P.
Carlos Cardó SJ
Cosechadoras
en descanso, óleo sobre lienzo de Jean François Millet (1850), Museo de Bellas
Artes de Boston, Estados Unidos
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Dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción».
No
se puede servir a Dios y al dinero, dice Jesús
tajantemente. Cuando se ambiciona el dinero o los bienes materiales como si
fueran lo más importante en la vida, los valores superiores dejan de interesar
al hombre y se supeditan a la obtención de la mayor riqueza.
Si servimos a Dios nos
hacemos libres y ganamos la vida eterna, que se anticipa en el sentimiento de
paz, alegría y satisfacción profunda que el Espíritu de Dios comunica. En
cambio cuando se sirve al dinero, Dios
pasa a un segundo plano, el rico cree que ya no lo necesita, porque todo
pretende resolverlo con el dinero, pero queda encerrado en su propio egoísmo,
sin amor y generosidad, inquieto por aumentar la ganancia, frustrado por lo que
el dinero no puede darle, insensible ante la necesidad o el dolor ajeno,
volviéndose frío y calculador, capaz de manipular y doblegar, de sospechar de
los demás y tratarlos con espíritu de competencia, sin mansedumbre ni dominio
de sí.
No
se inquieten, no anden preocupados, dice Jesús. Cualquiera
que sea la necesidad por la que estén pasando, han de procurar poner su vida en
las manos de Dios y liberarse de la angustia que absorbe energías y quita vida
en vez de darla. Detrás del ansia y la angustia por resolver las necesidades
cotidianas está el miedo a la falta de lo necesario, reflejo del miedo a la
muerte. La confianza en Dios libera de este miedo. Dios es el único que nos garantiza
la vida, Él nos la da y la alimenta. Andar ansiosos significa ignorar la
presencia providente de Dios, que sabe lo que necesitamos.
Pero Jesús no hace el elogio de la
pasividad, ni de la pereza y holgazanería. San Pablo dirá: El que no quiera trabajar, que no coma (2 Tes 3,10). Jesús no
contrapone a la responsabilidad en el trabajo una vida inactiva y pasiva. Él dice:
No hagan del trabajo un ídolo que les quite el respiro. Hay que trabajar con
dedicación, pero sin ansiedades. “El
trabajo hay que hacerlo, las preocupaciones hay que quitarlas” (San
Jerónimo). Es el pensamiento, según algunos, característico de la
espiritualidad apostólica de San Ignacio, a quien se le atribuye esta máxima: “Obra como si todo dependiese de ti y no de
Dios, pero confía como si todo dependiese de Dios y no de ti”.
Por consiguiente, en la base de
nuestro empeño responsable en el trabajo, que muchas veces puede resultar duro
y fatigoso, ha de mantenerse la actitud interior de libertad y confianza.
Actitud de libertad para no
dejarnos esclavizar ni mecanizar por el trabajo, para no incurrir en la adicción
al trabajo —que disfraza muchas veces una verdadera evasión de problemas no
enfrentados— o una búsqueda de satisfacción de carencias inconscientes que han
de ser resueltas de otra manera, o asumidas con realismo y serenidad. Y actitud
de confianza también: porque quien se hace esclavo del trabajo sólo confía en
sí mismo, piensa que todo depende de él y se vuelve un desconfiado, un hombre
de poca fe.
No
se preocupen del mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. Bástale a cada día su propia inquietud,
dice Jesús. Y el poeta Paul Claudel añadía: “El mañana traerá consigo su propia
labor y su propia gracia”.
En la perspectiva del Reino la finalidad
no es el tener sino el ser, no el acumular sino el compartir, no el dominar
sino el concertar. Así mismo, el trabajo no es un fin en sí mismo, ni se ha de
apreciar únicamente por su función económica o su fuerza productiva, sino por su
sentido y orientación en favor de la vida humana. Por el trabajo, el hombre se
trasciende a sí mismo, cultiva el mundo, lo humaniza, hace cultura, y se hace
él mismo co-creador, continuador de la obra de Dios.
Pero en la sociedad actual “eficacia,
productividad y rentabilidad” son las palabras claves del éxito. Vale aquello
que produce dinero. Obviamente sería absurdo desconocer la necesidad y deber
social de producir bienes para poder asegurar a todos los seres humanos una
vida digna, razón y meta de una economía verdaderamente humana. Pero aún desde
el punto de vista moderno de la economía, hoy el descanso es una exigencia
ineludible para el funcionamiento eficiente de una empresa bien administrada.
A esto debemos añadir, desde el punto
de vista espiritual, que en una sociedad que nos enferma de estrés y
deshumaniza con la sobreexigencia y la competitividad, es imprescindible
redescubrir el valor de lo gratuito, la
ascesis del tiempo “perdido”, en el que no se produce directamente un beneficio
económico, pero uno disfruta y cultiva lo que más vale en la vida: la propia
interioridad, el trato con los seres queridos y con Dios.
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