P.
Carlos Cardó SJ
San Pedro y San Pablo, óleo sobre lienzo de Jusepe
Ribera, El Españoleto (1618 – 1620), Museo de Bellas Artes de Estrasburgo,
Francia
En aquel tiempo cuando llego Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?".Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".
Mientras suben a Jerusalén donde va a ser entregado, Jesús
pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la
gente que soy yo? Ellos responden refiriendo las distintas opiniones
que circulan: que es Juan Bautista vuelto a la vida, que es Elías, enviado a preparar
la inminente venida del Mesías (Mal
3, 23-24; Eclo 48, 10; Mt 11, 14; Mc 9,11-12), que es Jeremías, el
profeta que quiso purificar la religión, o que es un profeta más.
A continuación, les pregunta Jesús: ¿Quién dicen ustedes que soy yo? De lo que sientan en su corazón
dependerá la fortaleza o debilidad que tendrán para soportar el escándalo que
va a significar su muerte en cruz. Entonces Pedro toma la palabra y le contesta:
Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Como los demás discípulos,
Pedro no es un hombre instruido. Sus palabras han tenido que ser fruto de una
gracia especial. Por eso le dice Jesús: ¡Dichoso
tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y
hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
La misión que Jesús confía a Pedro la expone el
evangelio de Mateo con tres imágenes: la roca,
las llaves y el atar y desatar. Pedro, o Cefas,
que significa roca, será el fundamento del edificio que es la Iglesia. Jesús
será quien levante el edificio para congregar a todos sus fieles. Pedro será el
cimiento porque Dios le ha concedido llegar a conocer de veras a su Hijo y
expresar su fe en una confesión verdadera. Y la Iglesia, fundada para mantener
viva la presencia del Señor resucitado, de su palabra y de sus obras, recibe de
Él la promesa de una duración perenne: los poderes de la muerte no prevalecerán
contra ella.
La otra imagen son las llaves. Te
daré las llaves del reino de los cielos. Este gesto no significa –como sugieren algunas
representaciones gráficas de San Pedro– que sea el portero del cielo, ni
tampoco que sea dueño de la Iglesia: Jesús dice “mi Iglesia”.
La
entrega de las llaves significa que Pedro recibe la misión de ser como el administrador, que representa al
dueño de la casa y obra en su lugar, por delegación. Pedro podrá abrir y
cerrar el nuevo templo de la Iglesia, actuar en nombre de Cristo y representarlo.
Cuanto Jesús promete aquí a Pedro, más tarde lo extenderá a toda la Iglesia (Mt 18,18).
La tercera imagen es la de atar y desatar: lo
que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo. Corresponde al
servicio de interpretar y definir lo que es conforme a la fe revelada y lo que
la recorta, desvía o contradice. Jesús
nos mostró lo que conduce al reino de Dios y lo que aleja de Él. Pedro tendrá
que continuar esta labor. Jesús no abandona a su Iglesia, le da un guía con una
gran autoridad, que actuará bajo la inspiración y asistencia continua de su
Espíritu.
Siempre
es oportuno reafirmar nuestra fe eclesial, renovar el sentido de Iglesia que
–como enseña san Ignacio en sus Reglas para sentir con la Iglesia– nos da la
certeza de que “entre Cristo nuestro Señor esposo y la Iglesia su Esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige” (Ejercicios Espirituales, 365).
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