P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
limpiando el templo, óleo sobre lienzo de Pieter Aertsen (siglo XVI), colección
privada, subastado en Christie’s
Después entró en el templo y se puso a echar a los mercaderes diciéndoles:"Está escrito que mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de asaltantes".A diario enseñaba en el templo.Los sumos sacerdotes, los letrados y los jefes del pueblo intentaban acabar con él; pero no encontraban cómo hacerlo, porque el pueblo en masa estaba pendiente de sus palabras.
No es un simple arrebato de ira. Sin dejarse impresionar por la
riqueza y poder del templo material, Jesús adopta la actitud valiente de los
profetas que habían pretendido purificar la religión de Israel, denunciado las
injusticias y la corrupción de las autoridades religiosas. Los negocios
montados por los sumos sacerdotes en los atrios e inmediaciones del templo para
la venta de los animales destinados a los sacrificios habían convertido el
lugar santo en una especie de antro dedicado al culto a Mammón, personificación
de la riqueza de iniquidad, que impide el culto al verdadero Dios. No pueden servir a Dios y a Mammón,
había dicho Jesús (Lc 16, 13, Mt 6, 24). Ahora purifica el templo para que
vuelva a brillar en él la gloria de Dios.
Además, con su gesto profético, Jesús relativiza la importancia
que el judaísmo atribuía al templo material. Ya Jeremías había declarado que no
bastaba recurrir al templo para sentirse seguros si se mantenía una mala
conducta: No confíen en palabras
engañosas repitiendo: ¡El templo del Señor! ¡El templo del Señor! ¡El templo
del Señor! … ¿Acaso piensan que pueden
robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr detrás
de otros dioses que no conocen, y luego venir a presentarse ante mí en esta
casa consagrada a mi nombre, diciendo: “Ya estamos seguros”, para seguir cometiendo
las mismas maldades? ¿Han convertido esta casa consagrada a mi nombre en una cueva
de ladrones? (Jer 7, 4.8-10).
Dios no soporta que se utilice su nombre para cometer
inmoralidades, dividir, generar privilegios y sostener poderes indefendibles. Menos
aún soporta que se le quiera comprar su amor salvador. La salvación, fruto de
su amor, se recibe como gracia siempre inmerecida y se responde a ella con una
vida de hijos que se aman unos a otros como son amados.
Esta acción de Jesús, que le hace aparecer como alguien superior
al templo, enardece los ánimos de las autoridades judías, que deciden matarlo: Los jefes de los sacerdotes, los maestros de
la ley y los principales del pueblo buscaban matarlo. Pero no encontraban modo
de hacerlo porque el pueblo entero estaba escuchándolo, pendiente de su
palabra. Los poderosos y sabios de este mundo persiguen al portador del
reino de Dios; los pobres y sencillos, en cambio, que escuchan su palabra,
entrarán en él.
Éstos formarán el nuevo pueblo, que el Señor va a adquirir cuando
extienda sus brazos en la cruz, cumpliendo la voluntad de su Padre. Este pueblo
nuevo, santificado por el Espíritu del Señor, será en el mundo el espacio que
significa y produce la presencia de Cristo Resucitado. Sus miembros, como piedras vivas, irán construyendo un
templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de
Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios (1 Pe 2,4-5).
Ellos son el nuevo templo, en el que se ofrece el culto
definitivo, en espíritu y en verdad
(Jn 4, 24), con la ofrenda de sus personas, entregadas a la causa de Jesús y de
su Reino (Rom 12,1-3).
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