta observación, Jesús hace ver a sus discípulos que la
historia humana no se dirige hacia el “acabose” sino hacia “el final”. Marchamos
hacia la disolución del mundo viejo y al nacimiento de un mundo nuevo. Dios conduce
la historia hacia él. En nuestra existencia se desarrolla el misterio de la vida
y la muerte, y nos inquieta el transcurrir del tiempo que nos frustra
posibilidades, nos disminuye facultades y nos
hace pensar que todo pasa y todo muere.
La inseguridad que esto origina, lleva a buscar seguridad en
conocer el futuro y resolver la incógnita de “cuándo” se va a acabar todo y
cuáles serán las señales para reconocerlo. Pero Jesús no nos da explicaciones
sobre eso. Él nos enseña que el mundo tiene su origen y su fin en el Padre, y nos
invita a vivir el presente desde la perspectiva de la esperanza en Dios y del
triunfo final de su amor, que es lo que debemos preparar y saber acoger.
Muchas cosas admiramos y en algunas de ellas ponemos nuestra
confianza, porque nos gustan y nos producen gozo y placer, nos dan seguridad y
poder, nos hacen sentir orgullosos y autosuficientes; son para nosotros como el
templo de Jerusalén para los judíos, pero todo eso se puede venir abajo. “Que
nadie los engañe”, nos dice Jesús, invitándonos a examinar dónde tenemos puesta
nuestra confianza, nuestra felicidad, nuestro poder y nuestro orgullo.
Asimismo, ninguna catástrofe, ni guerra ni revuelta social o
política serán el fin; son cosas que han de suceder antes, son componentes de nuestra existencia anterior al fin.
Vivimos un tiempo abrumado por violencias de todo tipo. Guerras y violencias
había ya en tiempos de Jesús, y llevarían al gran desastre de la guerra judía de
los 66-70 d.C, que concluiría con la destrucción de Jerusalén.
Las guerras y los conflictos marcan como hitos sangrientos la
historia de la humanidad. Dios no las quiere, son los hombres los que las causan.
Continúan y multiplican el crimen de Caín: el desprecio del Padre hasta la muerte
del hermano. Frente a las guerras y violencias, el cristiano ejerce el discernimiento:
descubre una llamada al cambio de actitudes y busca caminos efectivos para la
paz sobre la base de la justicia propia del evangelio.
El mundo se habrá de acabar: lo que ha tenido un comienzo tendrá
un fin. Y podrá acabar mal, ciertamente, si no nos decidimos a ordenar y cuidar
el mundo. No hay que tener miedo al futuro, pero tampoco hay que ser ingenuos o
triunfalistas. Pero sea como fuere, la victoria no será del mal, sino del bien:
al final triunfará el amor fiel de Dios por sus hijos y por toda la obra de sus
manos.
Mientras tanto, el mundo nuevo que su Reino nos trae actúa en la
historia como la semilla pequeña, que fructifica en silencio. Y el plan de
salvación de Dios, que no puede engañarnos, se realiza a través de la paradoja
de la cruz: “es necesario atravesar primero por muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios” (Hech. 14,22).
Podemos pasar tribulaciones pero esperamos poder vivirlas asociados a Jesús que
primero las vivió por nosotros. Él nos dice: Ni un pelo de su cabeza se perderá. Si perseveran se salvarán.
Nuestra vida está en manos de Dios.
A los primeros cristianos que preguntaban ansiosos cuándo iba a ocurrir
el fin del mundo, el evangelio les decía cómo debían esperarlo, y a nosotros
que muchas veces vivimos la inseguridad respecto al futuro, el evangelio nos
dice cómo esperarlo: cómo encaminar nuestra vida hacia la verdadera esperanza
que no defrauda.
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