P.
Carlos Cardó SJ
Visitación,
fresco de Giotto di Bondone (1310), Transepto norte de la Basílica San
Francisco de Asís, Italia
Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá.Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!»María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre.María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa.Atenta a la señal ofrecida por el ángel en su anunciación, María sale de Nazaret para visitar a su pariente Isabel, que estaba en avanzado estado de gestación. Va de prisa, movida por la caridad, para ofrecer a Isabel la ayuda que en esos casos necesita una mujer, y para compartir con ella la alegría que cada una, a su modo, ha tenido de la grandeza de Dios.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó de gozo el niño que
llevaba en su seno, se sintió llena del Espíritu Santo y exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre! Es el saludo de Israel a las grandes mujeres de su historia.
Bendita entre las mujeres habían sido Yael y Judit (de las que hablan los
libros de los Jueces, c.24, y de Judit, c.13) que aniquilaron al opresor y
vencieron al enemigo de su pueblo. María, con su obediencia a la Palabra,
aniquila y vence al enemigo de la humanidad. Ella lleva en su vientre el fruto
de la descendencia de Eva, que pisotea la cabeza de la serpiente (Gen 3). En
ella toda la creación se torna bendición y vida.
Isabel comprende que María lleva ya en su seno al Señor, y añade: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de
mi Señor? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa
tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Pocos títulos atribuidos a María expresan mejor que éste la
función excepcional que le tocó cumplir en el plan de salvación. “Porque, si la
maternidad de María es causa de su felicidad, la fe es causa de su maternidad
divina” (Teilhard de Chardin). María es
la creyente, la que escucha la palabra de Dios y la cumple. Por eso, la llena
de gracia, la Madre del Señor, es también Madre y figura de la Iglesia,
comunidad de los creyentes.
Cuando Isabel termina sus alabanzas, María dirige la mirada a su propia
pequeñez, fija luego sus ojos en Dios, de quien procede todo bien, y entona un cántico
de alabanza. María responde a lo que Dios -el
Santo, el todopoderoso, el misericordioso- ha
hecho con ella al elegirla como madre del Salvador.
Con su canto, María nos ayuda a descubrir el sentido de nuestra
vida y agradecer los beneficios recibidos. En María la humanidad y la creación
entera cantan la fidelidad del amor de Dios. Es un canto que sintetiza la
historia de la salvación, contemplada del lado de los pobres y sencillos que
sienten a Dios a su favor. Con Israel, María no duda en alabar a Dios por sus
preferencias, porque dispersa a los
soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los
humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.
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