viernes, 9 de agosto de 2019

El que quiera venir detrás de mí (Mt 16, 24-28)

P. Carlos Cardó SJ
Camino del calvario, fresco de Pietro Lorenzetti (1320), Basílica de San Francisco de Asís, Italia
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces dará a cada uno lo que merecen sus obras. Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán, sin haber visto primero llegar al Hijo del hombre como rey".
Jesús ha hablado claramente de su camino de cruz, como medio para realizar su misión salvadora. Los discípulos y en particular Pedro, no han comprendido este lenguaje. No podían admitir que su Maestro tuviera que sufrir. El destino del Mesías, tal como ellos lo pensaban, sólo podía ser de triunfo sin pasar por la humillación del sufrimiento. Por lo demás, no están dispuestos a verse involucrados en un final como el que Jesús prevé.
Por eso Pedro enfrenta a Jesús y tomándolo aparte, se puso a reprenderlo: Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso. Pero Jesús lo reprendió duramente a la vista de todos, haciéndole ver que se portaba ante Él como el tentador: Colócate detrás de mí, Satanás (tentador). Tú no piensas como Dios, sino como lo hombres. Están los pensamientos de Dios y los pensamientos de los hombres; el discípulo preferido aún no ha dado el paso.
Después de esto, Jesús ya no duda en plantear con toda claridad lo que espera de ellos. El ser discípulos de Jesús consiste ahora en determinarse a ser como Él. Bástale al discípulo con ser como su Maestro, les había dicho. Ahora les advierte que seguirlo significa recorrer con Él su camino hasta el final y asumir su estilo de vida con todas sus consecuencias. Es lo que quiere Jesús: la identificación con Él, porque su vida se prolonga en la del discípulo. Por eso Pablo dirá: “Vivo yo, ya no yo; es Cristo quien vive en mí” (Fil 1). “Estoy crucificado con Cristo y no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí” (Gal 2).
La condición para la identificación con Jesús es clara: Niéguese a sí mismo. Niegue cada cual su falso yo –deformado por el egoísmo y el pecado– para hacer nacer su yo auténtico, que se realiza en el amor, en la entrega, en el servicio.
Y añade: Lleve su cruz, la cruz de cada uno, que es la lucha contra el mal que actúa en todos, la lucha contra el egoísmo; es la tarea que cada cual debe asumir. Llevar la cruz significa también asumir las cargas de sufrimiento que la vida impone y ver la presencia de Dios en ellas. Entonces se revela el sentido que pueden tener y el bien al que pueden contribuir si se viven con Dios. No se trata de añadir sufrimientos a los que la vida misma y las exigencias del compromiso cristiano normalmente imponen. Se trata de aprender a llevar el sufrimiento como Cristo nos enseña, sabiendo, además, que no estaremos solos, pues Jesús va delante con su cruz como quien abre y facilita el camino.
Quien quiera salvar su propia vida la perderá. Estas palabras de Jesús expresan una gran verdad: que quien vive queriendo ponerse a resguardo de toda pérdida, de toda renuncia, de toda donación…, ese tal echa a perder su vida, porque la vida es relación y se realiza en el amor, que consiste en dar y recibir.
Debemos convencernos de que motivar a nuestros jóvenes para que puedan asumir el dolor que toda vida comporta, para que puedan renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa de sus propios impulsos en función de valores superiores, esto forma parte de la formación del adulto.
No hay que elegir el camino fácil sino la meta. La vida es amar y servir y en eso radica el secreto de la verdadera felicidad y del verdadero éxito. Fuera de esta perspectiva, aunque gane el mundo entero, la vida no se logra, se malogra. Muchas veces hallaremos difícil esta exigencia. Pero confiamos en el Señor que nos asegura su compañía y apoyo constante. Él nos hace comprobar que el amor suaviza lo que las exigencias tienen de costoso.

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