P.
Carlos Cardó SJ
Pentecostés, pintura al temple sobre tabla de Duccio di
Buoninsegna que forma parte del retablo de la Maestá (1308 – 1311), Museo Dell’Opera del Duomo, Siena, Italia
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La experiencia de los primeros testigos de la fe nos hace ver que el amor de Dios, que en Jesús había manifestado toda su fuerza salvadora, sigue actuando en el corazón de la comunidad y en cada uno de los que siguen a Jesús. El mismo amor que existe entre Jesús y su Padre, y que constituye el ser mismo de Dios, se desborda –por así decir– y llega a nosotros como la nueva forma, misteriosa pero real, en que Cristo sigue haciéndose presente, continuando su obra en el mundo. A ese amor lo llamamos Espíritu Santo, tercera persona del Dios Trinidad, “amor que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5).Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en eso entró Jesús, se puso en medio y les dijo:- «Paz a ustedes».Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:-«Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo».Y dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:-«Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
Jesús habló con insistencia del Espíritu Santo que Él enviaría al
volver a su Padre. Le llamó Paráclito –defensor y consolador– (Jn 14,16.25; 15,26; 16,7) y
también Espíritu de la verdad (Jn
14,17; 15,26; 16,13), que asistirá a sus discípulos en los
peligros y los llevará al conocimiento de la verdad plena, convirtiéndolos en “testigos”
(15,27). Este Espíritu, que
es amor, nos hace comprender y, sobre todo, recordar,
es decir, conocer con el corazón todo lo que Jesús nos dijo.
Vivimos del recuerdo vivo de Jesús. El ser humano vive de lo que recuerda,
de lo que guarda en su corazón. Por eso es importante la memoria: porque lo que
no se recuerda, ya no existe. El Espíritu Santo mantiene en nosotros la memoria
de Jesús, que es lo mismo que decir, mantiene a Cristo vivo, actuante en la
vida de los que siguen sus enseñanzas. Por eso lo reconocemos en la fuerza
interior que da dinamismo al mundo, que no ceja de empujar para que todo crezca
y se multiplique la vida, que alienta todo el despliegue histórico en dirección
del amor, la justicia, la paz y el bien en su plenitud.
Según san Pablo, “los frutos del
Espíritu son amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gal
5,22s). Así sabemos que es propio del Espíritu del Señor darnos paz,
confianza, libertad y amor sincero; y que todo espíritu de inquietud, de división,
de estrechez de miras y amargura no procede de Él, sino de nuestra confusión
interior o de la oscuridad del mundo.
El Espíritu Santo es consolador: está con quien se siente solo y
da fuerza para enfrentar la desolación, la sequedad y el sentimiento de
impotencia. Espíritu de vida, nos hace crecer en fe, esperanza y amor, en el
servicio generoso y en la oración; ordena nuestro interior y aleja de nosotros
la confusión, la inclinación a cosas bajas, la desconfianza y el sentimiento de
estar lejos de Dios.
Sabemos, por eso, que ni siquiera en los momentos de mayor soledad
y abandono, estamos dejados de la mano de Dios; pues, aun cuando no lo
sintamos, el Espíritu Santo grita en nosotros: Abba, Padre. Intercede por nosotros con gemidos inexpresables. Nos
consagra a Cristo, graba en nosotros el sello del amor de Dios y nos da la
garantía de la vida eterna. Actúa en lo íntimo de nosotros como anhelo insaciable
de la felicidad propia del amor, como fuente de aguas vivas que brota en el
corazón y salta hasta la vida eterna.
Por eso le pedimos desde el fondo del alma: Sí, ven Espíritu divino,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aclara
nuestras mentes y afina nuestra capacidad espiritual para que sepamos discernir
tus inspiraciones en nosotros mismos y en la historia que vivimos. Ven, huésped
bueno del alma; danos tu luz, infunde calor y fervor a nuestra vida cristiana; haznos
semejantes a Jesús.
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