P.
Carlos Cardó SJ
El
Salvador del mundo, óleo sobre lienzo de Domenikos Theotokópoulos "el Greco" (1600), Galería Nacional de Escocia, Reino Unido
Cuando llegó Jesús a la región de Cesaréa de Felipe, preguntó a los discípulos: ¿"Quién dice la gente que es este Hombre?”.Ellos contestaron: "Unos que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías o algún otro profeta”.Él les dijo: "Y vosotros, ¿quién dicen que soy?”.Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".Jesús le dijo: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá. A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".Entonces les ordenó que no dijeran a nadie que él era el Mesías.A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, padecer mucho a causa de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar.Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡"Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa". Él se volvió y dijo a Pedro: ¡"Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres, no como Dios".
Mientras suben a Jerusalén donde va a ser entregado, Jesús
pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la
gente que soy yo? Ellos responden refiriendo las distintas opiniones
que circulan: que es Juan Bautista vuelto a la vida, que es Elías, enviado a
consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10) y preparar el reino de Dios (Mt 11, 14; Mc 9,11-12; cf. Mt 17,
10-11), o Jeremías, el
profeta que quiso purificar la religión, o un profeta más.
¿Quién dicen ustedes que soy yo?,
les dice. De lo que sientan en su corazón dependerá su fortaleza o debilidad
para soportar el escándalo que va a significar su muerte en cruz.
Entonces
Pedro, actuando en nombre de los Doce, le contesta: Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo. Estas palabras, con las que proclama que reconoce a
Jesús como Mesías divino, no han podido nacer de su genial perspicacia; como
las demás los discípulos él es un hombre sin mayor instrucción, un pobre
pescador de Galilea. Sus palabras han sido fruto de una gracia especial. Por
eso le dice Jesús: “¡Dichoso tú, Simón,
hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino
mi Padre que está en el cielo”.
Pedro
tiene el germen de esa fe que irá madurando en él hasta que, vuelto de sus
pruebas, sea capaz de confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22, 31). Por eso Jesús le
dice: Tú serás llamado piedra, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, dándole
como misión el servicio de la unidad, sobre la base de la conservación de la
común fe revelada y el vínculo de la caridad.
Ahora
ya todo cambia, Jesús puede manifestarles claramente el misterio de su persona
y del destino que le aguarda. Él es el enviado del Padre, el Mesías Salvador,
que entregará su vida por nosotros, será crucificado y resucitará por la fuerza
de Dios su Padre.
Pero este padecer mucho remite a un misterio que se nos tiene que revelar.
Tendrá que venir la luz de la Pascua para que los discípulos lleguen a entender
que no es el sufrimiento por sí solo lo que salva, sino el amor y la confianza con
que Jesús lo asume, haciendo presente a Dios en él con todo el poder salvador
de su amor.
De
este modo Jesús introduce el amor de Dios en toda situación humana de dolor, de
pecado, de injusticia y de muerte para que en ella esté siempre presente en
favor de los que sufren la fuerza del amor de Dios, que libera y salva. Los padecimientos
y la muerte de Jesús hacen ver hasta qué extremos llega el amor que Dios nos tiene.
Un lenguaje así choca con la manera habitual
de pensar de los hombres. Por eso, Pedro en particular no lo entiende. Ha reconocido a su señor como
el Mesías, Hijo de Dios vivo, pero no ha sido capaz de incluir en su confesión
de fe su aceptación del camino de cruz que Jesús debe recorrer. Por eso, con la
misma impulsividad con que se lanzó a confesar, a nombre de todos, su fe en
Jesús Mesías, ahora, llevando aparte a
Jesús, comenzó a reprenderlo. Pero recibe de Jesús la más severa reprimenda:
Ponte detrás, Satanás…, tú no piensas como Dios, sino como los hombres. Están
los pensamientos de Dios y los pensamientos de los hombres; el discípulo
preferido aún no ha dado el paso.
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