P. Carlos Cardó SJ
¿Qué
debo hacer para alcanzar la vida eterna? Según Mateo,
quien hizo esta pregunta a Jesús fue un joven, pero Marcos dice simplemente que
uno se le acercó, y Lucas añade que
fue un hombre importante. Sea como
fuera, se trata de la pregunta que, en general, se plantea toda persona cuando se
pone a pensar qué va a hacer con su vida.Mesa de los pecados capitales, óleo sobre tabla de madera de chopo de Jheronimus van Aken, El Bosco (1505 – 1510), Museo Nacional del Prado, Madrid, España |
En aquel tiempo se acercó un joven a Jesús y le preguntó: “¿Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”.Jesús le contestó: “¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos”.Él le preguntó: "¿Cuáles?".Jesús le contestó: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo”.El muchacho le dijo: “Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?”.Jesús le contestó: “Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego vente conmigo”. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.
El joven del relato quiere que se
le diga cuál debe ser la dirección que debe dar a su vida y la actitud práctica
que debe asumir para conseguirlo. Y como es un judío piadoso lo piensa en
términos religiosos: cómo puede estar bien con Dios para llegar a participar en
su reino futuro y salvarse. Las formas de expresar esta cuestión capital pueden
variar, pero tarde o temprano toda persona se pregunta: ¿Qué debo hacer para
alcanzar la felicidad y realizarme plenamente?
Además, si es sincero, reconoce por
experiencia que no todas sus acciones han estado bien dirigidas, que no puede
guiarse sólo por los impulsos de sus instintos, y que algunas veces se ha
equivocado porque su mente no puede abarcar todos los aspectos de la realidad. Advierte,
en fin, que en su corazón se anidan afectos y pasiones que le quitan libertad y
le impiden tomar decisiones acertadas.
La respuesta de Jesús tiene dos
partes, conforme a la reacción del joven. Primero le dice que la condición
indispensable es el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios, y le
enumera cinco que tienen que ver con los deberes para con el prójimo, (cf. Gén 20, 12-16; Dt 16,20), añadiendo: ama a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,
18), como para reforzar la idea de que la salvación depende del amor a los
demás (cf. Rom 13,9; Gal 5, 14). A
continuación, al oír que el joven afirma haber cumplido todo eso y que quiere
saber concretamente qué le falta, Jesús le dice: Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres
–así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme.
El término perfecto llevó a pensar durante mucho tiempo que estaba allí el
fundamento de la vocación a la vida religiosa, considerada como “estado de
perfección”, por la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Pero Jesús no designa con ser perfecto ninguna actitud moral, ni
virtud reservada solamente a unos cuantos llamados, sino la integridad de las
condiciones que ha de cumplir todo aquel que quiere alcanzar la vida eterna.
Perfecto significa completo, acabado, pleno.
Y en este sentido, hay allí una
alusión a lo imperfecto de la ley judía, que debe perfeccionarse con el
seguimiento de Jesús y la adhesión a su persona. La ley antigua, los
mandamientos, son necesarios pero no bastan. Al cristiano se le pide seguir e
imitar a Jesús en su libertad frente a todas las cosas, para poder mantenerse
disponible a la voluntad del Padre, usar los bienes tanto cuanto convenga para
no estar atado a nada, solidarizarse con los necesitados, compartir con ellos
sus bienes y tener a Dios como lo más importante de todo.
Eso significa tendrás un tesoro en el cielo, que ha de entenderse como: Dios será
tu tesoro. Y como donde está tu tesoro, allí está tu corazón,
equivale en definitiva a tener a Dios en el centro y en lo más vital de la
persona.
El camino que Jesús le muestra al
joven rico –que a todos nos representa– no
es, pues, una disciplina ascética de renuncia de los bienes a fin de lograr un
equilibrio interior, libre de ansias de posesión o de disfrute. Lo que hace ver
es que seguirlo e imitarlo es vivir en Dios y para Dios; es experimentar ya en
la tierra la felicidad –bienaventuranza– de los que, libres frente a todo,
pobres hasta de sí mismos¸ se sienten colmados perfectamente y dan a su vida
una calidad que Dios reconoce eternamente. Pablo dirá: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con
él… (2 Tes 2, 11-12).
El joven rico, después de oír a
Jesús, se entristeció porque tenía muchos bienes y se fue. Le pareció imposible
lo que Jesús le proponía, ni siquiera se detuvo a preguntarle cómo se podía
lograr, ni tampoco reconoció: Creo, Señor,
pero aumenta mi fe. Se fue, simplemente, y nunca más se supo de él.
Y da pena en verdad porque dice
Marcos (10, 21) que Jesús lo había mirado con especial afecto… Asimismo los
discípulos se quedaron impresionados y
dijeron: – Entonces, ¿quién podrá salvarse? Con su respuesta, Jesús
confirma lo difícil que es liberarse del apego a las riquezas y bienes que el
mundo ofrece. Nadie es libre totalmente ni puede lograr, sin la ayuda de Dios,
la libertad de corazón que se requiere para no atarse a nada. La libertad es don divino por excelencia, que crece con la
generosidad de la propia entrega y con el servicio. Por eso dice el Señor: Para los hombres esto es imposible, pero no
para Dios.
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