Jesús en el lago de Galilea, ilustración de Greg Olsen |
P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciará que está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros". Dijo a sus discípulos: "Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del Hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí, no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del Hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho, y ser reprobado por esta generación".
Durante su viaje a Jerusalén,
Jesús instruye a sus discípulos para la futura misión que habrán de cumplir de
ser sus testigos y continuadores de su obra. Estas instrucciones asumen algunas
veces el carácter de advertencias, como fue el caso de la respuesta que dio a
los fariseos que le preguntaron cuándo iba a llegar el reino de Dios. Puso en
guardia a sus discípulos frente a posibles engaños que lleven a conclusiones falsas
sobre la verdadera naturaleza y la venida del reino de Dios.
Ante todo, el Reino de Dios no vendrá en forma espectacular. Hay que esperarlo con simplicidad, sin
preocuparse por el tiempo o por el lugar de su manifestación. Es verdad que
traerá consigo la plena y definitiva realización del ser humano y de todas sus
aspiraciones, todo aquello que es inherente al deseo de la salvación; pero es
por eso mismo una realidad trascendente, que incluye y va más allá del ámbito
de la felicidad y éxito que pueden alcanzarse en esta tierra. Sin embargo, los
judíos habían limitado su contenido a una realidad de liberación y prosperidad
temporal, que aparecería con todo el esplendor de una monarquía restablecida y
consolidada sobre los demás pueblos. Por eso, la respuesta de Jesús tiene un
cierto tono polémico. Jesús corrige esa absoluta falta de comprensión de lo que
realmente será el reinado de Dios.
Su llegada no será un
acontecimiento predecible por signos o presagios que permitan decir: ¡Está aquí! o ¡está allá! No hay que
caer en especulaciones o fantasías sobre su llegada. Jesús habla del señorío de
Dios, su Padre, como una realidad que ya está inaugurada y operante en él. En
la palabra y obra del Hijo, Dios ha comenzado a actuar en las personas y en la
historia humana, estableciendo su reinado. No es necesario, pues, buscar signos
recónditos, sino remitirse al hoy de nuestra realidad, que es donde el amor
salvador de Dios actúa como una semilla que germina y crece.
Por eso dice Jesús: el Reino de Dios ya está dentro de ustedes,
que puede traducirse: entre ustedes está.
Ya está el reino de Dios en la persona de Jesús que proclama la salvación y
la anticipa en los signos que realiza, y está al mismo tiempo en su presencia
resucitada en el corazón del creyente, en los hermanos, y en la Iglesia. También
puede traducirse: el reino de Dios está
al alcance de ustedes, porque es una realidad ofrecida a todo ser humano,
que puede ser objeto del deseo de todos y puede alcanzarse si se aceptan sus
exigencias, es decir, si se adopta un estilo de vida conforme a los valores del
reino: santidad y gracia, verdad y vida, justicia, amor y paz. En este sentido,
el reino es como una fuerza invisible que actúa desde el interior de las
personas y las mueve a vivir y promover la vida de manera cada vez más plena.
Todos, pues, pueden sentirse llamados al reino de Dios y todos han recibido la
capacidad para conseguirlo.
Esto es lo más importante respecto
al fin del mundo y a la venida del reino de Dios, que Jesús hace coincidir con
su segunda aparición entre nosotros como Hijo del hombre. No se trata, por
tanto, de dejarse envolver en fantasías que no son sino formas de evadirse de
la realidad actual en esperas futuras. Es en lo cotidiano donde se nos anticipa
lo que vendrá y donde nos encontramos con el reino, lo aceptamos o rechazamos
con nuestros actos. Dentro de nosotros está pero todavía no en su forma final
plena y definitiva. Ésta será repentina, no
está sujeta a cálculo, ni vendrá precedida de signos premonitorios. Pero
será patente y como el relámpago que
brilla desde un punto a otro del cielo, mostrará la gloria del Resucitado. Sin
embargo –anuncia Jesús a sus discípulos– esa manifestación deberá ir precedida
de algo inevitable como el sufrimiento, el rechazo, la pasión y muerte del
Señor.
Así, pues, es una contradicción
repetir en la eucaristía que esperamos la
gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo, y por otra parte dejarse
invadir por el miedo al fin del mundo y al juicio final. El Señor vendrá a poner de manifiesto lo que hay en nuestra vida
y a ser finalmente nuestra paz y alegría sin fin. Por tanto, hoy es cuando
debemos esforzarnos por estar con él para poder estarlo eternamente. Su venida
constante por la fe a nuestros corazones y el deseo de plenitud que nos hace
exclamar Ven, Señor, Jesús nos deben
llenar de aliento y esperanza.
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