P.
Carlos Cardó SJ
Nacimiento
de Juan Bautista, óleo sobre lienzo de Carle Van Loo (1735 – 1740), colección
privada, París, Francia
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A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.
La madre intervino diciendo: "No! Se va a llamar Juan."
Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así."
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre."
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Juan Bautista fue el hombre para quien Jesús reservó el mayor de
los elogios: Yo les digo que, entre los
hijos de mujer, no hay nadie mayor que Juan. La importancia histórica de su
nacimiento la resalta San Lucas, fijándose atentamente en el significado del nombre
que le dieron. En las culturas antiguas el nombre de la persona tenía una
importancia mayor que la que actualmente le damos. Solía ser significativo. «Nomen est omen», (el nombre es presagio,
pronóstico), decían los latinos. Y para los hebreos el nombre señalaba
algún atributo de Dios que en la vida del recién nacido se iba a manifestar, o el
significado de la misión que le tocaba desempeñar al niño.
Su
nombre es Juan (Lc 1,63), dice Isabel. Y
Zacarías, el padre, confirma ante los parientes asombrados el nombre del hijo,
escribiéndolo en una tablilla. El mismo Dios, por su ángel, había dado este
nombre que significa «Dios es favorable».
En la vida de Juan, quedaría de manifiesto que Dios es favorable al pueblo de
Israel y es favorable a la humanidad entera, a la que conducirá por los caminos
de la paz y la justicia. Todo esto se inscribe en el nombre Juan.
Según el testimonio de los evangelios, Juan se dedicará a preparar
la venida del Enviado definitivo de Dios que hará de Israel luz para todas las naciones, a fin de
que la salvación que quiere ofrecer desborde los límites étnicos, sin dejar pueblo
alguno en la sombra. Ese Enviado definitivo de Dios es Jesús.
Juan lo reconocerá y señalará como el cordero de Dios venido a
quitar los pecados del mundo. Le reconocerá como superior a él y no dejará que
le tomen por el Mesías, pues no se siente digno ni siquiera de desatarle las
sandalias. Por eso, no dudará en encaminar hacia él a sus mejores discípulos
para que le tengan por el único maestro.
Es enorme la importancia de Juan en la manifestación de Jesús. Jesús
dirá que de él se había escrito: he aquí
que yo envío mi mensajero delante de ti. También Zacarías, al circuncidarlo
e imponerle nombre, cantó lleno de alegría: y
tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor a
preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los
pecados.
Juan, elegido para preparar la venida inminente del Salvador,
responde a la elección divina con una generosidad digna de ella. Salido de la
niñez se retira al desierto, viste y come con austeridad, hasta que Dios le
mueve a urgir a Israel con el mensaje de Isaías: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas; todo barranco será
rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso será recto y las
asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.
Juan se encara e interpela a toda clase de gentes: recaudadores de
impuestos y soldados, escribas y fariseos, y hasta al mismo Herodes. Sus gestos
y palabras tenían tal calidad profética que Jesús mismo preguntará a los que
habían ido a escuchar a Juan: ¿Qué salieron
a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salieron a ver, si
no? ¿A un profeta? Sí, les digo, y más que un profeta. En verdad les digo que
no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista.
Juan fue testigo de Jesús
con su vida y con su muerte. Su celo por el reino de Dios y su libertad de
palabra motivó que el tetrarca Herodes Antipas lo hiciera decapitar para
acallarlo. Juan nos enseña hasta dónde puede llegar la honestidad
y autenticidad de vida, el vivir para Cristo, el no doblegarse ante ningún
riesgo cuando se trata de defender la verdad.
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