P.
Carlos Cardó SJ
La
petición de matrimonio, óleo sobre lienzo de Pavel Fedotov (1848), Academia de
las Artes de San Petersburgo, Rusia
Ustedes han oído que se dijo: «No cometerás adulterio.» Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho te está haciendo caer, sácatelo y tíralo lejos; porque más te conviene perder una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te lleva al pecado, córtala y aléjala de ti; porque es mejor que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.También se dijo: «El que se divorcie de su mujer, debe darle un certificado de divorcio.» Pero yo les digo: Si un hombre se divorcia de su mujer, fuera del caso de unión ilegítima, es como mandarla a cometer adulterio: el hombre que se case con la mujer divorciada, cometerá adulterio.
Lo que busca Jesús en estos versículos del sermón del monte es
inculcar el respeto a ese bien fundamental del ser humano que es su vida de
pareja, en la que se realiza como persona a imagen de Dios. Jesús prohíbe no
sólo el adulterio físico sino también el del corazón. Y exhorta a ser
decididos, y no querer entrar en componendas con el mal.
Conviene advertir que por la desigualdad existente entre el varón
y la mujer en la cultura judía del tiempo de Jesús, quien tenía derecho a
repudiar era el varón. Por eso Mateo, que escribe a judíos, se refiere sólo a
él. Marcos, en cambio, que escribe a cristianos venidos del paganismo, tiene en
cuenta que en esos países también la mujer se podía divorciar (cf. Mc 9,43-47).
También cabe notar que ya en el Antiguo Testamento el matrimonio
era mucho más que la “tenencia” de la mujer, como si ésta fuera un bien
comparable a los otros bienes: la unión del varón y de la mujer los hacía ser
una sola carne –un solo ser– a imagen de Dios. Por eso, romper esta unión
equivalía a romper la imagen de Dios.
Jesús va más allá del matrimonio físico. Para Él, según la cultura
hebrea, el ojo lleva al corazón: seduce y cautiva. Porque al corazón le
interesa lo que el ojo admira y lo toma para sí. Una fidelidad puramente
exterior, que no sea a la vez del ojo y del corazón, será una hipocresía, un sepulcro
blanqueado.
El ojo es para desear y la mano para tomar. Aquí está el origen de
todo bien y de todo mal, no sólo del adulterio. Decía Simone Weil, filósofa judía
que aunque no fue bautizada es considerada como una mística cristiana: “El gran
dolor de la vida humana es que mirar y comer sean dos operaciones diferentes
(…) Quizá los vicios, las depravaciones y los crímenes, casi siempre o incluso
siempre, sean en esencia intentos de comer la belleza, comer lo que únicamente
hay que mirar. Eva fue la que empezó” (A
la espera de Dios, Paris 1950).
Como en el evangelio, se critica aquí la tendencia que lleva a no
admirar nada sin querer enseguida adquirirlo, consumirlo. Jesús nos exhorta a
cuidar esa tendencia para que ni el ojo con que deseamos ni la mano con que
agarramos sean para el mal propio o del prójimo. La decisión ha de ser firme, sin
componendas. Por eso el lenguaje hiperbólico: arráncate el ojo, córtate la mano, si son ocasión de pecado.
A continuación habla Jesús de la indisolubilidad del matrimonio.
Como todo en su sermón del monte, no la propone como una ley más dura que la
antigua, sino como el don de Dios al corazón humano.
Dios es quien da un corazón nuevo, capaz de amar con fidelidad.
Dios te ama fielmente para que aprendas a amar con ese amor. Jesús dirá: Ámense como yo los he amado. Permanezcan en
mi amor. La fidelidad se recibe como gracia, se lleva a la práctica en
obediencia y madura con la educación del amor. Hay que educar para el amor fiel
y hay que mantener ese amor, hacerlo madurar. Es evidente que por no hacer
madurar su amor, muchas parejas se divorcian. Dejan que se entibie y se apague
el primer amor.
Siempre, sin embargo cabe preguntarse ante un matrimonio
fracasado: ¿fue verdadero matrimonio, válida y lícitamente celebrado? Esta
pregunta impone la necesidad de discernir para salvar no sólo los principios
sino las personas, que siempre serán pecadores perdonados.
Antes, la ley mantenía junta a la pareja a toda costa, aunque se
odiasen. Formación, acompañamiento, comprensión y discernimiento pueden lograr
lo que ninguna ley es capaz de lograr, devolviéndole al matrimonio su pureza
original de libre donación de amor. Pero ¡ay de los pastores duros, legalistas
y castigadores, que no conocen la misericordia! Hay que buscar lo que más ayuda
al débil para que tenga fe y pueda crecer en su amor. No basta saber y conocer
leyes y cánones; hay que saber usarlos.
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