P.
Carlos Cardó SJ
Parábola
del rico necio, óleo sobre lienzo de David Tenier el joven (1648), Galería
Nacional de Londres
Uno de entre la gente pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia".Él le contestó: "Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor entre ustedes?!".Después dijo a la gente: "Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida".A continuación les propuso este ejemplo: "Había un hombre rico, al que sus campos le habían producido mucho. Pensaba: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mis cosechas. Y se dijo: Haré lo siguiente: echaré abajo mis graneros y construiré otros más grandes; allí amontonaré todo mi trigo, todas mis reservas. Entonces yo conmigo hablaré: Alma mía, tienes aquí muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, pásalo bien". Pero Dios le dijo: "¡Pobre loco! Esta misma noche te reclaman tu alma. ¿Quién se quedará con lo que has preparado?" Esto vale para toda persona que amontona para sí misma, en vez de acumular para Dios".El uso de los bienes materiales y del dinero es un tema importante en el evangelio de Lucas: no sólo porque son necesarios para vivir, sino porque tienen un enorme poder de seducción. El evangelio libera a la persona humana de toda tendencia idolátrica, que la lleve a someterse a las cosas, hasta perder su libertad frente a ellas y sacrificar en su honor los valores que ennoblecen y guían la vida. El cristiano ha de poner su confianza en Dios por encima de todo, ha de obrar con libertad responsable en el uso las cosas de este mundo y demostrar solidaridad fraterna.
Con
el dinero se puede hacer el bien o hacer el mal. El dinero es malo cuando es
mal adquirido, o cuando se emplea para fines malos, o se acumula para el
disfrute egoísta, sin tener en cuenta la suerte de aquellos que podrían
beneficiarse también con él. La acumulación infecunda y egoísta genera
desigualdades injustas y divide a los hermanos. Hay que administrar el dinero
conforme al plan de Dios.
Así,
mientras el rico egoísta se llena de enemigos, quien administra bien sus bienes
para que sirvan al desarrollo de su pueblo, para que den trabajo a la gente y
para resolver las necesidades de los pobres, esa persona es justa, crece en
dignidad. En palabras del Papa Francisco: “La vocación de un empresario es una
noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la
vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por
multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo” (Evangelii Gaudim 203).
El
texto de San Lucas comienza con la intervención de un hombre anónimo que, en
medio de la multitud, le pide a Jesús que intervenga para que su hermano reparta
con él la herencia. Jesús se niega a responder en términos jurídicos como lo
hacían los rabinos y expertos en la ley, y prefiere ir a la raíz misma del
conflicto entre los hermanos: la avidez insaciable.
Lo
que los divide es justamente lo que debería unirlos: el legado que el padre les
ha dejado para ayudarlos a vivir. Pero el amor desordenado al dinero lleva a
querer apropiarse de él, sustituye al amor del Padre y crea enemistad con el
hermano. Es un hecho evidente que las relaciones humanas pueden romperse fácilmente
cuando están de por medio el dinero y los bienes materiales, cuando los hombres
actúan movidos por la avaricia y la ambición.
Para
ilustrar este principio general Jesús propone luego una parábola. El
protagonista es un rico, un agricultor afortunado que, no obstante, es calificado
de torpe o insensato porque sólo piensa en sí y no tiene más interés en la vida
que programarse un futuro seguro y feliz mediante la acumulación de bienes.
La
forma de pensar de este hombre, que no ve más allá de su mundo solitario, se observa
claramente en el modo como se expresa: habla de mi cosecha, mis
graneros, mi trigo, mis bienes. En su horizonte está él
solo, sin su padre Dios y sin sus hermanos los hombres. No quiere reconocer que
los bienes que Dios da han de ser repartidos. Su afán de seguridad (otra cara
del miedo a la muerte) lo impulsa a acumular riquezas para sí, hasta hacer
depender la vida de lo que tiene y no de lo que es.
Pero
la verdad de la existencia es otra: aunque se nade en la abundancia, la vida no
depende de las riquezas y quien hace depender su vida de lo que tiene, echa a
perder lo que es: hijo de Dios y hermano de su prójimo. Ya no tiene a Dios como
padre, los demás dejan de ser hermanos para convertirse en competidores y las
mismas cosas, que eran medios para el sostenimiento y desarrollo de su vida,
pasan a ser causa de su desgracia. Por eso le dice Dios: ¡Torpe! Esta misma noche te pedirán el alma. ¿Para quién será todo lo
que has almacenado?
Necio o
torpe en la Biblia es el hombre que
no tiene en cuenta a Dios ni le preocupa la suerte de los demás; el hombre
vacío y fatuo que pone su confianza en cosas inseguras. Un antiguo escrito
judío dice: “El amor al dinero conduce a la idolatría, porque cuando los
pervierte el dinero, los hombres invocan como dioses a cosas que no son dioses,
y eso los lleva hasta la locura” (Testamentos
de los XII Patriarcas, 19,1).
Asimismo
el salmo 39,7 dice: El hombre es como un
soplo que desaparece, como una sombra que pasa; se afana por cosas
transitorias, acumula riquezas y no sabe para quién
serán. Y el profeta Jeremías expresa el lamento de Dios por sus hijos que,
al olvidarse de él, dejan de ver el justo valor de la vida y de lo que de veras
cuenta para su realización y felicidad plena: Dos maldades ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de
aguas vivas, para ir a cavarse cisternas, cisternas agrietadas que no pueden
contener el agua (Jer 2,13).
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