P.
Carlos Cardó SJ
Presencia
de Dios en el tabernáculo, ilustración de la Biblia y su historia enseñada por
mil lecciones de imágenes, editada por Charles F. Horne y Julius A. Bewer en
1908
Jesús les dijo: “¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el reino de Dios! ¡Ustedes no entran ni dejan entrar a los que lo intentan! ¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que devoran los bienes de las viudas, mientras hacen largas oraciones para que se les tenga por justos! ¡La sentencia para ustedes será más severa! ¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un prosélito, y cuando lo consiguen, lo hacen merecedor del fuego el doble que ustedes! ¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: Quien jura por el templo no se compromete, quien jura por el oro del templo queda comprometido!¡Necios y ciegos!, ¿qué es más importante? ¿El oro o el templo que consagra el oro? Ustedes dicen: Quien jura por el altar no se compromete, quien jura por el don que hay sobre el altar queda comprometido. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante? ¿La ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Pues quien jura por el altar jura por él y por cuanto hay sobre él; y quien jura por el templo jura por él y por quien lo habita; y quien jura por el cielo jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él".
El texto es continuación del discurso contra la hipocresía de los fariseos
y escribas. Conviene advertir la aplicación que tiene al día de hoy, pues el
fariseísmo sigue siendo un peligro para todas las religiones y para la Iglesia.
Fariseo significa puro; así
se creía el miembro de este partido. Jesús pone en guardia contra el peligro de
convertir su comunidad en una secta de puros. Asimismo, el fariseísmo aparece cuando
se dictan normas para que otros las cumplan y no se pone en práctica lo que se enseña.
Fariseísmo es servirse de la Palabra (de la Iglesia, de las
instituciones religiosas, incluso de las normas morales) para obtener algún beneficio
propio, aprobación y gloria vana según el mundo, pero no la gloria de Dios. Los
fariseos de todos los tiempos exhiben su religiosidad o su saber de las cosas
de religión y moral para aparecer como grandes, doctos, eruditos que están para
enseñar pero no para aprender.
El fariseísmo se infiltra bajo apariencia de bien, disfrazado con
la máscara de la observancia de las normas y preceptos; presenta el evangelio como
ley, no como lo que es: buena noticia de la comunicación y comunión entre Dios
y sus hijos e hijas.
Las contradicciones que Jesús desenmascara en este discurso son:
la hipocresía del decir y no hacer, el celo por buscar prosélitos para
asemejarlos a ellos y no llevarlos a Dios, el legalismo y la falta de
discernimiento, el ser intachable en lo exterior pero perverso en su interior (sepulcros
blanqueados), la dureza para juzgar a los demás y la incapacidad para soportar
el juicio de la verdad.
El «ay» profético que Jesús pronuncia seis veces por el mal
proceder de los fariseos y escribas, no es de lamento por una situación triste,
sino de advertencia severa del fin desastroso al que se encaminan por confundir
a la gente. Son los enemigos de Jesús, responsables directos de que la mayoría
del pueblo de Israel no creyera en Él. Es como un ajuste de cuentas decisivo a
los malos dirigentes. Seis veces los llama «hipócritas», por vivir en
contradicción entre lo que dicen y lo que hacen. Son lo contrario de lo que
deben ser los discípulos de Jesús, que escuchan la palabra de Dios que Él les
comunica y la llevan a la práctica (cf 7,24-27).
El primer «ay» es porque los maestros de la ley y los fariseos,
haciéndose los jueces de vivos y muertos, cierran la puerta del reino de los cielos
a los que se les antoja, sin advertir que haciendo eso ellos mismos se condenan.
Pedro, como representante de la comunidad cristiana, recibió las
llaves para, en nombre de Cristo, abrir a los fieles las puertas del reino de
los cielos (Mt 16, 19) mediante la
transmisión de los contenidos de la fe cristiana. Los letrados y fariseos, en
cambio, considerados los intérpretes oficiales de la ley, centraban su práctica
en la búsqueda de la pureza exterior, dejando de lado el núcleo más importante
de la ley: la misericordia, el derecho y la fidelidad. Obrando así ellos mismos
quedaban fuera de la justicia del reino y confundían a la gente en vez de
guiarla a cumplir lo que Dios quiere.
El segundo «ay» amplía la denuncia anterior. Los letrados y
fariseos, que no permiten entrar a las personas en el reino de los cielos, realizan
sin embargo una tenaz actividad proselitista para convertir a la fe de Israel y
a la observancia rigorista de la ley a gentes de otras naciones. Pero una vez
convertidos los volvían más fanáticos aún que ellos mismos y por ello
doblemente merecedores de la perdición.
El tercer «ay» es para los mismos leguleyos, a quienes califica de
torpes y ciegos porque se valen de
triquiñuelas para exonerar a quienes les interesa de las obligaciones morales que
han contraído con sus promesas y juramentos. Estos “guías ciegos” mantenían a
las personas en su ceguera. Son, por tanto, el polo opuesto del único Maestro,
Jesús, que abolió los juramentos y los sustituyó por la veracidad de la palabra
dada, que compromete totalmente a la persona.
Aunque estas formulaciones evangélicas no son fáciles de
comprender en su literalidad, queda clara a los lectores de hoy la enseñanza de
Jesús acerca de la honestidad personal y la necesidad de refrendar con la
propia conducta la fe que se profesa. Por lo demás, la labor evangelizadora de
la Iglesia no ha de tener como objetivo el buscar prosélitos, sino crear
fraternidad y promover de manera integral a las personas para que sean libres y
responsables.
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