P. Carlos Cardó SJ
Árbol de manzano II, óleo sobre
lienzo de Gustav Klimt (1916), Galería Belvedere, Viena, Austria
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían contra ustedes para destrozarlos. Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas. Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran."
Las primeras comunidades
cristianas vivieron una experiencia perturbadora que, sin duda, Mateo tiene en
cuenta en su evangelio: la presencia de falsos profetas o maestros que aparecen
como pacíficos e indefensos, pero destruyen desde dentro la comunidad.
San Pedro habla de falsos
maestros, que introducen encubiertamente errores perniciosos (2Pe 2,1-2). San Pablo alerta a los
cristianos de Roma para que se fijen en los que causan divisiones y tropiezos en
contra del mensaje cristiano y para que se aparten de ellos (Rom 16,17). Entre estos falsos profetas
y maestros, los que mayor preocupación le causaron al Apóstol fueron los
judaizantes que actuaban para ser vistos como fieles a ley de Dios (Gal 6, 12-17), pero en realidad eran una
levadura malsana (Gal 5,7-12) que le
quitaba a la cruz de Cristo su valor redentor.
Junto a ellos ponía también Pablo
a aquellos que, con su vida licenciosa, no pensaban más que en las cosas de la
tierra y propagaban malas costumbres (Fil
3, 18-9). Todos ellos son los “asalariados” de la parábola del Buen Pastor
en el evangelio de Juan (Jn 10,12) y
los “lobos rapaces” a los que alude Pablo en su despedida de Mileto: Yo sé
que, después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces
que no perdonarán el rebaño; y también entre ustedes mismos se levantarán
hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de
sí (Hech 20,29).
Esta experiencia, que subyace al texto
que comentamos, no es cosa del pasado. Apunta a todos aquellos que seducen al
pueblo con apariencias de bien y de verdad, pero persiguiendo fines
interesados. No sólo predican falsas doctrinas, sino que se atribuyen la
función de maestros inspirados por Dios o sabios conocedores de las cosas
espirituales, pero que no lo son en realidad. Su disfraz en piel de oveja
significa que se presentan como inofensivos miembros del “rebaño” y hacen daño
a los desprevenidos.
Mateo da a la comunidad una norma
para poder reconocer a estos falsos profetas y maestros: saber discernir lo
bueno y lo malo en lo que proponen. Es la primera regla del discernimiento
espiritual: al árbol se le conoce por sus frutos. Todo árbol bueno da frutos buenos; el árbol malo da frutos malos.
Sus palabras y su modo de comportarse
pueden parecer acertados y correctos, son su disfraz. Pero su verdadero ser, en
contradicción con la voluntad de Dios, no puede quedar oculto a pesar de todas
sus apariencias externas. Descubrir a dónde pretenden llevar a la comunidad es
la finalidad del discernimiento. Hermanos
queridos, no crean a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Hagan más bien
un discernimiento para ver si pertenece a Dios (1Jn 4,1).
A todo esto, San Ignacio de Loyola
en sus famosas reglas para el discernimiento espiritual añade algo muy certero,
que vale no sólo para distinguir los buenos de los malos maestros, sino también
las buenas y malas inspiraciones, deseos, tendencias que pueden surgir en
nosotros “bajo apariencia” de bien y pueden engañarnos, llevándonos a tomar
malas decisiones.
Nos dice que debemos analizar el
desarrollo que tienen tales deseos o pensamientos que nos vienen porque si en
su origen, en el medio o en el fin al que nos llevan todo es bueno o inclinado
al bien, eso es señal de que proceden del buen espíritu; pero si al comienzo,
al medio o al fin encuentro algo malo, o menos bueno de lo que me había
propuesto hacer, o debilita mi vida espiritual, me inquieta y perturba,
quitándome la paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, eso es clara señal
de que procede de mal espíritu, con el cual no voy a poder tomar buenas
decisiones (Ejercicios Espirituales, 333).
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