P.
Carlos Cardó SJ
Alimentación
de los cinco mil, fresco de autor anónimo (1260 aprox.), Basílica Santa Madre Sofía
(Hagia Sofía), Estambul, Turquía
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado.Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer".Jesús les replicó: "No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer".Ellos le replicaron: "Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces".Les dijo: "Traédmelos".Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.El pan es el símbolo con el que Jesús quiso identificarse en lo más característico de su persona y de su obra por nosotros: hombre para los demás, entrega su vida por la vida del mundo como pan de vida eterna. Al mismo tiempo, el pan es el alimento en nuestra vida temporal y la garantía del banquete eterno, que Dios nuestro Padre celebrará con nosotros cuando su reino se haya realizado plenamente.
Los primeros cristianos consideraron especialmente importante el
pasaje de la multiplicación de los panes y, por la forma como lo redactaron, hicieron
ver a través de él la importancia que tenía para ellos la Eucaristía, signo realizador
de su unión con Cristo y de la unión que debía existir entre ellos. Por eso el
texto emplea palabras de la Eucaristía. Jesús
tomó los panes, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y se los dio
a los discípulos para que los repartieran.
La comunidad tiene su centro en la Eucaristía. Vive del don de su
Señor, ofrecido y recibido como el pan de vida. Vive también el anhelo del
Señor de servir a los demás y ayudar a resolver el problema de la vida,
significado en el hambre de la multitud: hambre de pan y de evangelio. Todo el
ser de Jesús y su mensaje, todo lo que nosotros creemos y esperamos, se
sintetiza en el gesto compartir con los demás lo que uno tiene y lo que uno es.
Eso significa partir juntos el pan.
El pan está hecho para ser compartido. Cuando el pan se acumula en
pocas manos y se queda gente con hambre, ahí la celebración de la Eucaristía
está incompleta. Por eso, cuando los primeros cristianos celebraban la Cena del
Señor, hacían que en su única e indivisible celebración se efectuara la
distribución de los bienes –para que no hubiera pobres entre ellos (Hech 4,32-35)– y el comer juntos el
Cuerpo del Señor, pan de la unidad, que les hacía tener “un solo corazón y una
sola alma” (Hech 4,32). Por eso, “no se puede separar el sacramento del Cuerpo
de Cristo del sacramento del hermano” (Papa Benedicto XVI).
Mezclados entre la multitud hambrienta, mostrémonos dispuestos a recibir
el pan que Jesús nos da y se manifiesta en el milagro de los panes. Y dejemos
que Jesús nos señale el camino que debemos dar a nuestras vidas. Conmovido por
el hambre de la gente, Jesús nos dirá: Denles
ustedes de comer. No podemos decir como los discípulos: “que vayan y se
compren” lo que necesitan para sobrevivir. En las palabras de Jesús hay un imperativo
a sus discípulos de entonces y de ahora a identificarse con Él, que es cuerpo
entregado, pan, alimento que se recibe y se comparte.
El relato tiene 3 escenas:
La primera escena es la presentación de Jesús misericordioso que,
movido a compasión, toma la iniciativa para resolver el problema de la vida,
representado en el hambre de la multitud. Al
ver al gentío, se le conmovieron las entrañas. La misericordia es cualidad
fundamental del ser de Dios, que es amor, amor de padre y de madre.
En la segunda escena, los discípulos piden a Jesús que despida a
la gente para que se busquen qué comer. Ellos siguen pensando con la lógica del
comprar y del poder. Jesús les ordena pasar a la lógica del compartir: que
traigan lo que tienen. Y aunque los medios con que cuentan son insuficientes (no tenemos más que cinco panes y dos peces),
Jesús se valdrá de ellos para que a nadie le falte.
En la tercera escena, Jesús toma los panes de la comunidad, hace
que la comunidad participe. Pronuncia sobre ellos la bendición, es decir, hace
que baje sobre el pan de la comunidad la gracia de Dios. Con ella, los bienes
se transforman y readquieren la finalidad para la que el Creador los hizo, que
es la de servir al sostenimiento de todos. Entonces, esos panes, ya dispuestos para
ser compartidos, se los da Jesús a los discípulos para que los repartan.
Pongamos lo nuestro a disposición de quien lo necesite y veremos
que alcanza hasta sobrar: Con lo que
sobró llenaron doce canastas.
Los primeros de la primitiva Iglesia partían el pan en las casas y
repartían sus bienes para que a nadie le faltara nada y no hubiera pobres entre
ellos. Ese ideal de la Eucaristía de los primeros cristianos, de comulgar en el
ser mismo del Señor y manifestarlo en el amor fraterno y en el servicio a los demás
es la dirección fundamental que hacia la que han de
apuntar nuestros trabajos, nuestro estilo de vida y nuestras decisiones.
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