P.
Carlos Cardó SJ
Sagrado
corazón de Jesús, óleo sobre lienzo de Pompeyo Batoni (1760), Iglesia del Gesù (Iglesia
de Jesús), Roma
Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido". Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse».
A través del símbolo del Buen
Pastor nos acercamos a lo que es más nuclear en la persona de Jesús: Jesús
supo amar de verdad, su amor no fue una cuestión coyuntural, simplemente, sino
el mismo amor con el que Dios-Padre ama a todos los hombres y mujeres del
mundo.
La parábola del Pastor que sale a buscar a la oveja perdida nos
llama a hacer nuestros los sentimientos de su corazón y a obrar con su mismo
amor. Es la llamada a hacer lo mismo que hizo Jesús: ser compasivo y
misericordioso. Vista en dimensión eclesial, la parábola del Buen Pastor,
recuerda a la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible
el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica. Invitación
a hacer sitio a los que vienen de fuera, a alegrarse de su venida.
La liturgia pone este texto del evangelio en la Fiesta del Corazón
de Jesús. Nos invita así a apreciar y hacer nuestros los sentimientos del
corazón de Jesús, Buen Pastor. A través del símbolo del Corazón nos acercamos a
Él desde aquello que es lo más nuclear de su persona: Jesús fue aquel que supo
amar de verdad, aquel cuyo corazón fue un corazón misericordioso. Su amor no
fue simplemente una cuestión coyuntural, fue el mismo amor con el que
Dios-Padre ama siempre y sin interrupción a todos los hombres y mujeres del
mundo porque son sus hijos.
El culto al Corazón del Señor nos lleva a hacer del amor mismo de
Jesús —que es el amor con que el Padre le amó, y que vive en nosotros por el
Espíritu— el medio en que nos movemos y actuamos. Es lo que en el evangelio de
Juan se expresa como permanecer (o
habitar) en su amor. Esto se expresa
concretamente en el empeño por hacer lo mismo que hizo Jesús, ser compasivo y
misericordioso. Visto en dimensión eclesial, el culto al Corazón de Cristo,
recuerda a la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible
el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica.
Pedirle al Señor en la oración llegar a tener un corazón semejante
al suyo significa ser hombres y mujeres que procuran encarnar realmente su amor
en la búsqueda continua de quien se encuentra solo o perdido, porque eso era lo
que distinguía al corazón del Buen Pastor.
Contemplar al Corazón del Señor y rendirle un culto especial no es
una simple devoción que se expresa en unos determinados sentimientos, sino una
decisión consciente, una “elección” de una forma de vivir que hace del amor
concreto, hecho de servicio y entrega, la motivación que anima todas nuestras
opciones y nuestros esfuerzos por ser fieles al evangelio. Es la opción por el
amor que lucha por transformar la sociedad con esa justicia que
exige el mandamiento del amor.
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